Libertad de expresión: aquí sólo debemos ejercerla

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+ Gobierno: debe tener algo más que simple respeto

 

Debiéramos comenzar a cambiar la forma en cómo vemos, en nuestra sociedad, ciertos valores como el respeto y la tolerancia, frente a garantías consagradas para todos los ciudadanos como lo es la libertad de expresión. Desde el poder, “respeto” y “tolerancia” no parecen ser actitudes asimiladas, sino simples actos de permisividad concedidos de mala gana a quienes se envuelven esa bandera, lo mismo para utilizarla correctamente que para justificar en ella sus propios excesos. En una sociedad como la nuestra, que busca evolucionar democráticamente, todos debíamos repensar nuestro papel y actitud frente a la libertad de expresión.

Veamos, como corresponde, el caso particular de Oaxaca. Aquí —como en todo el país— el camino de la libertad de expresión ha sido siempre paralelo al de las libertades democráticas. Y éste, sin duda, ha sido cuesta arriba. Por eso, a la par que los ciudadanos han ganado espacios, y han incrementado su interés en la vida pública, también se ha exigido que los medios de información tengan más calidad, y más responsabilidad a la hora de ejercer su labor.

Ciertamente, en Oaxaca, como en todo el país, el ejercicio de la libertad de expresión no es pleno, ni acabado, ni del todo perfeccionado, ni ajeno a ciertos vicios que aún lo continúan lastimando.

Asimismo, aquí, como en todo México, los medios de información continúan enfrentando ciertos intentos de sometimiento y acallamiento que se orquestan desde los poderes públicos, para tratar de controlarlos, domarlos o, incluso, colonizarlos. Son vicisitudes que, vistas a contraluz, no resultan sino ser consecuencias, y reflejos, del tipo de democracia en que vivimos, la cual tampoco es del todo plena, ni acabada ni respetada del todo en los aspectos teóricos en que fue concebida.

Tradicionalmente, en nuestro país se acostumbraba decir que la prensa era “el cuarto poder”. En el aspecto visible, se consideraba así por la influencia natural que los medios de información —a través de sus representantes— pueden llegar a tener en la vida pública de una sociedad. Pero también, visto el calificativo a valores entendidos, y en las particularidades del México gobernado por el partido hegemónico, era el “cuarto poder” porque la prensa era uno más de los poderes (formales o fácticos) que estaba sometido a la potestad del gobernante en turno.

Estas ideas comenzaron a desterrarse cuando los ciudadanos fueron ganando capacidad de incidir en las decisiones públicas, y se obligó (paulatinamente, en los últimos veinte años) a que las concentraciones de poder comenzaran a diluirse, y se diera un ejercicio real de las libertades que nos reconocía y garantizaban las leyes vigentes.

Fue así como, a la par del empoderamiento de la democracia electoral, el voto ciudadano, la división de poderes, y el desmantelamiento parcial de la hegemonía avasalladora del Poder Ejecutivo, también se fueron ensanchando los cauces de la libertad de expresión. Por eso, hoy los medios de información pueden decir y publicar mucho más que hace dos décadas.

Sin embargo, es son pésimos signos que frente a todo esto hoy exista una mayor incidencia de ataques contra la libertad de expresión; que se abone más a la satanización —o a la martirización, según sea el caso— que al ejercicio responsable de esa garantía; y que la ciudadanía continúe sintiéndose ajena a un asunto que no es exclusivo de quienes detentan el poder y los periodistas, sino que nos abarca a todos.

 

LIBERTAD, TOLERANCIA E INTERÉS

Nuestra sociedad está aún lejos de concebir la tolerancia y el respeto como valores en sí mismos. Estamos acostumbrados a respetar y a tolerar al otro, no entendiendo cabalmente su propia esfera y límite de derechos —en los que no tenemos posibilidad de incidir o “meternos”—, sino más bien actuando nosotros de mala gana, y tolerando y respetando sólo como una cuestión de decoro, de convencionalismo social, o de una actitud “políticamente correcta”, pero sin el convencimiento real de que lo que estamos haciendo es lo que naturalmente debía hacerse, y que por esa razón esa debía ser la conducta adecuada.

Eso es lo que ocurre comúnmente, y es claro que quienes ejercen el poder no son ajenos a ello. Los gobernantes manifiestan cada que pueden, que son “respetuosos” de la libertad de expresión, y de los trabajadores de la información, aunque lo cierto es que en ocasiones recurrentes éstos mismos orquestan ataques disimulados, utilizan la publicidad oficial como arma de presión o control sobre la línea editorial de los medios, o se valen de argumentos, amagos o recursos legales para tratar de limitar el trabajo responsable de quienes ejercemos el periodismo.

Por eso, en el mejor de los casos la visión de quienes ejercen el poder debía ir al nivel siguiente para asumir la libertad de expresión como un valor en sí mismo, y dejar de sólo respetarla con resquemor o desgano; y nosotros mismos, los trabajadores de la información, debíamos también asumir que debemos imprimir un mayor grado de responsabilidad y congruencia en nuestra labor, para evitar seguir siendo víctimas de nuestras propias inconsistencias, errores, e incluso vicios, y para atajar eficazmente a quienes se sienten agredidos cuando se da a conocer información que pone en evidencia relaciones peligrosas, yerros o actos de corrupción cometidos desde el sector público.

Y en el fondo, todos debíamos honrar a la libertad de expresión no con celebraciones ni arengas ni lisonjas, sino con un mejor entendimiento de lo que éste derecho implica, y con un ejercicio más intenso y cotidiano. Los hombres de poder deben asumir que la libertad de expresión es un derecho consagrado, y no una concesión graciosa de ellos; los trabajadores de la información, debemos asumir el imperativo ético y de responsabilidad con que debemos realizar esta labor. Y, en todo caso, la sociedad también debe hacerse parte de esto, y utilizar las herramientas a su alcance para obligar al poder público a transparentar sus decisiones, el uso de los recursos, y el ejercicio de las atribuciones que le confiere la ley.

 

CIUDADANÍA PUJANTE

Nos hace falta eso: una ciudadanía más exigente y activa en todas las aristas de la libertad de expresión. Todos, de distintos modos, podemos alzar la voz permanentemente. Esta no es sólo cuestión del gobierno y la prensa. Cuando lo entendamos, entonces tendremos una sociedad con parámetros democráticos más y mejor definidos.

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