Guelaguetza: oaxaqueños, cuesta abajo

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+ ¿Qué hemos hecho para engrandecerla?

 

Los oaxaqueños podemos seguir quedándonos en el lugar común de que Oaxaca es más grande que todos sus problemas, y de que, a pesar de todo, nuestra ciudad cada año deslumbra a propios y extraños con su generosidad artística, folclórica y cultural. Podemos quedarnos así. Y sin embargo, más allá de la supuesta tranquilidad por tener fiestas y tradiciones imponentes e inagotables, los oaxaqueños debiéramos preguntarnos si en los últimos años hemos hecho algo efectivo, real, para honrar esa grandeza, o aún para ensancharla o consolidarla.

La fiesta de los Lunes del Cerro es, para los oaxaqueños, una especie de fuente inagotable de vida. A pesar de que cada año tenemos docenas de problemas sociales, políticos, y hasta partidistas, y de que tenemos un gobierno que no siempre toma las mejores decisiones, que no siempre resuelve de mejor modo las contrariedades, y que no siempre hace o dice cosas que favorezcan a la Máxima Fiesta de Oaxaca, al final de todos modos la Guelaguetza termina atrayendo a miles de turistas, que vienen a nuestra entidad a gastar su dinero y a darnos un soplo de vida para esperar la siguiente temporada vacacional.

En este sentido, no debemos confundir la expresión cultural de los Lunes del Cerro, y todo lo que los rodea, con el hecho de que en Oaxaca esas, y todas las festividades que atraen al turismo, debieran ser vistas efectivamente como una verdadera industria, y debían ser cuidadas por todos (sociedad y gobierno) porque, a diferencia de una factoría o actividad particular, la Guelaguetza —que engloba nuestras tradiciones, costumbres y raíces culturales como oaxaqueños— nos pertenece a todos y todos somos de algún modo corresponsables de ella.

El problema es que, según parece, no hemos entendido nada de eso. Por eso los oaxaqueños —los ciudadanos de a pie— preferimos siempre evadir cualquier tipo de responsabilidad relacionada con la fiesta de los Lunes del Cerro. A tanto ha llegado nuestro desánimo, que muchos de nosotros decidimos evitar por completo la asistencia o la participación en cualquier tipo de expresión cultural relacionada con las festividades. Como buenos malinchistas, preferimos otras actividades o distracciones, porque damos por hecho que conocemos una cultura o expresiones —las nuestras— a las que, literalmente, nunca nos hemos acercado.

Algo similar ocurre con las organizaciones de lucha social, que nunca dejan de hacer presencia en estos momentos. Éstas, lejos de demostrar preocupación social, lo que inspiran con su “participación” en estas festividades, es el sentimiento de un profundo desprecio por el trabajo y la situación de cientos de miles de oaxaqueños que dependen de la industria turística.

Sus intentos reiterados de boicot a las festividades, únicamente revelan que ellos efectivamente no viven de eso, y que como son ajenos a esa situación, entonces por eso ocupan el momento para exigir su propio modo de vida a un gobierno que sistemáticamente está lejos de encontrar la forma de encaminar o sortear esas adversidades, y que por eso termina cediendo ante las primeras inconformidades.

Si este escenario provoca cierto desánimo, queda claro que es porque, al final, todos los que no somos parte del gobierno, no hemos hecho la parte que nos corresponde. Por eso, evitamos acordarnos del 2006, cuando todos juntos provocamos la cancelación de esa expresión cultural, que también es un negocio; o cuando al año siguiente, del mismo modo todos (por acción u omisión) provocamos que la Guelaguetza fuera rebautizada como la “Guerraguetza”.

Eso debería provocarnos profunda vergüenza a todos. Sin embargo, preferimos omitir el recuerdo porque creemos que con eso es suficiente.

 

NINGÚN AVANCE

Cuando en 2005, el Gobierno del Estado anunció que la celebración de los Lunes del Cerro se llevaría a cabo en dos ediciones por cada fecha, fueron más las críticas que los buenos comentarios recibidos. Derivado de eso, cuando se anunció que se ampliaría la convocatoria a las delegaciones regionales que participan en la Guelaguetza, muchos pusieron en duda —con razón— la posibilidad de que la autenticidad de la celebración pudiera sostenerse.

Cuando se anunció que se instalaría una techumbre al Auditorio que lleva ese mismo nombre, llovió otro montón de críticas y cuestionamientos sobre la innecesaria y mal planeada modificación de la Rotonda de la Azucena, y sobre los efectos que esto podría tener en la celebración de los Lunes del Cerro.

Fuera de esas únicas decisiones, polémicas y consideramos que en gran sentido equivocadas, todos se han dedicado a simplemente mantener el estado de cosas como se encuentra, pero sin demostrar capacidad para hacer más y mejores cosas por esa industria que, directa o indirectamente, nos da de comer a la gran mayoría de los oaxaqueños.

El asunto no es menor. Quienes en otras épocas presenciaron y reseñaron las decisiones que tomaron ciertos gobiernos para establecer la fiesta de los Lunes del Cerro, y todas las representaciones y expresiones que ocurren en estas mismas fechas, hablan de consensos reales, de gran visión cultural y de Estado para la entidad, de aceptación y apoyo por parte de la ciudadanía, y sobre todo de un profundo compromiso e identidad con lo que aspiracionalmente son las tradiciones y las expresiones culturales de nuestro estado.

¿Por qué hoy el gobierno ya no toma grandes y consensadas decisiones para seguir incrementando el impacto de la Guelaguetza, y al mismo tiempo por mejorar los efectos económicos que eso tiene? Primero, porque parece que hoy los oaxaqueños que podrían generar esas propuestas y esos consensos, y que estarían legitimados por la sociedad, o no están en el gobierno, o ya no existen. Segundo, porque parece que ya no hay ánimo de hacer más, de proponer más, de innovar más o, cuando menos, de sistematizar más las expresiones culturales que ya existen pero que no son conocidas ni apreciadas como las de los Lunes del Cerro, u otras que tienen gran aprecio por el turismo nacional e internacional.

 

¿QUÉ NOS QUEDA?

Por eso, según parece, vivimos únicamente de lo que nos queda. Por eso, aunque la Guelaguetza es nuestra “fuente inagotable de vida”, nosotros, los oaxaqueños hemos decidido conformarnos y no hacer ni querer nada más de lo que ya tenemos. Estamos, pues, en una inaceptable zona de confort, que sólo sigue haciendo lo indispensable por mantener intacta una tradición, pero que no tiene ganas de hacer algo más por Oaxaca.

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