+ ¿Por qué no pensar en que desaparecieran nuestros derechos?
Hoy es común hablar sin ninguna cortapisa de los que, consideramos, son nuestros derechos humanos. La argumentación llega a ser incluso sencilla, cuando se trata de defender posiciones o situaciones en las que creemos tener razón, basados justamente en la idea de que gozamos de ciertas garantías que, legalmente, nadie nos puede coartar. Sin embargo, no siempre fue así y, más bien, la consecución de los derechos humanos fue producto de una larga lucha de miles de personas, en distintos tiempos, para que se nos reconociera a todos como tales. Es decir, que nosotros somos la medida de nuestros derechos humanos.
Aunque no lo parece, hoy esta discusión debería ser más actual que nunca. Si bien es cierto que en los países medianamente democráticos, derechos fundamentales como el de la vida, la libertad, la seguridad jurídica y el patrimonio, no se encuentran a discusión, también es cierto que mucho de lo que se esgrime alrededor de esos derechos no son más que fantasías. Al menos en lo que toca a naciones como la nuestra, existe un amplísimo desarrollo teórico que no siempre es llevado a la práctica.
¿Por qué? Porque si bien es cierto que en países como México existe un amplio catálogo de derechos individuales y colectivos protegido por la Constitución de la República, y las leyes, también lo es que aquí se siguen cometiendo abusos —por parte de la autoridad y de los particulares en contra de sus semejantes— que bien podrían ser dignos de los años más rancios del siglo XIX, o los de los radicalismos y las utopías de la centuria siguiente.
Veamos si no. En las mediciones internacionales, México tiene siempre malas calificaciones tanto en su sistema de procuración de justicia, como en lo que se refiere a su modelo de impartición de justicia. Las razones no son menores: aquí, además de los atrasos legales que a base de cuestionados esfuerzos, se han ido superando, también continúan ocurriendo graves violaciones de garantías en lo que toca a los derechos de los ciudadanos que se enfrentan a un proceso judicial.
Si lo vemos a detalle, aún hoy, esas violaciones se traducen en hechos que ya no deberían ocurrir. Tortura, incomunicaciones, vejaciones, allanamientos, errores procesales graves y demás, continúan siendo el pan de cada día de miles que se enfrentan al procesamiento ante los órganos de justicia, y particularmente ante las instituciones policiacas y ministeriales que son las que abrevan más vicios que han sido imposibles de erradicar.
Además, allende esas cuestiones hay más. ¿No existe en México, actualmente, un problema gravísimo relacionado con los derechos humanos, en lo que se refiere a las detenciones-desapariciones que han ocurrido en los años recientes? No vayamos a la guerra sucia de los años setentas. Ahora, en esta administración del gobierno federal, ocurrió la desaparición forzada de dos personas que integran un grupo subversivo, y que casi tres años después no han sido localizadas ni se sabe cuál fue su destino final o paradero actual.
Si vemos eso, que deja muy mal parado a nuestro país, a nuestras autoridades y, en última instancia, a nosotros mismos, ¿cómo poder hablar de que derechos más “evolucionados” están garantizados? Podríamos hablar de ello sólo en el ámbito de los idealismos, pero no en base a constataciones reales de que los derechos no sólo existen, sino que se respetan.
¿DERECHOS DESAPARECIDOS?
Quizá, en el último de los casos, lo mejor que podría ocurrir es que, como tal, el catálogo y el concepto de derechos humanos desapareciera. ¿Cómo asegurar tal aberración? Veámoslo no en un sentido negativo, sino más bien al contrario. Lo ideal es que existiera respeto a todas nuestras garantías y libertades, y que por tanto desde la población civil o desde los ámbitos de la autoridad, nos olvidáramos de las enumeraciones relativas a los derechos fundamentales.
¿Esto podría ocurrir? Difícilmente. La propia condición humana impide si quiera suponer que en algún momento pudiéramos llegar a superar todos esos conceptos por los que tanto se ha luchado, y se consiguiera un marco pleno de libertades, derechos y obligaciones que se cumplieran por sí solos, y no por el mandamiento de tratados, constituciones, normas o convencionalismos, o que se hicieran valer luego de presentar recursos legales ante las autoridades encargadas de su tutela y protección.
Sin embargo, más allá de los idealismos, tendríamos que tomar todo esto como un parámetro específico. En la medida en que podamos ser capaces de comprender, como individuos, como sociedad o como nación, todas nuestras igualdades y diferencias, y el ámbito de acción que tiene cada persona junto con sus límites, también tendremos la posibilidad de comprender qué tanto hemos evolucionado en cuanto a nuestro entendimiento práctico de los derechos humanos.
Este tendría que ser un ejercicio propio e individual. En lo colectivo podemos suponer que, mientras otros respeten y tengan nociones claras de qué son y para qué sirven los derechos humanos, nosotros podemos seguir vulnerando esos derechos, y de todos modos las estadísticas se mantienen en niveles “aceptables”. Sin embargo, es evidente que nada de esto es provechoso cuando se piensa que otros pueden cumplir con obligaciones que sólo pertenecen a uno.
Por eso, debemos pensar más en la práctica de los derechos, y posiblemente menos en sus concepciones teóricas. De nada sirve recitar un catálogo de normas como si fuera un catecismo, si finalmente nos resistimos, o no tenemos la capacidad plena de llevar nuestras ideas a la realidad. Si esto permeara de mejor modo en nuestra sociedad, y nos ocupáramos más por estas cuestiones que más bien parecen discusiones bizantinas, tendríamos una capacidad de discernimiento más acabada, más eficaz y, por tanto, una sociedad menos problemática.
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