+ Incumplimiento y acaparamiento, factores decisivos
Cuando Salvador Sánchez deje el cargo de delegado con funciones de presidente del Comité Directivo Estatal del PRI en Oaxaca, volverá a avivarse la guerra por el control y liderazgo del priismo local. Esto será así porque, según parece, las últimas promesas de arreglo y reconciliación en ese partido fueron de nuevo incumplidas, y porque los equilibrios internos continúan siendo aparentes y ficticios. Por eso, el día que Sánchez deje formalmente la dirigencia, el priismo volverá al mismo estado de caos en que ha estado desde hace más de dos años.
En efecto, para comprender a cabalidad esta guerra que viene, es necesario recuperar algunos momentos del pasado reciente al interior del PRI oaxaqueño, y entrelazarlos con la visión que se tiene actualmente, en el PRI nacional, de la situación que priva en la militancia local y en los liderazgos priistas en el Estado.
En todo esto, lo primero que es evidente es que en los últimos dos años y medio, los agravios generados por el último proceso electoral local no sólo no han sido subsanados, sino que se han profundizado. En primer término, para la gran mayoría de las corrientes internas del priismo, la candidatura a gobernador de Eviel Pérez Magaña fue consecuencia de una tosca imposición, que no sólo no buscó los equilibrios y consensos necesarios entre los grupos representativos, sino que además generó lesiones en una militancia que, a todos los niveles, fue obligada a disciplinarse y fue utilizada para el solo intento de perpetuación del grupo que entonces gobernaba.
Luego de la derrota de julio de 2010, el grupo compacto del entonces gobernador Ulises Ruiz, de nuevo, no buscó los equilibrios y los consensos, sino que, de nuevo, utilizó a la dirigencia priista como especie de tabla de salvación para colocar ahí a sus más distinguidos integrantes, pero también —y eso es lo que en realidad profundizó el agravio— para utilizar a toda la estructura partidaria (con la posibilidad de las postulaciones y el uso de las prerrogativas del partido) en el intento de sobrevivir a los tiempos de oposición y para tener preferencia en las posibilidades de triunfo que le quedaran al tricolor como fuerza de oposición.
Ese segundo episodio fue también un desastre. Pues como dirigente priista, Eviel Pérez Magaña no hizo otra cosa más que utilizar a la estructura y los recursos del tricolor para promoverse como candidato a senador. Y una vez que llegaron los tiempos para tratar de pelear la candidatura principal al Senado, éste se valió de la fuerza que le quedaba a su grupo no para competir, sino de nuevo para imponerse.
En realidad, nadie verificó si él era el mejor candidato, si era el mejor posicionado o si era el más apto para representar al PRI en el Senado. Simplemente, su candidatura se negoció en las cúpulas. Y sólo terminó subiéndose al carro electoral nacional, pero no para ver ganar a su partido, sino para únicamente asegurar el segundo sitio que le permitiera acceder a la cámara alta a través de la posición de primera minoría.
Ya para entonces la dirigencia priista era un caos. El ahora subsecretario de agricultura del gobierno federal, Arturo Osornio, llegó al PRI sólo para echarse en brazos del grupo ulisista-evielista; y Jorge Sandoval Ochoa no tuvo una mejor suerte como delegado, ya que días y noches completas fue objeto de intrigas por no dejarse manipular por el grupo que había perdido la gubernatura del Estado.
En ese escenario, todos veían la posibilidad de construir por primera vez un acuerdo. Eso, sin embargo, quedó roto nuevamente cuando, una vez más, en la Ciudad de México, el ulisismo apostó a la fuerza para la imposición de un nuevo delegado con funciones de Presidente del Comité Estatal, con el establecimiento de un secretario General (Alejandro Avilés) que fuera una especie de “cuña” para cuidar los intereses del grupo alrededor del PRI.
La variante, en todo esto, es que los diversos grupos priistas que apenas en septiembre del año pasado habían exigido una renovación equitativa del Comité Directivo Estatal, ahora sí se manifestaron abiertamente. Por eso, Salvador Sánchez pudo transitar como delegado presidente en sustitución de Sandoval Ochoa, únicamente después de que en la Ciudad de México hubo un arreglo entre el CEN del PRI y los grupos que habían exigido una renovación y no una imposición.
Sólo que hoy, Sánchez está a punto de irse, y aquel acuerdo no tiene visos de cumplimiento. Lo más grave es que, por enésima ocasión, el ulisimo-evielismo comienza a lanzar señales de acaparamiento respecto al acuerdo que se había signado en la capital del país, que al final no hace sino reavivar el encono dentro de un PRI que necesita unificarse y no terminar de pulverizarse.
ACUERDO ROTO
El famoso acuerdo tomado en la Ciudad de México consistió en algo muy simple: que los grupos priistas dejaran pasar a Sánchez, y permitieran que el ulisismo se quedara con la dirigencia del PRI, a cambio de que las delegaciones federales fueran repartidas entre los grupos de los otros ex gobernadores y los priistas que sí tienen una base social y política real en Oaxaca. El ulisismo, se percibía, había quedado “pagado” con las posiciones hasta entonces dadas. Y lo demás sería repartido en aras de conseguir equilibrios.
¿Pero qué ha pasado? Lo único sólido es que Salvador Sánchez se va. Pero ni el PRI nacional, ni los encargados de la política interna del gobierno federal (sería ingenuo pensar que ellos están al margen), han definido qué pasará con el PRI de Oaxaca y con las delegaciones federales. Por eso, ante el anuncio de que Sánchez dejará Oaxaca, el ulisismo lanzó nombres de quienes podrían ser los beneficiarios (que ellos quisieran) de la ruptura del acuerdo antes mencionado. Pero, finalmente, lo que provocaron con ese ruido es que más de uno esté hoy en un renovado ánimo de enojo y confrontación, por los reiterados incumplimientos del PRI nacional y el gobierno federal, y por las burdas intenciones de unos cuántos por seguir acaparando lo que, según, es de todos los priistas.
URGENCIAS
Al grupo del ex gobernador Ruiz le conviene quedarse con la dirigencia estatal del PRI, porque de entrada tendrá mano en la designación (¿venta?) de candidaturas y en el manejo de los casi 30 millones de pesos que ejercerá de prerrogativas extraordinarias para el proceso electoral. Y pretenden las delegaciones para seguirse financiando en aras de la candidatura de 2016. El pequeño problema, es la ruptura de gran calado que seguramente se avecina.