+ Cotran: ¿Cuándo dejará de ser cómplice de concesionarios?
El pasado fin de semana ocurrió el cuarto incremento a los combustibles, en lo que va del presente año. Ante esta alza, nuevamente los concesionarios del transporte público —autobuses del servicio urbano y taxis— exigieron al Gobierno del Estado un incremento en la tarifa autorizada. Aducen pérdidas por el alto costo de los insumos, e incluso pretenden asustar con el fantasma de la quiebra en el sector. ¿Quiénes son los que verdaderamente está pagando este aparente golpe al transporte público?
El asunto, aunque parece irrelevante, no es menor. Porque por un lado, el transporte público concesionado tiene un margen muy amplio de actuación, que bien puede resumirse en dos palabras: anarquía e impunidad. La primera porque tal parece que no existe autoridad ni ley que sea capaz de meterlos en cintura y verdaderamente regularlos; y la segunda, porque nadie parece tener la fuerza suficiente como para hacerlos pagar por sus excesos, y por los daños irreparables que ocasionan al usuario y al público en general.
En el otro extremo, los dueños del transporte público se han vuelto expertos en la exposición de argumentos martirizantes, y en el uso de un doble discurso que engaña sólo a los ingenuos. En los últimos días, ha sido recurrente escuchar de viva voz de los concesionarios, que les resulta urgente un incremento a la tarifa del transporte ante el alza en el costo del combustible e insumos, pues de lo contrario están condenados al estancamiento, a la posible quiebra, y a la pérdida de fuentes de empleo. Además, aseguran que ellos también contribuyen al desarrollo de Oaxaca. ¿A poco?
Estos argumentos son ridículos. En realidad, no son los dueños del transporte público quienes han asumido los costos de estos incrementos. ¿Entonces? Han sido, indirectamente, los choferes-cobradores de las unidades. Y, en última instancia, los usuarios. La respuesta de todo esto se encuentra en el esquema de trabajo y entrega de cuentas que los concesionarios han impuesto “tradicionalmente” a sus trabajadores. Veamos a qué nos referimos.
En el común de los concesionarios, éstos imponen una cuota diaria a los conductores de las unidades, e independientemente de lo que ocurra, aquellos tienen que entregar el monto de dinero pactado. Es también costumbre, que al finalizar la jornada, sea el operador de la unidad quien, como parte de la cuenta diaria, entregue la unidad con la carga completa de combustible. Y que sea éste quien cubra, en porcentajes variables, los insumos, servicios o reparaciones que requiera el autobús. Todo esto, ocurre bajo la lógica de que tanto se beneficia el conductor como el concesionario.
Si esto es así, ¿entonces quién cubre, por ejemplo, los incrementos al combustible? Los cubre el conductor, que diariamente debe entregar su cuenta y obtener, además de su ganancia, el dinero suficiente para llenar el tanque de la unidad. El concesionario no pierde. Y él tampoco. Pero debe trabajar más, conducir a mayor velocidad y tratar de subir al mayor pasaje posible para cubrir todas sus necesidades.
¿No es, entonces, el usuario el que financia en todo momento el encarecimiento de los insumos relativos al transporte público? ¿Y no es también el usuario quien resiente el incremento de los incidentes de tránsito, atropellamientos y muerte que provocan los conductores de los autobuses urbanos al tratar de incrementar sus ingresos a partir de la velocidad y la imprudencia?
Los concesionarios no pierden. Pero cómo se lamentan y exigen incrementos a la tarifa —como si de sus bolsillos saliera el dinero para costear el encarecimiento del combustible—, cada que el oportunismo les permite presionar al Gobierno del Estado que, además, nada hace para regularlos.
LOS DESENTENDIDOS
Algo similar ocurre con el servicio citadino de taxis, que incrementa sus tarifas ante la displicencia de la Cotran, que ni los regula, ni los sanciona por exceder los cobros establecidos, ni les autoriza un incremento a los mismos. Es decir, que “entiende” a los taxistas por el incremento de los combustibles y les permite cobrar más de lo debido por sus servicios, pero que también tolera que a ellos mismos los hagan quedar como peleles.
Pareciera que no, pero el servicio de taxis de la capital oaxaqueña, es uno de los más caros del país. En muchas ocasiones, los oaxaqueños no consideramos la magnitud de la voracidad de los ruleteros, porque éstos resultan ser habilidosos en el cobro de tarifas diferenciadas a quienes tienen facha de locales, y a quienes ellos observan como posibles turistas.
Un ejemplo perfecto de esos abusos, se puede corroborar cuando se solicita un servicio de taxi desde el aeropuerto y se pide el traslado a cualquier punto de la ciudad. Por el solo hecho de provenir de la terminal aérea, el costo del viaje se incrementa hasta en más de un cien por ciento. Ese sitio se encuentra a no más de diez kilómetros de la capital oaxaqueña, pero resulta ser uno de los puntos en los que el servicio de alquiler para pasajeros tiene un costo desproporcionadamente alto.
En esto, ¿qué hace la Cotran? Del mismo modo, los ruleteros se dicen víctimas de los incrementos en los insumos, de las autoridades viales que los extorsionan, y de la instancia encargada del transporte “que no les cumple”. Nunca aceptan, porque no les conviene, que ellos son parte del problema, y que aún con esos supuestos abusos, es mucho más lo que la autoridad les permite hacer, que lo que los condiciona.
Finalmente, unos y otros, concesionarios del transporte urbano y de taxis, son parte de una larga tradición de impunidad y anarquía, en la que cada que pueden obtienen provechos a través de la lamentación como discurso, la connivencia y complicidades con la autoridad, y los abusos que cometen en contra de la ciudadanía. Pero ahora, y ante cada aumento, no se cansarán de exigir mejoras a sus tarifas. Y la autoridad, tampoco se cansará de hacerse la desentendida.
ENREDADOS
Por momentos parece hasta ociosa la supuesta “rebatinga” por las postulaciones a diputaciones locales y presidencias municipales. Lamentablemente —por la democracia, que aquí no existe— en el PRI todo está repartido y “cantado”. Y lo demás, es faramalla. No necesariamente serán candidatos los mejores cuadros ni los mejor posicionados. El ejemplo implacable, está puesto desde febrero pasado.
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