+ Gobierno sin credibilidad; sociedad disuelta
Como para no amargarnos la existencia, y como para también aplicarnos algún tipo de “sedante” frente a esta abrumadora realidad nacional, insistimos —incluido el autor de estas líneas— en asegurar que vivimos en una democracia, y que los principios constitucionales de legalidad y Estado de Derecho se cumplen, o al menos eso se pretende, al pie de la letra. Sólo que, de frente a la realidad, nosotros mismos nos damos cuenta —aunque no queramos— que estamos bien lejos de lo que afirmamos.
Dos ejemplos nos ponen en claro lo anterior. El primero tiene que ver con la elección de Gobernador en el Estado de Michoacán, en la que compite nada menos que una hermana del presidente Felipe Calderón Hinojosa. El segundo, tiene que ver con el terrible accidente aéreo ocurrido ayer viernes, en el que el secretario de Gobernación, José Francisco Blake Mora, y siete personas más, perdieron la vida. ¿Por qué hablar de estas cuestiones? Las respuestas son abrumadoras.
Vayamos al primero de los casos. El Presidente de la República, es el Titular del Poder Ejecutivo Federal, y por tanto Jefe de la Administración Pública Federal. Ésta, a su vez, es la que se encarga de aplicar los recursos que le autoriza el Congreso para cumplir con los fines del Estado, y es también la que se encarga de recaudar esos mismos recursos que se utilizarán para las mismas cuestiones.
Esto, en términos sencillos, implica que el Presidente tiene una gran capacidad de acción y de influencia. Pero, se supone, esto debe estar expresamente limitado al ámbito de sus atribuciones, y a los límites que le marca la ley. Pero ni esos recursos públicos ni su influencia política, se supone, debían servir para hacer ganar elecciones a su partido o a sus candidatos, y mucho menos para aplicar métodos de ingeniería electoral. Eso, en cualquier democracia que medianamente se jacte de serla, es simplemente inadmisible.
Sin embargo, ¿qué ocurre en México? Que aquí vemos de lo más normal que el Presidente de la República, o los Gobernadores, o los Jefes Políticos de las regiones, e incluso los caciques de las comunidades, se involucran de la manera más indebida en los asuntos políticos que no les competen, y pretenden determinar siempre sus resultados a través de la aplicación de los recursos económicos, o de los mecanismos que fueron creados para otros fines, pero no para los procesos electorales.
Aquí en México, por ejemplo, se dice con entera libertad, y hasta normalidad, que “el Presidente está operando en Michoacán la más importante de sus batallas políticas”; que él es el Jefe de Campaña de su hermana Luisa María Calderón Hinojosa, o que influye de manera determinante a través de la presencia policiaca militar y policial, o por la vía de la presión económica al gobierno estatal de aquella entidad, a través de la retención de las participaciones federales que le corresponden a ese estado.
¿No debían ser cuando menos escandalosas, afirmaciones como éstas? En cualquier otra democracia que no fuere la nuestra, esto sería por completo inadmisible. No obstante, aquí entre nosotros todo resulta ser normal: que el Presidente de la República utilice el aparato del Estado a favor de su hermana; que siga siendo el gran operador político del PAN; que haya destinado recursos infinitos para sembrar el terror o el miedo en la población; o que como lo hizo en la víspera de los comicios federales de 2009, aplique un operativo —luego conocido como el “Michoacanazo”— para aprehender a figuras políticas opositoras a él, acusadas de ser empleados del narco.
El problema no es sólo que haga todo eso —porque claro que es él quien encabeza esa y muchas más acciones—, sino que los mexicanos lo sepamos y lo asumamos con tanta naturalidad. Como si esos vicios, inadmisibles, fueran ya una condición irremediable de nuestra clase política, para la cual ya no nos queda ni siquiera la posibilidad de reclamar o de exigir conductas distintas.
GOBIERNO SIN CREDIBILIDAD
Ayer viernes cayó un helicóptero del Estado Mayor Presidencial, en el que viajaban el Secretario de Gobernación (el principal “presidenciable”, o potencial sustituto inmediato ante una falta repentina del Presidente de la República, según nuestra tradición política particular), algunos de sus colaboradores y elementos de la Fuerza Aérea Mexicana. El hecho de inmediato provocó no sólo la consternación generalizada de la clase política y el pueblo mexicano, sino también una serie de sospechas sobre la causa que pudo haber provocado la caída de la aeronave.
La primera duda surgió por algo muy poco común. Hasta donde se sabe, a ningún Presidente mexicano, y acaso del mundo, se le han muerto dos Secretarios de Gobernación —u ocupantes del Ministerio del Interior, o de funciones equiparables a las del cargo que ocupó el fallecido secretario Blake Mora— en accidentes ocurridos en aeronaves pertenecientes al gobierno de la República. Primero fue, en noviembre de 2009, Juan Camilo Mouriño Terrazo, y ahora José Francisco Blake Mora.
Como es natural, el gobierno federal solicitó a la opinión pública evitar las especulaciones, y esperar a que fuera un peritaje el que determinara las causas por las que el helicóptero se desplomó. Fue exactamente lo mismo que hizo cuando cayó el avión que transportaba a Mouriño. El problema es que, desde hoy, y casi de antemano, se percibe un altísimo grado de incredulidad por parte de la ciudadanía. No conciben como algo creíble, el hecho de que dos Secretarios de Gobernación hayan muerto en accidentes aéreos, mientras se desarrolla la más intensa guerra contra el crimen organizado que haya librado el gobierno mexicano en toda su historia.
NADIE CREE
Cuando ocurrió el accidente de Mouriño, quedó siempre una estela de duda. Hoy, por ese conjunto de circunstancias, es mucho menos posible que la sociedad mexicana crea la versión que ofrezca el gobierno federal. Y es que no, no se trata de que los mexicanos a fuerza queramos escuchar que se atienda a las infaltables teorías de la conspiración, que apuntan a que el accidente fue en realidad un atentado. El problema es que, en realidad, tenemos a un gobierno tan desacreditado, que sea cual sea la respuesta final a esta interrogante, de todos modos nos costará trabajo creer. Y la falta de credibilidad, es otro ingrediente grave que resalta de lo engañoso que resulta ser para nuestra sociedad y gobierno, la idea de la democracia. Algo gravísimo.
hasta donde conozco,cuando muere o es destituido el presidente, el congreso de la unión debe nombrar al presidente interino o sustituto y en los recesos de éste,la comisión permanente nombra a un presidente provisional y luego convoca a sesiones extraordinarias.Pero aún en esos casos no queda claro cómo se desarrollará ese procedimiento y no estaía de más precisarlo.Nocrees?SALUDOS.