Alianza fracasada: nadie se hace responsable

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+ Todos privilegian intereses, no agenda común

 

Nadie debía escandalizarse por el reconocimiento hecho por el diputado Flavio Sosa Villavicencio del fracaso de la alianza legislativa que, hace un año, hicieron las fracciones de los partidos Acción Nacional, de la Revolución Democrática, del Trabajo y Convergencia, en el Congreso del Estado.

Nadie debía sorprenderse, porque ante la falta de voluntad política real, de una práctica legislativa de avanzada, y de una verdadera agenda de temas comunes, lo único que quedaba es que los partidos representados defendieran sus intereses particulares, y reiteraran sus prácticas tradicionales (y corruptas) de negociación de sus conciencias y votos. Ninguna alianza medianamente civilizada y comprometida, puede conducirse —o incluso sostenerse— cuando ésta se pretende construir sobre las bases podridas del pasado, del que también ellos fueron parte.

Uno de los lugares comunes con los que los partidos de oposición critican al otrora oficialismo del PRI en el Poder Legislativo, es porque, dicen, los diputados priistas en los tiempos del partido hegemónico estaban reducidos a simples “levantadedos” que obedecían sin reparos las órdenes del Jefe Político en turno. Critican, hasta ahora, la falta de voluntad propia en que siempre incurrieron, y la sumisión al poder que nunca quisieron cambiar.

No obstante, esa crítica aguda —y, sin duda, cierta— al priismo del pasado, que gobernó en los tres poderes del Estado, y en los tres órdenes de gobierno, nunca ha pasado por un proceso similar de autocrítica sobre lo que fueron no las grandes bancadas de oposición habidas en ciertas Legislaturas locales o federales de otros tiempos, sino los antecedentes inmediatos —es decir, los diputados de las últimas legislaturas previas a la actual— de quienes prometieron democratizar el ejercicio de la política, pero hoy están reconociendo sus incapacidades y fracasos.

Los diputados de oposición, todos, hoy chocan con una realidad en la que ya no pueden responsabilizar al priismo autoritario del pasado. No lo pueden culpar, porque nadie puede responsabilizar a otros de sus propios vicios, desviaciones y prácticas indebidas.

Y es que los diputados tradicionalmente de oposición (varios de ellos, hoy parte de la llamada “Coalición legislativa”) se acostumbraron a hacer de su cargo y su posición, un negocio de rentables ganancias. Hicieron práctica común la de negociar e intercambiar por algo (casi siempre material o económico, y casi nunca confesable) el sentido de su voto y su criterio. Se acostumbraron a criticar hasta lo más simple cuando era conveniente, y a dejar pasar —e incluso convalidar— las decisiones más abominables, cuando había cierto interés o conveniencia, particular o de grupo, involucrado en ellas.

Confundieron también el diálogo político o el intercambio parlamentario, con groseras y poco claras negociaciones, en las que la concertación se mimetizaba con la connivencia, y en las que se perdía el límite entre lo legal y legítimamente posible, y lo que ya rayaba en prácticas nocivas para la democracia.

Seguramente hoy todos los diputados integrantes de esa Coalición legislativa, dirán que lo antes relatado no era parte de la dinámica común de las fracciones opositoras, en los tiempos del partido hegemónico gobernante. Seguramente se darán baños de pureza. Pero, sin duda, en esas prácticas de antaño —que en muchos casos no se han extinguido—, se encuentra buena parte de la explicación sobre el fracaso de los acuerdos actuales entre los partidos coaligados.

No antepusieron a todos sus intereses la defensa del interés general; no existe la agenda común, que era requisito indispensable para el funcionamiento de su alianza; no establecieron criterios comunes para hacer frente a los intentos de desbordamiento del poder; parecen incluso no haber establecido esos acuerdos con su par, el Ejecutivo del Estado, para trabajar juntos a favor de Oaxaca. En esas condiciones, ¿cómo querían que su coalición fructificara?

 

ERRORES ACTUALES

Algo gravísimo que ocurre entre la administración estatal y las fracciones integrantes de la coalición legislativa en el Congreso local, es que no existe comunicación ni convencimiento sobre el trabajo conjunto. El conjunto de fracciones parlamentarias no ha servido para corregir y mejorar el rumbo del gobierno, sino únicamente para convalidar sus decisiones, independientemente del contenido, posibles errores y alcances de ellas.

Del mismo modo, el Gobierno del Estado no ha buscado un verdadero consenso o convencimiento respecto de las fracciones parlamentarias, para que éstas voten apoyando las iniciativas oficiales, verdaderamente convencidas de que la decisión tomada es la correcta.

Lejos de eso, dese la administración estatal han continuado con la vieja práctica de utilizar “cañonazos”, avasallamiento, o exigir demostraciones de incondicionalidad a los diputados (y éstos lo han aceptado). Y aunque todas éstas prácticas logran el objetivo de tener una votación mayoritaria en un sentido previamente definido, queda claro que esas no son formas de un gobierno —o de un Congreso— que se jacte de ser verdaderamente democrático.

Por si algo más faltara, tampoco existió una verdadera agenda de temas comunes que los partidos aliados propusieran a la Legislatura, y que se encargaran de llevar hasta sus últimas consecuencias. Prueba de ello, es que la aparente gran muestra de voluntad que se dio con la reforma constitucional aprobada desde el mes de abril pasado, aún no ha sido articulada a través de las varias docenas de leyes ordinarias que necesitan ser reformadas para verdaderamente poder ejercer el conjunto de nuevos derechos establecidos en la modificación constitucional.

Por todo eso, lejos del estruendo y la consternación hipócrita por las declaraciones del diputado Sosa Villavicencio, muchos en el Congreso debían estar revisando sus prácticas, su eficiencia, su efectividad, y el grado de compromiso (pero el de a de veras, no la demagogia de las palabras con las que siempre se justifican) que han demostrado hacia Oaxaca.

 

MUSEO DEL PELIGRO

¿Quiere echar a perder su vehículo en menos de dos kilómetros? Visite el museo de las parrillas rotas, en la carretera al fraccionamiento El Rosario. Ahí su adrenalina subirá al límite, conduciendo entre hoyancos, fosas y trampas para su vehículo. Si la suspensión del auto sobrevive, cuídela y reconózcala. Será muestra de que en verdad es muy resistente.

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