México: una nación sin proyecto en siglo XXI

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+ Sólo inmovilismo, improvisación y estruendo

 

Hoy debería preocuparnos sobremanera las múltiples señales, que siguen apareciendo por doquier, de que México es un país sin proyecto y sin rumbo. Aunque somos una nación con más de cien millones de habitantes, y una riqueza natural y productiva inmensa, nuestra sociedad y gobierno no pueden traspasar la barrera de resolver sólo los problemas cotidianos e inmediatos, y desde hace tiempo las grandes discusiones han sido aplazadas, o reemplazadas por la reyerta, las disputas bizantinas, o las francas luchas por el poder.

Uno de los rasgos más característicos de esta situación, es que México ha tratado de ser reinventado cada seis años, no sólo en el ámbito federal, sino también en lo tocante a las entidades federativas, los municipios, e incluso los núcleos sociales más básicos. Se ha vuelto costumbre en nuestra sociedad, que el capricho es bien visto como sinónimo de poder, y que la lejanía con el sentir social y con el disenso, son también características propias de quien ejerce el poder. Bajo esa lógica hemos andado un camino sinuoso que hoy, a la luz de los resultados, sólo nos ha dejado desastres.

Hoy tenemos ejemplos abundantes de ese fracaso. Sólo en las administraciones estatal y federal que tenemos más a la mano (es decir, la recién terminada del gobernador Ulises Ruiz y la del presidente Felipe Calderón), hemos visto cómo las acciones inopinadas e intransigentes no son sino sinónimo de testarudez, de obras controversiales, y de un enorme malestar ciudadano por la carencia no de visión o de talento, sino de sensibilidad de los gobernantes.

En el caso particular de Oaxaca, el gobierno de Ulises Ruiz decidió la construcción de un manteado en el Auditorio Guelaguetza. Aunque lo propusieron desde inicio del sexenio, y luego se resistieron a ejecutarlo por la falta de consenso y aprobación ciudadana, no fue sino la fortaleza (sí, fortaleza) obtenida por el conflicto magisterial del 2006 (cuando el gobierno se dio cuenta que ni la Sección 22 ni los grupos de lucha social organizados eran capaz de derrocarlo), que la administración estatal se decidió a edificar la velaria, independientemente de lo que la ciudadanía dijera o disintiera.

¿Qué beneficio real, tangible, medible, traerá a Oaxaca esa obra? Quién sabe. ¿Qué impacto positivo tiene sobre la ciudad? Más allá de la opinión ciudadana (que es el aspecto subjetivo por excelencia), igual, nadie sabe. ¿Qué consenso tuvo? Ninguno. ¿Y lo necesitaba? En una sociedad democrática, sí. Pero en una como la nuestra —tan apática y a la vez tan urgida de soluciones—, no. Y así fue.

Ahora bien, veamos lo que ocurre con el gobierno federal. Apenas el pasado jueves, hubo un intenso debate, inédito, entre el presidente de la República y el poeta Javier Sicilia, que encabezó por todo el país una marcha en contra de la inseguridad y la violencia, pero también en contra de la política de seguridad federal, por considerarla errónea y promotora de la muerte y el luto en más de 40 mil familias mexicanas.

A pesar de que el diálogo fue fraterno por momentos, y por otros duro e incluso condenatorio, al final todo pasó para que nada cambie. Esto porque si bien el gobierno federal se comprometió a escuchar todas las voces y a rectificar cuando sea necesario, en realidad todos esos fueron planteamientos demagogos, y tendientes a neutralizar las críticas de quienes junto con Sicilia cuestionan la estrategia de seguridad, pero no de verdad para cambiar algo sustancial.

 

PAÍS DE MAGIA

Otro de los aspectos que, además de los anteriores, revela nuestra indisposición al cambio y al debate real de los temas urgentes para el país, es la incapacidad que ha demostrado nuestra clase política para abordar los temas de verdad prioritarios para la nación, y la enorme cantidad de tiempo que ha perdido en la esterilidad del debate inicuo entre fuerzas políticas, partidos o facciones, por la detentación del poder.

Imbuidos en esa lógica, cada seis años los candidatos a cargos públicos prometen la reinvención del país; la solución de los problemas más apremiantes, y la materialización de las respuestas. Pero una vez en el poder se curan en salud asegurando que no existen remedios infalibles para hacer todo lo que antes habían prometido. En esa lógica se nos ha ido gran parte del tiempo como nación.

En este sentido, el periodista René Delgado apuntaba el pasado sábado en su columna Sobreaviso, publicada en el periódico Reforma: “Sexenio a sexenio retumba en los oídos el socorrido recurso o regaño, subrayándole a la ciudadanía que no hay fórmulas ni varitas mágicas para corregir errores o resolver problemas. Los gobernantes regañan a los gobernados por andar creyendo en esas supercherías, pero nomás no se plantean en serio sentar las bases para modificar —así sea, en el largo plazo— esa realidad generadora de resbalones y malestares. No hay magia dicen, pero no trabajan a ciencia, conciencia y paciencia en la solución de los problemas. El absurdo de esa conducta es que los propios dirigentes, sexenio a sexenio, agitan en el aire esas varitas para ver si, de milagro, se hace la magia…

“Desde fines del siglo pasado y dado el robo de autos se determinó la necesidad de contar con un registro de automóviles y ésta es la fecha en que ese registro no acaba de integrarse. Desde fines del siglo pasado y dada la inseguridad pública se determinó la necesidad de integrar una nueva Policía Federal y ésta es la fecha en que se debate el modelo policial nacional deseado.

“Desde fines del siglo pasado y dado el problema de recaudación fiscal se determinó que no podía seguirse sangrando a Pemex y ésta es la fecha en que la reforma fiscal no acaba de concretarse. Desde principios de siglo y, quizá, desde antes se planteó la reforma del Estado y los diputados están decididos a crear un foro de discusión. Desde hace una eternidad se habla de la simplificación fiscal y, año con año, el asunto se complica: el contribuyente requiere del especialista para saber cómo, dónde, cuándo tiene que pagar impuestos.”

 

LOS MISMOS PROBLEMAS

¿Qué remedio han hallado, con verdadera eficacia, los hombres y mujeres que conducen nuestra nación, a por lo menos alguno de ese listado de problemas? Tal parece que ninguno. ¿Y qué, y cómo, hemos exigido nosotros como ciudadanos? Queda claro que nada. Así no podremos esperar que haya, por arte de magia, solución a ninguno de los problemas que se supone que son apremiantes para toda la población.

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