+ Fortalecer el Federalismo… ¿pero cuándo?
Los integrantes de la Conferencia Nacional de Gobernadores debieran estar insatisfechos, y hasta preocupados, por lo que hasta hoy ha realizado ese organismo en México. Aunque la unión de Mandatarios estatales fue en sí un signo claro de los nuevos tiempos de la democracia a principios de la década pasada, hoy un organismo como la Conago debiera buscar nuevos derroteros y, sobre todo, nuevas metas respecto a los temas en los que se involucra, los resultados que arroja, y las causas del federalismo que pretende fortalecer. Lo que hace es muy poco, frente a lo que necesita el país.
Es claro que de nada sirve que los Gobernadores tengan reuniones periódicas; que viajen y gasten recursos en encuentros onerosos (que más se parecen a reuniones diplomáticas que a encuentros de trabajo), para terminar concluyendo que todo sigue tan mal como siempre, que hay muchos retos por delante, y que aprovechen la ocasión para vacacionar por las distintas entidades de la República. Eso, en buena medida, es a lo que se resume hoy la Conago.
Y es que, aunque en su presentación, se señala que la Conago es “un foro permanente, el cual busca fortalecer el federalismo mediante mecanismos democráticos, manteniendo pleno respeto de las instituciones de México” y que “La Conago funciona como un espacio institucional permanente para lograr un mayor equilibrio y mejor distribución de las potestades que corresponden a los órdenes de gobierno federal y estatal”, en realidad los resultados objetivos que ha obtenido la Conferencia son menores a los que debieran alcanzarse en un país como el nuestro.
En ese sentido, debemos tomar en consideración que México no sólo es un país geográfica y socialmente plural e inmenso, sino que el tipo de problemas que hoy enfrenta son directamente proporcionales a su pluralidad y extensión, y en buena medida esos problemas tienen su origen y agravamiento, en la prolongada falta de relaciones de coordinación y respeto entre los distintos ámbitos de gobierno para abordar no sólo los asuntos urgentes sino, sobre todo, los importantes.
Lo grave es que ese descuido trajo ha traído como consecuencia el agravamiento acelerado de una serie de problemas que hoy son auténticas calamidades para la sociedad mexicana. Esos temas no sólo tienen que ver con las disparidades en el fomento al desarrollo, o en la atención social que la Federación da a las entidades federativas de forma diferenciada —incluso, esos problemas rebasan los solos temas de reparto presupuestal equitativo— para convertirse en verdaderas para la gobernabilidad, para el Estado de Derecho, y para las potestades fundamentales del Estado.
Por citar un caso específico, hoy la discusión sobre la seguridad pública se encuentra dominada por completo por el discurso federal, frente a unas entidades federativas que si bien se ven superadas por sus insuficiencias presupuestales, también es cierto que se resisten a entrar a discutir con, seriedad y propuestas, las posibles medidas alternativas a los modelos y exigencias que pone la Federación para atender ese rubro, que constitucionalmente se encuentra establecida como una facultad concurrente para los tres ámbitos de gobierno.
Si bien es cierto que el de la seguridad pública es un ejemplo actual y específico, es claro que existen una serie de asuntos que son torales para la gobernabilidad y para el desarrollo nacional, que están lejos de poder ser discutidos en un foro de grandes alcances, como el de la Conago. El problema es que los Gobernadores no le han dado la importancia a esa organización, y tampoco han querido poner sobre la mesa los temas del federalismo que no sólo comprometen o involucran a la Federación, sino que también los obliga a ellos.
¿CONFORMISMO?
De entrada, dos temas son interesantes: primero, que la Conago es un órgano de existencia meramente política, ya que no se encuentra establecida en disposición jurídica o reglamento alguno (y por ende tiene una capacidad meramente declarativa y política, pero no los alcances suficientes como para hacer valer sus determinaciones con la fuerza de la ley).
Y segundo, que quizá por esa razón, los Gobernadores se resisten a dejar la posición de comodidad que siempre los ubica como víctimas de una Federación voraz (que acapara todo y no reparte como debería), y no como partes integrantes de un gobierno nacional, en el que por esa sola razón, tienen capacidad de pedir lo que les corresponde, y posicionarse seriamente en los temas que les incumben.
En ese sentido, bien habrían hecho los Gobernadores al entablar sendas discusiones para unificar una serie de asuntos (que no sólo son de carácter tributario, sino que también tienen implicaciones incluso relacionadas con la seguridad pública), a partir de los cuales podrían comenzar a dar soluciones verdaderamente integrales y de fondo, a unos ciudadanos que no esperan menos de eso de su gobierno.
Un tema que seguramente sería provechoso, y que sería digno de un foro como el de la Conago, es el relativo a la unificación de los impuestos vehiculares y, sobre todo, del registro de vehículos que debe haber. Hoy, por el descuido de los Gobernadores (y por las decisiones recaudatorias o populistas, que llevaron a sostener o eliminar el impuesto sobre tenencia de vehículos de forma particularizada en cada entidad) convirtió el asunto del emplacamiento en un auténtico dolor de cabeza. Éste tiene que ver no sólo por la preferencia del “dónde pago”, sino sobre todo del tipo de registro que a partir de ahora se tiene de todos los vehículos de todo el país, y el grado de certeza real que éste ofrece.
Este, entre muchos otros, sería un tema extraordinario y útil para toda la sociedad, emanado de un foro legitimado como la Conago. Lamentablemente, quizá porque los Gobernadores mexicanos aún no asumen su posición política de primer nivel, prefieren seguir teniendo un organismo de bajo nivel, que estudia todo pero que no alcanza a proponer las soluciones que el país necesita con urgencia.
TEMBLOR
Ayer se registró el que, sin duda, es el movimiento sísmico más fuerte de la última década. Los oaxaqueños, ante la contingencia, demostramos cierto grado de civilidad y conocimiento sobre lo que debe hacerse en ese tipo de casos. Y, por fin, funcionó la alerta sísmica. El temblor de ayer pudo haber sido catastrófico. El que no lo fuera se debe a la experiencia acumulada y, raro en nosotros, al arraigo de nuestra cultura de la prevención en estos potenciales desastres.