+ Responsabilidad, y no expectativas ilusas, lo que necesitamos
Oaxaca está a pocos días de vivir un proceso político trascendental con el cambio de la titularidad del Poder Ejecutivo del Estado. Ese acontecimiento debe venir acompañado de expectativas, mas no de esperanzas de un milagro. Debemos ser conscientes de lo vivido hasta ahora como sociedad, y evitar las posiciones que nos invitan a divagar sin considerar las posibilidades de cambio y transformación social y política que, con base en la realidad, están a la vista de todos.
En efecto, el 1 de diciembre ocurrirá la transmisión de poderes en la entidad, tal y como lo señala nuestra Constitución. Dicho cambio ocurrirá en medio de un clima caótico y de desesperación común: el régimen que termina, parece urgido de ya entregar la administración; y la sociedad oaxaqueña parece estar ávida como nunca de que culmine este ciclo. Esa comunión actual entre el desencanto, la frustración y la urgencia por transmitir a alguien más las responsabilidades, puede convertirse —si no es que ya lo es— en el caldo de cultivo para las expectativas, que tanto daño nos han hecho en los últimos años. Por eso, lo que necesitamos los ciudadanos es prudencia; y lo que necesitan los regímenes —saliente y entrante— es prudencia frente a lo que pueden afirmar, y lo que simplemente escapa de sus posibilidades.
¿De qué hablamos? De que, en el caso del gobierno saliente, éste debería irse con una explicación concreta de la situación en la que entrega la entidad. Es increíble cómo la administración de Gabino Cué aparenta estar entregando un gobierno entumecido y rebasado por la irresponsabilidad; y cómo cada día que pasa, la desesperación común —del gobierno saliente, y de la sociedad— agrava esa percepción de que todos están esperando a que llegue el 1 de diciembre para la culminación de este cierre dramático de sexenio.
En el caso del gobierno de Cué, éste no logró cambiar la percepción de ineficacia que se generó a su alrededor —ni se preocupó por hacerlo—, y tampoco parece estar ya preocupado por lo que la ciudadanía piense de sus integrantes. Por esa razón, ya a nadie le interesa explicar el atorón financiero de final de sexenio; nadie parece comprometido ya a tratar de hacer algo más para generar algún tipo de idea de satisfacción; y todos parecen resueltos a navegar hasta el 30 de noviembre sin ninguna expectativa de mediano plazo sobre su prestigio y legado como gobierno saliente.
Ante esto, debemos preguntarnos: ¿con qué levaduras se fermentó este avinagrado final de sexenio? Debemos decirlo sin ambages: este cierre amargo de administración, es el resultado de que, en otros tiempos —hace seis años— nadie controló el crecimiento desmedido de las expectativas. Sí: en aquel entonces, propios y extraños pensamos —como algunos ahora— que el nuevo gobierno sería capaz de revertir los males inmediatos y ancestrales de nuestra sociedad, y volcamos nuestro entusiasmo y esperanzas en quienes habían hecho una buena campaña, pero de los que no sabíamos qué tan eficaces eran para gobernar, y administrar, los recursos del Estado.
EXPECTATIVAS Y DESENCANTO
En ese sentido, nunca consideramos que Gabino Cué era no una esperanza, sino un ser humano con tantos defectos y virtudes como cualquier otra persona. No consideramos entonces que, como otros en el pasado, él sería un gobernante omiso y poco sensible a los excesos que pudieran cometer sus cercanos. Mucho menos tomamos en cuenta que quizá su experiencia no era suficiente ni adecuada para la gestión y administración eficaz de los recursos. E incluso omitimos preguntarnos si él, o su equipo, serían proclives a la corrupción.
La realidad nos aclaró todo: el gobierno de Cué fue mucho menos eficaz de lo que cualquiera de nosotros imaginó. Aunque todos creíamos que sería una administración comprometida y profesional, resultó un equipo improvisado y de pocas capacidades de gestión y ejecución de recursos; por eso, a pesar de los presupuestos históricos, el común denominador fue siempre el subejercicio, la incapacidad de lograr proyectos sólidos, y la recurrencia de la mediocridad en los logros alcanzados.
Lo mismo ocurrió con la corrupción, que fue una de las banderas de Cué como candidato. Creímos que perseguiría al pasado de corrupción de Ulises Ruiz, pero todo acabó en la impunidad. Y no sólo eso: en su gobierno hubo personajes que se enriquecieron hasta la saciedad y que hoy ven socarronamente a la sociedad oaxaqueña, como estando seguros de que, igual que como ellos hicieron con sus antecesores, no habrá castigo a sus excesos. Ahí están Germán Tenorio, Netzahualcóyotl Salvatierra, Alberto Vargas Varela y otros, que en la actualidad son figuras perfectamente equiparables a los impresentables del ulisismo como Bulmaro Rito Salinas.
NO HABLEMOS DE MILAGROS
Por eso, es importante administrar las expectativas. Pensar en la panacea llegada dos semanas después es tan improbable como suponer que los problemas de Oaxaca pueden terminar en seis años. Debemos, más bien, repasar los retos que presenta nuestra entidad, y los caminos más adecuados por los que el gobierno puede enfrentarlos. Debemos exigir, además, un gobierno —ahora sí— profesional, capaz y comprometido, que cumpla con sus responsabilidades y demuestre que se esforzó al máximo de sus capacidades para lograrlo. Si seguimos en la machacona insistencia de los milagros y de las soluciones mágicas, entonces estaremos preparando el camino para una decepción, similar o mayor a la que hoy significa Gabino Cué para Oaxaca.