Confrontación GCM-URO: ya debía terminar

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+ Hostilidad, poco útil en condiciones actuales

Más allá de sus propios errores como político, Gabino Cué Monteagudo fue, y es, el villano favorito del actual grupo gobernante. Lo es ahora, y lo fue antes, aunque la diferencia se encuentra entre lo frontales que eran las disputas y descalificaciones ­­—que eran mutuas— hasta antes del 4 de julio, y lo disimuladas que, quizá, sean a partir de ahora que él es el inminente gobernador electo de Oaxaca, y que comienza a construir una relación de entendimiento con el gobernador Ulises Ruiz Ortiz. La hostilidad era hasta cierto punto natural, como ahora quizá lo sea la aparente civilidad y prudencia entre los grupos políticos entrante y saliente.

A diferencia de otros “rencores” que tiene el grupo político del gobernador Ruiz, es evidente que el que añeja respecto a Gabino Cué Monteagudo, es uno de los más antiguos y enraizados. Desde hace seis años, ambos personajes y grupos, ya eran adversarios políticos declarados, y ya contaban entre sus haberes varios frentes no de batalla política, sino de guerra; ya habían competido por conseguir el máximo cargo político de la entidad; y unos y otros ya se habían lanzado todo tipo de acusaciones sobre su respectivo pasado, sus orígenes, su desempeño en el sector público, e incluso, en algunos casos, sobre aspectos personales o maritales, e incluso respecto a sus preferencias sexuales.

Así, si desde 2004 la cadena de agravios entre uno y otro grupo ya era extensa, seis años después ésta supuraba ya adversidades y odios, que bien podrían haber ya traspasado lo político para convertirse en asuntos personales. Las discordias no habrían sido sólo entre los personajes directamente involucrados, sino fundamentalmente entre los grupos que rodeaban a cada uno de ellos. En esas circunstancias, lo menos que podía esperarse era que una vez reeditada la más intensa de las batallas entre ambos grupos —la de la gubernatura del Estado—, era que también los rencores mostraran sus residuos y nuevamente adquirieran concentración.

Eso fue exactamente lo que ocurrió en la reciente campaña proselitista. Aún cuando el equipo de campaña, y el propio candidato del Partido Revolucionario Institucional a la gubernatura del Estado, Eviel Pérez Magaña, aseguró —y en buena medida lo cumplió— que no se referiría directamente a Gabino Cué como uno de los ejes de ataque de su discurso, fue claro que los personajes que lo rodearon, y el propio gobernador Ruiz como militante priista, sí fueron implacables en los juicios emitidos en contra de su adversario y la alianza que lo postulaba. Aunque con mucha menos cobertura mediática, fue evidente que el entonces candidato Cué sí estableció como uno de sus elementos discursivos el ataque directo a la administración estatal y al gobernador Ruiz.

Incluso, una vez ocurrida la jornada electoral, y conocido el desenlace de ésta, ciertos núcleos del priismo se negaban a reconocer las circunstancias, y fue eso lo que motivó que las hostilidades se reavivaran, aunque mutuamente, con motivo de la conformación del llamado “equipo de transición” y la exigencia del inicio del proceso de entrega-recepción de la administración estatal.

En el fondo, ésta no era propiamente una batalla por lograr una transmisión de poderes ordenada y sistematizada. Fue, más bien, el pretexto a través del cual, una vez más, ambos grupos trataron de medir fuerzas. Por un lado, los opositores que habían ganado la elección, aún sin tener la legitimación legal necesaria, dispusieron el inicio inmediato de los trabajos de entrega-recepción, como una muestra de derrota aplastante para sus adversarios.

Por su parte, los oficialistas que habían perdido los comicios trataron de envolverse en diversos legalismos para justificar sus particulares resistencias a iniciar unos trabajos de transmisión de poderes que, irremediablemente, en algún momento, y antes del mes de noviembre, tendrían que comenzar a ocurrir.

Así, una vez que tanto el Gobernador en funciones, como el Mandatario electo, se sentaron en una mesa a tener un primer diálogo institucional, quedaron atrás las hostilidades que muchos esperaban, pero que parecían indeseables para una entidad como Oaxaca, que de por sí abreva incontables turbulencias y frágiles equilibrios políticos. Si ambos se jactaban de ser políticos reales, entonces más temprano que tarde tendría que haber ocurrido este encuentro que, valga decirlo, tampoco deberá ser entendido como un sinónimo de tersidad o avenencia en la transmisión de poderes.

NECESIDAD MUTUA

Pero además de las razones estrictamente políticas, era ya evidente la urgencia de un primer acercamiento entre ambos grupos. En un primer momento, esto se aparece como una garantía de entendimientos mínimos. Pero también es una muestra de que más allá de los rencores personales o de grupo, en ambos bloques tienen la idea clara de que uno no podrá gobernar, ni ser oposición, sin el otro.

El gobierno de Ulises Ruiz dice ser el más auditado del país. Sin embargo, es claro que no en sólo los puntos estratégicos que se han revisado en auditoría, sino en las múltiples dependencias que tiene la administración estatal, habrán de ocurrir faltantes y la revelación de ejercicios presupuestales ilegales, que necesariamente tendrán que ser enfrentadas por ambos grupos, pero que pueden evitarse a través de una revisión conjunta en tiempos —como éstos— que aún no son apremiantes.

Por su parte, el gobierno de Gabino Cué tendrá múltiples necesidades que sólo podrán ser solventadas, ahora y después, a través de cierto grado de entendimiento con quienes fueron sus adversarios. Esto no necesariamente debe significar una política de “borrón y cuenta nueva”, sino más bien de conjunción de las tareas que hasta ahora se han realizado, con el proyecto de gestión y políticas públicas que tiene el nuevo gobierno.

ADVERSARIOS, SIEMPRE

Es evidente que adversarios nunca dejarán de ser, y que ahora mismo lo siguen siendo. Sin embargo, en los umbrales del cambio de administración, ninguno de los dos grupos tiene todas las certezas consigo. Por eso comenzamos a ver con claridad esas aparentes actitudes de civilidad y compromiso con el diálogo, que ambas partes se reiteran, ahora que las controversias legales están prácticamente resueltas. Este entendimiento será sólo momentáneo. Por eso ni se le dará carpetazo al pasado, como tampoco ocurrirá una disputa a muerte, como muchos lo pronosticaban. No, por lo menos ahora.

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