+ ¿Es una celebración desfasada o sólo demeritada?
Sin duda, la conmemoración de la Revolución Mexicana, es una de las menos afortunadas en los últimos años. Luego de que el Partido Revolucionario Institucional abandonó la presidencia de la República, los gobiernos panistas han tenido una actitud de cierto desprecio hacia ese trascendental momento histórico de nuestro país. En más de un sentido consideran esa evocación como un acto “priista”; y en otros casos, simplemente parecen no tomarle la importancia que tiene para nuestro sistema de gobierno actual.
Lo primero que debemos preguntarnos es ¿qué es una revolución? Pues bien, ésta se diferencia de cualquier otro movimiento social armado, porque a diferencia de éstos, una revolución trae como consecuencia el replanteamiento del orden jurídico dominante. Por eso, para entender a cabalidad el episodio revolucionario de México, primero debemos conocer los distintos momentos en que se da esta lucha armada, y después distinguir las causas y los actores que dieron pie al sistema institucional que hoy nos rige.
En efecto, de forma general se entiende que la lucha revolucionaria inició el 20 de noviembre de 1910, por Francisco Madero. Sin embargo, lo primero que debemos hacer es precisar los distintos momentos que tiene este episodio. Porque si bien, es indudable que todo el movimiento fue iniciado a partir del Plan de San Luis, que emitió Madero desde Estados Unidos en los primeros días de octubre de ese año, es claro que dicho plan no tenía por objeto modificar los fundamentos constitucionales de nuestro país. Veamos, en repaso rápido, por qué.
El Plan de San Luis tenía por objeto llamar a las armas a los mexicanos para derrocar al gobierno del general Porfirio Díaz, e instaurar un régimen conforme a los principios institucionales que establecía la Constitución Política federal de 1857. De hecho, al leer el Plan, uno puede darse cuenta que ahí le da toda la importancia a los fundamentos democráticos que establecía la Constitución vigente.
Y que, además, al asumir la presidencia, en noviembre de 1911, Madero asumió el cargo bajo una Norma Constitucional a la cual no cuestionaba, ni desconocía, y mucho menos trataba de modificar. Es decir, que hasta entonces, a esa gesta armada aún no se le podía dar la calidad de Revolución, pues no había entre sus planteamientos políticos, el de la modificación del marco constitucional vigente.
Madero fue asesinado, junto con el vicepresidente José María Pino Suárez, en febrero de 1913, por órdenes del usurpador general Victoriano Huerta. Al asumir éste el poder presidencial, a través de maniobras legaloides, entonces surgió el llamado movimiento constitucionalista, encabezado por el entonces gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza Garza, que se negó a reconocer la presidencia de Huerta.
¿Qué quería ese movimiento constitucionalista? Buscaba, precisamente, que prevalecieran los principios constitucionales por encima de la lucha armada por el poder, y de los actos de usurpación del “chacal” Huerta; y una vez que derrocó al huertismo, buscó darle forma institucional a los principios de la Revolución, a través de su establecimiento en la Constitución. Esto último, ocurrió con la Constitución Federal de 1917, que recogió esos principios, los plasmó en ley, y les vio viabilidad para fueran ejes rectores de la vida institucional en México.
¿FIESTA PRIISTA?
Tradicionalmente se asumió que el PRI —y sus antecedentes directos, el PNR y el PRM— aglutinaba a los herederos de la Revolución. Y en buena medida era cierto. No obstante, las largas décadas de la hegemonía priista en el poder presidencial, hicieron parecer como que el PRI era el gran depositario de la institucionalidad plasmada en la Constitución hecha por el constituyente revolucionario, y no que esa institucionalidad era el marco democrático en el que podía confluir una lucha nacional por el poder, en la que no sólo cabía el priismo y los herederos de la Revolución, sino todas las expresiones, corrientes y partidos dispuestos a luchar por el poder dentro de los cauces constitucionales.
Esa falsa idea llevó al priismo a hacer particularmente suya la conmemoración revolucionaria. Pero también, esa falsa percepción llevó sus adversarios a ver esa celebración casi como un acto partidista del tricolor, y no como un hecho de relevancia fundamental para la historia de nuestro país.
Por eso, quizá, en la última década en que ha gobernado el panismo en el país, la conmemoración revolucionaria se ha visto en gran medida disminuida, y hasta pareciera que los gobernantes la han mantenido únicamente como una forma más de decoro histórico, pero sin darle la relevancia que debiera merecer.
Sin embargo, queda claro que más allá de los dogmas partidistas y de las tendencias políticas, la Revolución Mexicana fue la que nos legó este marco democrático, en el que es cada vez más posible hacer efectiva la participación de todos en los asuntos públicos.
Aunque son muchas las fallas que aún tiene nuestro sistema político, y muchos los aspectos de la vida institucional que deben ser fortalecidos a través de modificaciones constitucionales para que el poder funcione de mejor modo y responda con más eficacia a las necesidades del país, queda claro que ese marco jurídico delineado desde el constituyente revolucionario, fue el que permitió que muchas de las causas más importantes del país estuvieran plasmadas en ley.
No sólo se trata de lo relativo al poder presidencial, a la no reelección, o a la constatación del federalismo. Además de todo eso, la Revolución permitió el establecimiento de principios fundamentales relativos al agrarismo, de los derechos inherentes a los trabajadores, y de todas aquellas aspiraciones que tuvieron quienes desearon el fin de los abusos del poder presidencial.
CONMEMORACIÓN DESDEÑADA
Por eso es grave el desdén que hoy muchos le profieren a esta celebración. No debiera verse como la reiteración de una fiesta partidista de un sector que ya no gobierna. Más bien, debiera apreciarse como el punto de partida de nuestra democracia y de los principios que hoy aún nos siguen dando viabilidad como nación. Aunque la Revolución fue una lucha llena de claroscuros —como toda nuestra historia nacional— queda claro que desdeñarla es tanto como negar nuestra propia realidad. Y conocerla, y darle la importancia debida, equivale a garantizar que, como país, no daremos pasos en reversa, y que no pondremos en riesgo la importancia fundamental de nuestra institucionalidad.