Educación en Oaxaca: una deuda vergonzosa

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+ Gobierno y S-22, relación nociva… y mafiosa

Según el Diccionario Esencial de la Lengua Española, editado por la Real Academia Española, toda mafia es “un grupo organizado que trata de defender sus intereses sin demasiados escrúpulos”. Ante los hechos, es claro que la Sección 22 del SNTE es justamente eso, ante la complacencia de un gobierno —y una sociedad— que deberían —o deberíamos— tener vergüenza por tolerar plácidamente esa relación inadmisible.
En efecto, lo que está a la vista de todos los oaxaqueños, es una relación pactada entre el gobierno y la Sección 22, en la que el primero debe tolerar todas las acciones que emprenda el segundo; en la que los mentores tienen todo el derecho a hacer lo que sea necesario para proteger sus intereses. Y en el que la sociedad es quien debe de pagar las consecuencias por ello. Esto, una sociedad verdaderamente comprometida y democrática, debiera ser inaceptable.
Ayer, como en muchas otras ocasiones, vimos cómo los maestros de la Sección 22 tomaron una causa, y la llevaron hasta sus últimas consecuencias. Tomando como bandera de lucha un simple acto de solidaridad con otros gremios, los trabajadores de la educación en Oaxaca dejaron, como en muchísimas otras ocasiones, a más de un millón de alumnos sin clases; paralizaron oficinas gubernamentales estatales y federales, bloquearon la actividad comercial y bancaria, y obstruyeron la prestación de servicios públicos necesarios para la ciudadanía.
El problema, frente a esto, no radica sólo en que lleven a cabo esos actos (que lo mismo pueden constituir simples actos de molestia para la ciudadanía y el comercio, que delitos en contra de quienes sí ven directamente vulnerados derechos protegidos por las normas penales vigentes), sino sobre todo en que nadie —ni la sociedad ni el gobierno oaxaqueño, o el federal— dice nada frente a esos abusos flagrantes.
Pareciera que, frente a la organización mafiosa del gobierno, nadie tiene ya interés en arreglar nada. Y es que la de ellos es una auténtica asociación mafiosa. Pues aun no llevando a cabo acciones criminales, queda claro que sí están dispuestos a hacer todo lo que sea necesario (legal o no, moral o no, ético o no, legalmente posible o no) con tal de proteger sus intereses comunes.
Aunque la misma Sección 22 es un conjunto fundamentalmente plural —que a su interior tiene a innumerables corrientes disidentes entre sí—, es evidente que cuando se trata de defender sus privilegios, sus salarios o las canonjías que han logrado como conquistas sindicales, no tienen reparo de ir juntas hasta lograr el objetivo. No les importa encima de quién pasen, ni qué intereses legítimos afecten, ni qué personas o instituciones tengan que pisotear. La prueba de ello, fue la resistencia que encabezaron durante el conflicto magisterial de hace un lustro.
Lo grave, hoy, es que ya nadie parece preocupado por arreglar nada. El gobierno estatal parece resignado a sostenerse en la postura de tolerar el problema y capotearlo, sin vislumbrar ninguna posible solución perentoria. Sólo a partir de ello puede entenderse que las jornadas anuales de negociación entre la 22 y la administración estatal, se reduzcan hoy a la entrega de un abultado cheque en blanco, que el Gobierno del Estado otorga a los profesores democráticos, pero sin establecer contraprestaciones de ningún tipo por parte del magisterio, en relación a los temas educativos que además, se supone, son su obligación de atender independientemente de los incrementos de sueldo.
Y si esto pasa con el gobierno estatal, qué se puede decir del federal. Éste, en realidad, únicamente se involucró en los temas educativos de Oaxaca cuando tuvo enfrente a la insurgencia magisterial del 2006. El gobierno federal intervino sólo como un acto de conveniencia y supervivencia particular —ya que sabían que al entregar Oaxaca, y la cabeza del entonces gobernador Ulises Ruiz, ellos mismos se convertían en el siguiente objetivo—, pero no porque verdaderamente estuviera convencido en atender y resolver una gravísima problemática que, directa o indirectamente, todos los días afecta a millones de oaxaqueños.

TODOS DESENTENDIDOS
Si queda claro que nada de esto le importa al gobierno, ¿será distinto con la sociedad? Tal parece que no. Los ciudadanos comunes —nosotros— estamos en el punto de habernos acostumbrado a estas afectaciones. Ver un aula sin clases es para los oaxaqueños algo de lo más normal.
Y hoy, al ver también calles, comercios u oficinas públicas bloqueadas, simplemente nos hace buscar la solución al problema inmediato, pero no la necesidad de exigir que los responsables de ese asunto —el gobierno y el magisterio— cumplan con los compromisos democráticos y educativos que, se supone, tienen con la ciudadanía.
La lógica común es sencilla: si el gobierno es incapaz de exigir, controlar y coaccionar a los maestros que no cumplen con su obligación laboral mínima, menos podremos ser capaces de ello los ciudadanos —que no tenemos ni las herramientas legales, ni la legitimación, ni la posibilidad del uso de la fuerza que sí tiene el Estado. Eso nos lleva al desánimo. Y éste al convencimiento de que nosotros no podemos ser capaces de incidir en la solución de asuntos como éstos.
A nosotros, como ciudadanos, eso debería avergonzarnos. Porque aún frente a lo que podamos decir, éstos hechos nos siguen ubicando como la misma sociedad agachona y conformista que, según parece, no hemos dejado de ser. Pero también debiera avergonzar, tanto o más, al gobierno que según negocia con ellos y da respuestas que constituyen soluciones al problema magisterial ¿Por qué la vergüenza? Porque ellos, desde hace años, han dado todo a cambio de nada. Y cuando se dice nada, es que, en efecto, la 22 ha recibido todo cuanto le han dado, pero no ha cedido un ápice en sus afectaciones y formas de llevar a cabo la lucha política y gremial que encabezan desde hace más de tres décadas.

¿NO HAY SOLUCIÓN POSIBLE?
Mientras todo esto siga viéndose desde la perspectiva actual, el problema sólo se irá agravando. Pero estamos tan acostumbrados, que este asunto que debiera tenernos con los cabellos de punta, más bien nos provoca tranquilidad. Mientras no cierren las calles, qué importa que cierren las escuelas. Pero eso, que es tan grave y riesgoso, pero que a la vez no merece ningún tipo de preocupación, sólo ocurre en un estado tan singular, e irresponsable, como el nuestro.

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