+ Comicios: a considerar apertura democrática
Hasta donde pudo verse, la de ayer fue una jornada electoral ejemplar. Millones de mexicanos salimos a las urnas a hacernos parte de la decisión política más importante de nuestro país. Al elegir al nuevo Presidente, y a quienes integrarán la Cámara de Diputados y el Senado de la República, los mexicanos debemos esperar no sólo que haya buenos ganadores y perdedores, sino también que se plante la idea de que quien gana no debe ganar todo, y que quien pierda no debe hacerlo en esas mismas condiciones. Cuando entendamos eso, nuestra democracia comenzará a ser distinta.
Ayer domingo se definió el rumbo de México no sólo para los próximos seis años, sino para décadas completas. Es tan trascendental una decisión como en la que participamos millones de mexicanos, que hace seis años (en 2006) no nos imaginábamos que la siguiente jornada electoral estaría enmarcada por una lucha contra el crimen organizado que ha enlutado al país, pero también por condiciones excepcionales —nunca vistas para México— en el terreno económico y en la perspectiva de desarrollo que tiene nuestra nación.
Los mexicanos debemos considerar que gran parte de los temas que integran la agenda pública (esos temas de interés común que nos alientan, que nos reconfortan, que nos preocupan o que hasta nos duelen) fueron incrustados en ella sólo en los últimos seis años. El buen manejo de la economía nacional, por ejemplo, será pilar por muchos años siguientes, para que México siga creciendo y alcanzando mejores condiciones frente a las demás naciones.
Del mismo modo, en sentido negativo, nos guste o no, queramos o no, la lucha contra el crimen organizado seguirá siendo motivo de preocupación y dolor para los mexicanos, independientemente de qué presidente o partido gobierne, y de qué proyecto de gobierno se plantee para los próximos años. Posiblemente, en sexenio siguiente cambie la estrategia. Pero ese asunto está tan encaminado, y es tan riesgoso para el país y para las instituciones y el Estado de Derecho, que no parece posible que algún partido o candidato, el que gane, tenga el valor para decidir terminar de tajo con esa política que involucra directamente al Estado.
Por todo ello, si entendemos la importancia de salir a votar, debemos hacerlo para tener una parte de responsabilidad en las grandes decisiones públicas del país, pero también para contribuir en la generación de un dique democrático para los proyectos políticos que consideramos nocivos o inviables para nuestro país en los próximos años. No votar, no significa evitar la “legitimación” de quien llega al poder. Más bien, con la abstención se legitima de la peor forma posible a quien intenta a llegar a través de maniobras, y no del respaldo genuino de la mayoría de los ciudadanos; o a quien lo hace teniendo un proyecto de nación equivocado o intentando privilegiar intereses cupulares por encima de lo que nuestro país verdaderamente necesita.
GANAR Y PERDER TODO
Una idea que los mexicanos debemos comenzar a quitarnos de la cabeza, y que debemos exigir todos los días a las nuevas autoridades (y a todos los políticos y partidos) del país, es aquella que dice que quien gana la Presidencia se convierte en una especie de “rey” de México por seis años, y que quien pierde, debe reducirse y únicamente existir en las reducidas cañerías opositoras del sistema democrático. Es claro que México debe evitar, y erradicar, aquella idea de que quien gana, gana todo; y que quien pierde, también pierde todo.
Eso nos hace daño. La lógica más natural del poder (poder, entendido en sentido político como la capacidad que tiene alguien, persona o institución, de conseguir que los demás cumplan con su voluntad) indica que éste debe estar lo suficientemente apuntalado y segmentado para evitar desbordamientos. Toda concentración de poder es nociva por definición. Y por eso mismo, nadie debe detentar todo el poder; y quien detente una porción, debe estar controlado por otros sujetos que, en condiciones similares, puedan frenar los intentos de desbordamiento, y que también sean susceptibles de ser contenidos. Así funciona, en términos generales, el conocido sistema de frenos y contrapesos.
Sin embargo, en nuestro sistema político el sistema de frenos y contrapesos está adecuado de tal modo que quien gana se convierte en todopoderoso, y quien pierde se va hasta el fondo del sistema. Ese es un problema grave de nuestra democracia, porque ello significa que desde ahí los pesos se desequilibran, y que entonces se pierde la posibilidad de que el poderoso contenga los ánimos de los opositores hasta cierto límite, y que éstos a su vez puedan liderar y representar efectivamente a una parte de la población que quedó al margen del poder.
En el fondo, ahí podría encontrarse la explicación a una serie de fenómenos muy propios del sistema político mexicano. Así podría entenderse, por ejemplo, que cada día más personas salen a las calles a manifestarse, o lo hacen incluso por la vía de la violencia o de la ruptura institucional, porque dicen haber agotado sin éxito todos los canales legales para tratar de ser escuchados, de ser atendidos en justicia, o de ser incluidos por los esquemas del gobernante.
A partir de hoy veremos nuevas expresiones de eso. El ganador del poder presidencial lo detentará a plenitud a partir de diciembre próximo. Y los perdedores se irán a su casa para, si bien les va, convertirse en meros líderes morales de sus grupos políticos; pero no para encabezar efectivamente a la oposición desde alguna trinchera institucionalmente reconocida, o para asumirse como diques democráticos al poder constituido.
Los mexicanos debemos encontrar fórmulas para hacer avanzar el sistema político hacia la democracia. No es suficiente que tengamos relativa estabilidad y tranquilidad económica; y no sería tampoco suficiente que tuviéramos un país en paz. Si bien los mexicanos hemos adolecido históricamente de ello, también lo es que nuestro mayor anhelo siempre ha sido el de tener una democracia verdaderamente plena y capaz de regirnos sin conflicto. Ese es el reto. Y por eso mismo, nadie debe sustraerse de las grandes decisiones de la República.
EL MAL EJEMPLO
Anoche, el sector juvenil de la campaña peñista en Oaxaca, encabezado por el orgullo del nepotismo del diputado federal Heliodoro Díaz, se preparaba para festejar el triunfo. Para eso rentaron un antro: La Mata. El “nuevo PRI”, pues, festinando “el triunfo” con alcohol, desenfreno y los excesos de siempre.