2013: necesitamos más que buenos deseos

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+ Gobierno fuerte y un Congreso congruente

 

El nuevo año comienza con una agenda pública cargada de temas trascendentales para Oaxaca. En 2013 la administración del gobernador Gabino Cué llegará a su primera mitad; y éste será también el año en que se renueve el Congreso del Estado. Esos dos temas son, además, el preámbulo de una serie de cuestiones que deben dejar de ser pendientes para esos dos poderes, y abordarse con la seriedad y prontitud que cada uno de esos asuntos requiere.

En efecto, a simple vista se puede apreciar que los dos poderes del Estado integrados por la voluntad popular, tienen problemas importantes para asumir los compromisos que la misma ciudadanía les confirió. Esa es la causa aparente de que en Oaxaca no haya un Poder Ejecutivo lo suficientemente fuerte como para asumir y ejercer el poder que ostenta, y también para que el Poder Legislativo esté supeditado como nunca a una discrecionalidad que ahoga su legitimidad, y las decisiones que toma de espaldas a la ciudadanía.

El primero de los temas es evidente. Si 2013 debe consolidar algo, eso debe ser la fortaleza de la administración del gobernador Gabino Cué Monteagudo. Ha sido claro el hecho de que la alianza de partidos, ha sido un factor que lejos de facilitar, más bien obstaculiza el ejercicio del poder y las atribuciones del Ejecutivo del Estado. Es claro que no se le puede dar gusto a todos. Pero menos puede hacerse, cuando las decisiones de gobierno quedan supeditadas a las agendas de partido, de facción política, de tribu o de camarillas. Si algo debe asumir el gobierno estatal, es que no puede seguir siendo rehén de la integración “plural” de la administración estatal.

Y es que, en los hechos, es claramente visible que esa supuesta pluralidad en la integración del gabinete de gobierno, fue entendida sólo como la entrega de patentes de corso para la utilización del poder público al servicio de intereses particulares, y no como la transmisión de una responsabilidad de Estado a los partidos y grupos que integraron la alianza. El resultado de todo esto, es un gobernante que tiene un margen acotado de acción (algo que es hasta pernicioso para el poder), y un gabinete discordante, inoperante y contradictorio en sus políticas, intereses y decisiones.

Eso debe terminar. Porque la pluralidad en la integración y ejercicio del poder público, debe en realidad entenderse como una forma de enriquecer los proyectos y ejes de trabajo que fueron previamente delineados, a través de las distintas visiones, y no como una forma de tener meros cheques en blanco a partir de los cuales todos hagan a discreción lo que más le conviene a su partido o grupo, y no lo que necesita el Estado, la ciudadanía o los problemas que son comunes a todos.

Además, esa falsa idea de la pluralidad debe terminar, porque el Poder Ejecutivo no puede seguir estando sujeto a “frenos y contrapesos” fácticos (los de los integrantes de la alianza), que en muchos casos rebasan los medios de control establecidos en la Constitución, y que sujetan las decisiones públicas (las que nos benefician o perjudican a todos) a la satisfacción de intereses particulares o de agendas partidistas.

Al final de cuentas, en el Ejecutivo el control del poder debe ser constitucional y a favor de todos, y no estar supeditado a lo que ambicionan un puñado de hombres y mujeres que ven como un botín a la alianza y al poder público, y no como la herramienta para resolver los problemas del Estado.

Los ajustes en el gabinete son indispensables, pero deben servir para que el gobernante tome el control —y la responsabilidad plena— del poder que tiene bajo su conducción, y no solamente para reconfigurar el reparto de espacios y cuotas, como si el gobierno no fuera un todo, y más bien estuviera conformado por islas que, de forma independiente, quedan bajo la potestad discrecionalidad de hombres y mujeres que quieren ver por ellos, pero que no están dispuestos a asumir las responsabilidades que traen aparejadas los cargos públicos.

 

PODER LEGISLATIVO

Sea cual sea la nueva integración del Poder Legislativo, una vez que se lleven a cabo los comicios intermedios, lo único deseable es que la LXII Legislatura no sea una reedición de la Legislatura que está a punto de terminar. El Congreso ha sido el colmo de males de nuestra democracia local, porque de manera implacable demostró que el fin del poder vertical y las mayorías aplastantes de una sola bancada, no sólo no marcaron el final de las prácticas mañosas y los vicios políticos entre los diputados, sino que los incrementaron y los potenciaron a niveles alarmantes.

Hoy los diputados oaxaqueños representan más que nunca una partidocracia que demuestra su más avanzado estado de descomposición. Si de por sí la hegemonía partidista es dañina para la democracia (porque sólo traslada el poder avasallador y corrupto de un solo hombre, a un puñado de ellos, sin eliminar sus vicios), la que se practica en Oaxaca es aún peor porque los diputados se han convertido en expertos simuladores y en hábiles negociantes de la ley y los beneficios que puede traerles la venta —literal— de la voluntad popular que los ciudadanos depositaron en ellos.

Y es que antes se criticaba que las decisiones que tomaba el Legislativo se dictaban desde el Palacio de Gobierno. Hoy es aún peor, porque las decisiones que toma el Congreso están determinadas por las transacciones que se pagan con dinero público (para beneficiar al gobernante o a un actor o partido en específico), o en las concertacesiones, tipo aquelarre, en las que entre ellos reparten el poder, a discreción, sin tomar en consideración la voluntad de la sociedad, el bienestar del Estado o las necesidades que tiene la democracia y la vida pública de Oaxaca.

Por eso el Poder Legislativo no puede mantener ese doble ritmo de descomposición y de descaro. Las peores decisiones han sido tomadas a la vista de todos. Y los diputados han aprovechado que por el momento la ley no les exige que rindan cuentas, y la ciudadanía no ha hallado el modo de reprenderlos por poner a remate la voluntad popular y las atribuciones que la Constitución les confiere como diputados.

 

¿BUENOS DESEOS?

Este no es un asunto de buenos deseos, sino de firmeza, congruencia y determinación de nosotros los ciudadanos, y también de quienes detentan el poder. Parece mucho pedir. Pero es aún peor que perdamos la noción de que así debería ser, y simplemente veamos con resignación que los peores vicios se anidan y se reproducen libremente en los asuntos públicos. Ya no debe ser así.

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