+ En México llevamos años dizque intentándolo aunque en el fracaso
El viernes tomó posesión del cargo de Presidente de los Estados Unidos el republicano Donald Trump, y al día siguiente una parte del pueblo norteamericano le contestó, dentro y fuera de su territorio, con multitudinarias protestas a su política de fascismo, discriminación, odio y segregación. Esa primera manifestación debe ser ahora punta de lanza de la oposición civilizada e inteligente que los norteamericanos ahora deberían construir, hoy que la elección terminó y que también quedó atrás la necesidad de aparentar actitudes de tolerancia a las rapacerías del nuevo presidente de los norteamericanos. Ese es un reto para los estadounidenses, pero un eco importante nos llega a México, donde tenemos años pensando —y fracasando— en cómo construir una oposición eficaz e inteligente.
En efecto, el viernes Trump tomó protesta en un desangelado acto en la capital de la Unión Americana, y el sábado multitudinarias marchas hicieron eco en todo el mundo, encabezadas por mujeres indignadas por las actitudes personales de misoginia demostradas por el ahora Presidente, y secundadas por personas que rechazan las actitudes homofóbicas, segregadoras e intolerantes del ahora Mandatario estadounidense. Esta primera parece ser la primera demostración de fuerza, luego de que Trump ganara la elección presidencial en noviembre con una mayoría holgada en el Congreso, que le permitiría un muy amplio margen de maniobra en la implementación de sus políticas.
Hoy lo que sigue, si todas esas personas que manifestaron su rechazo a Trump, es construir una política de oposición inteligente, y no sólo seguir gritando en las calles. Sería poco probable ver, en el futuro cercano, al ex presidente Barack Obama, o a su esposa Michelle, encabezando esa oposición; pero a quien sí deberíamos ver desde el primer día es a Hillary Clinton, en alguna medida respondiendo al voto mayoritario que recibió como candidata a la Casa Blanca, pero también como un acto de correspondencia y corresponsabilidad por sus contribuciones a la derrota. Si más de la mitad de la gente que votó en Estados Unidos, lo hizo por ella, ahora Clinton debería ser, desde el sábado mismo, la garante de una oposición necesaria en aquella nación.
Esto no debería ser algo sorprendente. De hecho, el mundo entero ve con incertidumbre el inicio de un gobierno que ha demostrado tener una enorme proclividad al proteccionismo, al odio y a la segregación, cuando se supone que la nación norteamericana misma ha sido siempre impulsora de los valores contrarios: es decir, la apertura, la pluralidad y el libre intercambio. En esa lógica, si Trump tiene tanta fortaleza institucional, entonces se necesita esa misma dosis para establecer una fuerza opositora capaz de demostrarle que no le permitirán hacer lo que le plazca, y que permanentemente habrá personas organizadas buscando la manera de oponerse sólo para equilibrar sus políticas que hoy tienen asustado al mundo entero.
Ello tendría que lograrse a partir de una oposición inteligente y de formas eficaces de quejarse y de lograr no sólo el lamento, sino el freno y el equilibrio al gobierno en turno. Ese ha sido uno de los paradigmas nunca materializados en México que nos tiene, en nuestro propio contexto, a punto del colapso.
OPOSICIÓN FRACASADA
Un imperativo parece claro desde hace mucho tiempo en México: México no puede seguir en la ruta por la que hoy transita. Todos, sin excepción —el Presidente, los partidos políticos, los grupos empresariales y la sociedad en general— coinciden en que son necesarios acuerdos y equilibrios que permitan un mejor gobierno. Sin embargo, la realidad parece distinta, porque el Presidente ha gobernado bajo la premisa de que ni la pluralidad, ni la democracia ni los equilibrios de poder, son suficientes para acotar las amplias potestades presidenciales.
En esa lógica, el gobierno federal se ha encargado de ningunear a todas las fuerzas o factores de poder cuando no concuerda con ellos, y de actuar insensiblemente, y sin la posibilidad de lograr o propiciar acuerdo alguno. En la contraparte, los partidos opositores ni han encontrado vías correctas para generar esa oposición de fondo que necesita el país, y tampoco han hecho mucho por propiciar los cambios. La lentitud de los cambios institucionales en México es signo claro de ello.
E incluso, desde las mismas trincheras de la sociedad, ha faltado quizá compromiso con el país: los mexicanos debíamos de comenzar a tener un papel más activo en la construcción de un país distinto y mejor, y no seguirnos conformando con salir a votar. Las concepciones tradicionales de la democracia nos han llevado a concebirnos como parte de ella —es decir, como actores de la democracia— únicamente cuando, el día de la jornada electoral, salimos a emitir nuestro sufragio a favor de alguna fuerza política o candidato. Ese es sólo el principio de todo pero no el fin que deberíamos perseguir como parte de la democracia.
RETO COMÚN
No obstante, pareciera que hemos construido una sociedad que más allá de las amenazas del “estallido social”, no sabe pedir, no sabe exigir, no sabe inconformarse e incluso no sabe cómo quejarse efectivamente, y a través de los cauces debidos, para que el gobierno y los poderes se sientan conminados a atender los reclamos. De nada vale ser únicamente actores pasivos en la construcción de la agenda pública, o que según nosotros contribuyamos a construirla cuando nuestra única actuación consiste en gritar, vociferar y exigir de modo tan efímero, como lo hace un fuego artificial. Hoy queda claro que ese es un reto en México, pero más aún en los Estados Unidos ante su nuevo Presidente.