FCH: México no se arregla con magia

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Adrián Ortiz Romero Cuevas

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El pasado viernes, el presidente Felipe Calderón Hinojosa reiteró un llamado exigente que, con reiteración, ha hecho a los mexicanos. Exigió a todos convertirse en “embajadores de México” en el ámbito internacional, y abstenerse de hacer señalamientos negativos o lesivos a nuestra nación. Con esto, el Primer Mandatario considera que es posible superar la imagen de violencia y sinrazón que hoy pesa sobre nuestro país, a causa no sólo de la violencia prohijada por el narcotráfico, sino también por los altos índices de desempleo, inseguridad, pobreza y rezago en la competitividad de nuestra moneda y nuestro país ante el concierto internacional.

En su más reciente llamado a los mexicanos, textualmente, el Presidente dijo: “los mexicanos hablan mal de su país, cosa que no ve de los brasileños, por lo que se vale hablar bien de México en el extranjero.” El llamado tiene un contraste: en los últimos meses, todos los connacionales que públicamente se han atrevido a externar sus verdaderas preocupaciones por el país, han sido duramente reprendidos por el gobierno de la República.

Acaso, el hecho más reciente fue el del seleccionador nacional de futbol, Javier Aguirre, quien en una entrevista a un diario español, a mediados de febrero, aseguró que una vez que termine el mundial de Sudáfrica, buscará nuevamente regresar a dirigir a equipos en la nación ibérica, porque se siente asustado por la violencia y la inseguridad que se vive en el país. Dijo, del mismo modo, que esa es la razón por la que su familia ya no se encuentra en territorio nacional, y por la que nuestro país tiene una imagen tan desgastada.

¿Qué ocurrió entonces? Que fuertes presiones obligaron al técnico mexicano a recular en sus posiciones, y a pedir disculpas. ¿Disculpas por qué, podríamos preguntarnos? En primeras, porque Javier Aguirre fue presentado, en mayo del año pasado, como uno de los “embajadores” de México ante el extranjero. A él, y otras personalidades, se les dio la encomienda de “hablar bien de México” en el extranjero. Y falló. ¿Y a quién le pidió disculpas el ex futbolista? Según que al país. Pero en realidad, le pidió disculpas al Presidente.

Sí, al Presidente, porque en nuestro país esa visión, franca, es ampliamente compartida por todos aquellos que no estamos rodeados ni de escoltas ni de fantasías ni de aduladores. Es decir, todos los que podemos ver una realidad compleja, que se arregla con mucho más que buenos deseos y discursos favorables que no necesariamente pueden hacer que la imagen de México mejore. ¿Cómo hablar bien ante las circunstancias?

DESEMPLEO DISIMULADO

¿Por qué un policía se vuelve secuestrador? ¿Es sólo consecuencia de sus instintos criminales, el hecho de que alguien que se supone está contratado por el Estado para resguardar el orden público y la seguridad de los habitantes, se dedique a delinquir libremente con un arma de cargo y una charola de impunidad? ¿Es esto obra de la casualidad, o más bien es consecuencia de la larguísima desatención que ha habido por parte del poder público a la atención real de los problemas sociales?

Duele, de verdad, pensar y comenzar a creer que México es, y ha sido, un país invadido y dominado no por potencias extranjeras, sino por nuestra propia corrupción. Es un imperativo que reiteradamente nos dicta la historia. Sin embargo, mucha de esa codicia no apareció sola. Y es uno de los tantos rasgos sobre los que podemos hacer mucho, pero que es imposible de negar o esconder.

En innumerables casos, la corrupción partió originalmente de las carencias de las personas. En el fondo, fue lo que motivó a un individuo codicioso a vender la mitad del país a cambio de unas cuantas monedas. Y es lo que, día a día, mueve a más personas a cometer ilícitos, unos famélicos y otros verdaderos actos criminales, para saciar un hambre y unas carencias que más bien parecen ser históricas.

Basta ver las cifras del desempleo en el país, u otros indicadores económicos, para comprender por qué la falta de competitividad de nuestra moneda, la pérdida del poder adquisitivo de nuestros pesos, y la reducción de los espacios legales y libres de trabajo, son también —y de modo preponderante, como debería ser— un tema de seguridad nacional. ¿De qué hablamos?

De que hoy, a pesar de que el Presidente asegura que los empleos se están recuperando, y que el ambiente económico es mucho más favorable que el año pasado, lo cierto es que hoy lo que apenas se ha podido recuperar es una parte de lo que se perdió durante la crisis. Mucho de ese desempleo es el que se convirtió en inseguridad, cuando alguien necesitado de dinero, como todos los mexicanos, perdió su empleo y luego encontró ocupación en la delincuencia común u organizada.

DEVALUACIÓN NEGADA

Para variar, el gobierno federal asegura que la inflación ocurrida en el primer tramo de 2010 fue apenas consecuencia de algunos ajustes que no tendrán mayor impacto para los mexicanos. Esto lo aseguraba, a través de sus Secretarios de Estado, mientras la población volvía a resentir el incremento de impuestos y en el precio de los combustibles. Oficialmente, la inflación sigue siendo casi tan baja como antes… mientras la espiral ascendente en los precios se niega ante la mirada irascible de las mayorías.

El asunto no tendría mayor relevancia si el ingreso promedio de las personas no fuera tan bajo, o si incluso fuera más o menos equiparable al de Estados Unidos de Norteamérica. Mientras el salario mínimo en México en la mejor zona económica apenas si rebasa los 55 pesos diarios, en Estados Unidos el pago por una hora de trabajo es superior a los ocho dólares, como salario mínimo. Esta sola situación, además del costo de la vida en general y el potencial económico nunca semejante entre las dos monedas, deja ver el impacto que tiene para el bolsillo de los mexicanos, la inflación que el gobierno de la República se niega a reconocer.

Por si fuera poco, es evidente que en razón del precio de los combustibles oscilan los precios de prácticamente todos los de más productos de consumo básico. Salvo los que se producen en la región —y en estos también es relativo por la necesidad de transporte que tiene cualquier producto o servicio que se pretenda ofertar—, por todos los productos pagamos siempre un porcentaje de su costo de transporte. Aunque el costo de producción de cualquier cosa no varíe, si se incrementa el precio del transporte de todos modos habrá un incremento en su precio.

En el ejemplo, estos “gasolinazos” son los que recurrentemente han afectado a las familias mexicanas. Aunque el gobierno federal se ha negado sistemáticamente a reconocer la presencia de esta espiral inflacionaria que, desde el primer mes del año rebasó el cinco por ciento que todavía hoy se defiende y que se refleja todos los días en la economía familiar, es evidente que lo que se espera con el incremento en el precio de los combustibles, no es más que un ascenso todavía mayor de la inflación, la continuación en la negación de ésta, y la consecuente perpetuación de la pérdida del poder adquisitivo de los mexicanos.

Sin embargo, el presidente Calderón dice que vamos de maravilla.

DISCURSO CON BALAS

Sin duda, lo que más le preocupa a la administración federal es la violencia originada por los constantes enfrentamientos entre la autoridad y la delincuencia organizada. ¿Cómo negar la realidad y el terror que son hoy ciudades como Monterrey, Juárez, Reynosa y Tampico, en el norte de la República? ¿Cómo negar que, independientemente de ahí en particular haya una alta incidencia delictiva y de violencia, en todo el país se dan, todos los días, ajustes de cuentas, enfrentamientos y demás, que ponen en riesgo no sólo a los involucrados en acciones ilícitas, sino a la población civil, que sin deberla ni temerla, muere a causa del fuego cruzado entre bandas criminales?

México vive un disimulado estado de excepción, que aún con eso, pretende ser negado y escondido, para no ver una cruel realidad que todos los días mata y aterroriza a miles de mexicanos que simplemente no tienen con qué hablar bien del lugar hecho caos en el que viven.

Es cierto que hablar bien del país es un buen paso. Pero esto no debe convertirse en una fantasía a través de la cual se niegue después la realidad. Al dejar de pisar el suelo y ver lo que ocurre sin cortapisas y sin falsos temores, se pueden enfrentar de mejor modo los problemas. Sin embargo, nadie tiene la garantía de que el presidente Calderón esté dispuesto a dejar su mundo de felicidad y bajar a la realidad que todos los días palpamos y sufrimos los mexicanos comunes.


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