Informe: la oportunidad democrática, perdida

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+ Diputados: ¿cooptación o desdén por su labor?

 

Aún cuando pudiera parecer positivo el retorno de la tradición política, en la que el Gobernador del Estado visita personalmente la sede del Congreso del Estado para entregar su informe anual de gobierno, es claro que, al menos en esta ocasión, fue una inmejorable oportunidad desperdiciada por todos los involucrados. Aunque todos manifestaron voluntad por la reedición del informe presencial, queda claro que nadie quiso darle al menos las formas democráticas mínimas de un supuesto Estado en transición, como el nuestro.

Quienes conocen la historia política reciente de nuestra entidad, afirman que fue en 1994 la última ocasión en que un Gobernador del Estado (en los tiempos del gobernador Diódoro Carrasco Altamirano) visitó el Congreso para entregar personalmente el informe sobre el estado en que se encuentra la administración pública del Estado.

A partir de entonces, los Mandatarios en turno prefirieron dejar de lado esa tradición —que en algún tiempo fue considerada, al estilo presidencialista, como “el día del Gobernador”—, pero no porque consideraran a ésta como una forma política caduca o representativa de la imagen antidemocrática que intentaban eliminar.

Más bien, con el aval de la Constitución (que no obliga a la visita del Gobernador al Congreso, para entregar el Informe), decidieron terminar con este esquema por los problemas que les ocasionaba. Más que la adulación y los elogios de antaño, éste era un día de protestas, marchas multitudinarias, y hasta potenciales enfrentamientos. Dejaron atrás el protocolo, pues, por las incomodidades que éste ya generaba, y no por una vocación democrática de avanzada.

A partir de entonces, la entrega del Informe fue un mero acto protocolario (ahora protagonizado por un subordinado del Gobernador, que sí estaba obligado a sortear todo tipo de inclemencias durante el acto), que luego se complementó con el establecimiento de la obligación de todos los integrantes de la administración pública estatal, de comparecer ante las comisiones de la Legislatura, cuando éstas requirieran su presencia para abundar o aclarar cierto tema, o para abundar los datos contenidos en el Informe durante el periodo denominado como de “glosa”.

No obstante, el gobernador quedó exento de la solemnidad de ser quien rindiera cuentas sobre su gestión; y si esa situación se mantuvo así por alrededor de tres lustros, fue porque de algún modo todos estaban cómodos con esa situación. Es decir, que ni el Gobernante en turno tenía ganas de revivir aquellos momentos cargados de claroscuros y tensión, y los diputados tampoco parecían tener interés en constreñir al Mandatario para que cumpliera con una solemnidad que, nos guste o no, ha sido parte de nuestra cultura y tradición política.

Tuvo que venir el tiempo del cambio. Y con éste quedó de manifiesto que el gobernador Gabino Cué Monteagudo sí tendría la legitimidad, la disposición, y el bono democrático, como para acudir personalmente al Congreso a entregar su informe de labores, y emitir también un discurso desde la tribuna legislativa.

Hasta ahí todo parece correcto, y hasta plausible. El problema es que esa voluntad no fue honrada por un interés democrático genuino. Porque aunque revivió el informe, éste apareció a través del formato más anticuado y antidemocrático posible. El problema es que el Ejecutivo lo planteó de ese modo; y el Legislativo, cómplice y servil —como sigue siendo frente al Ejecutivo—, así lo convalidó.

Por eso, el acontecimiento político de ayer martes no alcanza a llenar los requerimientos democráticos mínimos de la actualidad. Y tampoco puede, ni debe, convertirse en un modelo para los años siguientes —si es que el Mandatario pretende seguir con la tradición de acudir personalmente al Congreso a entregar su informe.

 

CONVALIDAR LO ARCAICO

El regreso de la tradición del informe de gobierno, en un escenario ideal, debió haber venido acompañado de innovaciones y demostraciones contundentes de una verdadera vocación democrática de avanzada.

Sin tratar de de descubrir el hilo negro, tanto el Ejecutivo como el Legislativo pudieron haber revisado algunos de los innumerables esquemas posibles de intercambio de ideas entre Poderes, durante ese acto solemne, para tratar de adecuarlo al contexto local y aplicarlo.

El problema es que, de nuevo, ganó la tradición del culto a la personalidad; de la subordinación del Legislativo al Ejecutivo; y de la ponderación del cuidado de la imagen del Mandatario, por encima de lo que sí pudo haber sido un acto democrático.

Y es que el formato de Informe planteado por el Ejecutivo, y convalidado por el Legislativo, es el menos democrático de todos. Ese supuesto acto democrático, en los hechos, no fue sino un binomio de discursos en los que cada uno de los participantes dijo lo que quiso, informó a discreción, y prefirió no salir de su zona de confort frente a sus contrapartes.

Por eso, el Ejecutivo sólo reconoció discretamente sus errores —pero no abundó en los cuestionamientos que la sociedad le ha hecho—; y el Legislativo, en su respuesta, prefirió transitar en lo abstracto, evadiendo la gran mayoría de los temas de fondo que pudieron haber sido la sustancia de este acto.

Prueba de ello, es que en este informe no hubo ni siquiera la vieja tradición de los posicionamientos previos de las fuerzas políticas. El oficialismo y la oposición no tuvieron posibilidad de manifestar formalmente sus posiciones frente al gobierno. Y el Gobernador no tuvo tampoco que escuchar esos argumentos que, se supone, podrían ser no sólo una crítica, sino también un punto de utilidad para el replanteamiento de los temas que no han sido eficazmente atendidos por su gobierno.

Los posicionamientos de las fracciones parlamentarias —si es que los hay— frente a la acción de gobierno, serán por eso actos aislados, y potestativos. Y quién sabe si para los años siguientes haya verdadera voluntad de revisar el esquema, y hacerlo verdaderamente democrático, y no consolidar este acontecimiento como un acto demagógico, que lo que estaría reviviendo es nada menos que la tradición autoritaria de rendir culto al Mandatario durante ese, que sería de nuevo, su día.

 

EJEMPLO DE RESPONSABILIDAD

lamó la atención que varios integrantes del gabinete legal estuvieron ausentes en el Informe. Según dicen, tuvieron actividades más importantes fuera del Estado, que acudir a la rendición de cuentas de su Jefe ante el Congreso.

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