+ Visión de futuro: promover la homogeneidad social en México
En la mayoría de las ocasiones, se entiende como un cliché aquello de que “el primer paso para solucionar cualquier problema, es reconocerlo”. En realidad, la solución de cualquier problema está implícita en su propio planteamiento. En México, hay que reconocerlo incluso con dolor, reiteradamente nos hemos dado cuenta que buena parte de nuestro sistema gubernamental ha fracasado. Luego de un periodo de paz relativa y estabilidad, de más de 80 años, hoy México no ha alcanzado a superar buena parte de los mismos problemas que lo aquejaban desde su surgimiento como nación. Pobreza, desigualdades, analfabetismo, desempleo y marginación siguen siendo la constante… aunque nuestro país está en vísperas de cumplir 189 años como nación independiente —esto, si tomamos en cuenta que México logró su independencia en 1821, no en 1810, como común y erróneamente se considera.
¿Qué es lo que ha fracasado? ¿Hemos sido las personas, el gobierno, los gobernantes, o el modelo mismo de gobierno y distribución del poder que impera en el Estado mexicano, lo que ha fallado? La respuesta es que, acaso, la responsabilidad cae en todos los factores de la sociedad de manera conjunta. Particularmente, en lo que toca a la parte del modelo gubernamental y del ejercicio del poder, es donde recaen dos de las aristas más sensibles de nuestros problemas nacionales actuales.
México adoptó desde sus orígenes un sistema de gobierno que hasta entonces le era desconocido —por estar fuera de su tradición jurídica y política—, y a la par de ello se enfrascó en interminables disputas por el poder que, al final, no hicieron más que debilitar al país y al poder mismo. Cada peso que se gastaba en comprar armas o municiones, en financiar ejércitos regulares o grupos armados, para las decenas de asonadas y cuartelazos que ocurrieron en el siglo XIX mexicano, era un peso que se dejaba de invertir en los entonces casi inexistentes servicios básicos que tenía obligación de prestar el Estado a sus ciudadanos.
Con el paso del tiempo las circunstancias cambiaron pero la constante no: fuera con Antonio López de Santa Anna, don Benito Juárez, Lerdo o Porfirio Díaz, prevaleció la circunstancia de tener, pretender o lograr ejercer totalmente el control político desde el centro del país, y desde la persona misma de los gobernantes. Esto, a pesar de que desde la Constitución de 1824, se estableció al federalismo y la división de poderes, como dos de las piedras angulares de la conformación política y administrativa de nuestro país. A pesar de ser manifiesto, no hubo federalismo en México ni antes, ni como consecuencia de la Revolución Mexicana de 1910, que derivó en la promulgación de la Constitución de 1917.
Quizá por eso, hace seis décadas, el poeta mexicano Octavio Paz escribiría en su libro El Laberinto de la Soledad, lo siguiente: “La permanencia del programa liberal, con su división clásica de poderes —inexistentes en México—, su federalismo teórico y su ceguera ante nuestra realidad, abrió nuevamente la puerta a la mentira y la inautenticidad. No es extraño, por lo tanto, que buena parte de nuestras ideas políticas sigan siendo palabras destinadas a ocultar y oprimir nuestro verdadero ser”.
¿FEDERALISMO REAL?
Esa era la realidad nacional en los albores de la década de los cincuentas, en el siglo XX; en gran medida sigue siendo la constante ahora que estamos en vísperas de finalizar la primera década del siglo XXI. ¿Por qué?
Porque a nivel jurídico-político, nuestro federalismo tiene apenas unos años de —medio— haberse logrado en cuanto al acotamiento —también relativo— del poder presidencial; pero también porque todos los días podemos darnos cuenta de que, en diversas materias, sigue predominando el centralismo que –según- tanto hemos luchado por combatir. Nuevamente: ¿Por qué?
Más del 30 por ciento del total de la población nacional, vive en las tres o cinco ciudades más importantes de la República Mexicana. A diferencia de un federalismo como el estadounidense, en México sólo tenemos como centros económicos potenciales a tres ciudades; al norte de nuestra frontera, ese potencial no sólo se reduce a Nueva York o Washington. Tanto del lado del Océano Atlántico, como del Pacífico, tienen potencias económicas (Illinois o California, por citar dos ejemplos) Estados Unidos tiene potencias económicas que no son consecuencia más que de una distribución presupuestal más igualitaria, honesta y equitativa.
Pero no sólo eso. En México existen 32 entidades federativas, en las que abundan las desigualdades en cuanto al reparto del dinero público. Lo mismo ocurre con los 2440 municipios habientes en México: el gobierno federal —que es quien reparte la riqueza pública— sólo se encarga de “tener contentos” a los cien municipios más ricos, repartiéndoles grandes cantidades de dinero; y de hacer más o menos lo mismo con los 100 más pobres, por razones políticamente correctas de apoyo a las zonas más marginadas. Sólo que, en medio, deja en la total desatención a la gran, gran mayoría de las demarcaciones territoriales básicas.
Se puede argumentar a favor del federalismo en México, quizá como la opción más viable para atajar las concentraciones de poder que tanto daño le han hecho al país. Pero no se puede decir que ese federalismo sea exitoso cuando existen abundantes problemas de orden social que no han sido resueltos. No puede ser así, tampoco, cuando el propio federalismo mal entendido en el otro extremo, ha convertido a los gobernadores en auténticos virreyes que pueden hacer y deshacer a discreción dentro de los territorios que gobiernan, o cuando los municipios se aparecen ya como meras figuras administrativas, que no gozan de la importancia, el sustento jurídico y el potencial suficiente como para detonar el desarrollo de las demarcaciones. Situaciones similares se derivan en cuanto a la imposibilidad de generar empleos, educación de calidad, servicios suficientes y competentes de salud, o un sistema de distribución de la riqueza que causara menos estragos o desigualdades sociales.
TAREA INACABADA
Es un gran logro haber comenzado a dar los primeros pasos en cuanto al federalismo visto desde la lógica del ejercicio del poder. Debe ahora “aterrizarse” a los múltiples rubros en los que, como decía Paz, sigue predominando la inexistente división de poderes en el país, el federalismo teórico y una dolorosa ceguera –o negación- de nuestra realidad actual.
almargenoaxaca.wordpress.com