El Bebé de Rosemary: 50 años de la evolución en el cine de horror

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Ismael Ortiz Romero Cuevas

En estas fechas en que se acerca el día de muertos, llevados por la costumbre que la televisión y la comercialización impuso, nos encanta ver películas de horror, de esas que nos arrancan brincos y hasta gritos en la sala de cine, o ya de “perdis” en la de tu casa. Es momento en que buscamos en las plataformas en streaming, o en nuestros Blu-Ray o DVD’s , alguna que sea digna de la ocasión y más si nos va a acompañar alguien a quien podamos abrazar de cucharita. En fin, eso está bien para las películas que en el fondo son en realidad comedias, a veces tan ridículas que sirven más para que riamos que para asustarnos. Así que permítanme proponerles hoy, que el fin de semana ya está cerca, una cinta que de verdad da mucho, pero mucho miedo: “El bebé de Rosemary”, que en junio pasado cumplió 50 años que se estrenó y sigue de celebración.

La película se ha convertido a lo largo de los años, en una de las referencias casi obligatorias del cine de horror y muestra la genialidad de Roman Polansky, director polaco que se estrenaba en Hollywood con esa cinta sin imaginar las consecuencias que ese trabajo traería a su vida; a la de su protagonista, la legendaria Mia Farrow y al cine en general.

La cinta es una adaptación brillante por cierto, de la novela homónima del escritor estadounidense Ira Levin,  que tal y como sucede en la película, nos cuenta la historia de la concepción y nacimiento del anticristo en la época contemporánea. Y nada más aterrador que la creación de ambientes tan cotidianos que poco a poco se convierten en escenarios oscuros y apabullantemente asfixiantes, donde la dulce Rosemary gesta al hijo del diablo sin saberlo. Roman Polansky brinda cátedra de cómo hacer una película de horror sin recurrir al cliché del sobresalto o a los sustos innecesarios y mucho menos a seres sobrenaturales. Y con eso les digo que “El bebé de Rosemary” es una película que espanta. Y mucho.

“El bebé de Rosemary” también es una película que tiene muchas leyendas urbanas y se cree, también un karma un tanto especial. Para la filmación, Polansky quería utilizar el interior del hoy tristemente célebre edificio Dakota, ubicado en la esquina de la calle 72 y Central Park, en Nueva York. Entre 1966 y 67 que se filmaba la película, se decía que en ese edificio a inicios del siglo XX, fue dónde alguna vez vivió el hechicero Alesteir Crowly, quien practicaba magia negra y hacía sus rituales dentro del inmueble y años más tarde, en 1980, fue en sus puertas donde asesinan a John Lennon. Pero los dueños niegan a Polansky el permiso para filmar dentro de la edificación, utilizando sólo la entrada para las tomas de ubicación. Asimismo, se le atribuye a la filmación y estreno de “El bebé de Rosemary”, que la secta llamada “La familia” perpetrara el asesinato de la modelo Sharon Tate, esposa de Roman Polansky y quien contaba con ocho meses de embarazo. Fue también en el set de filmación, que Frank Sinatra envía la demanda de divorcio a Mia Farrow, quienes ya tenían tensión e su matrimonio aunado a que el afamado cantante nunca estuvo de acuerdo en que su esposa filmara la película, y ese fue el pretexto perfecto.

El protagonismo de Mia Farrow

Mia Farrow es sin duda una parte medular para que la cinta se haya convertido en una pieza de culto. Su angelical rostro hace que creemos empatía con el personaje casi de forma inmediata, dando como resultado la transmisión de angustia interminable en los momentos con gran tensión en la película; y miren que los tiene; también porque es imposible concebir el film sin la horrorizada y penetrante mirada de Rosemary en la escena final o comiendo un trozo de hígado crudo; al menos a mí y estoy seguro que a muchos, esa escena nos sigue taladrando la cabeza. Sin embargo y a pesar de la maestría del guión, la cinematografía y la inolvidable actuación de Mia Farrow, “El bebé de Rosemary” fue galardonada sólo con un premio Oscar a Mejor Actriz de Reparto, y fue para Ruth Gordon, quien interpretó de forma soberbia a Minnie Castevet, la excéntrica vecina autora del ritual para engendrar al hijo del maligno.

A pesar de que ha pasado medio siglo de su estreno, el lejano 1968 nos dio una cinta que hizo que el cine de horror fuera concebido de manera más seria y dramática; dejó de manifiesto también que el secreto para hacer una buena película de este cautivador pero desgastado género, es la sencillez pero sin menospreciar la intranquilidad que pueda generar en el espectador lo cotidiano de las situaciones que se llevan al extremo gracias a los grandiosos diálogos, el misterio, la música y las tomas planeadas de manera metódica. “El bebé de Rosemary”, es parsimoniosa pero eso no le quita lo brutal, es más, pareciera que es justo la calma lo que enfatiza el horror; es una cinta que conserva toda su excelencia y potencia al paso de los años. Es la película que demostró que ese género, no necesariamente tenía que ser un chiste. Y para esta época del año ¿por qué no celebrar viéndola? Redescubriéndola o descubriéndola para ser testigos de que el horror, también sirve para hacer arte.  

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