Ante la crisis por el muro, y Donald Trump, algunos apuntes indispensables

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+ EPN, responsable de Estado, y no por consenso, de conducir política exterior


Aunque tarde, el presidente Enrique Peña Nieto hizo bien en cancelar su viaje a los Estados Unidos. La administración del presidente Donald Trump ha puesto en claro que no le interesa la relación con México, y el Presidente mexicano debe actuar en consecuencia, a pesar de que durante décadas la relación México-Estados Unidos ha sido, por pose o por necesidad, la más importante para ambas naciones. Hoy, ante la nueva realidad, hay varias cuestiones que deben ser consideradas para hacer un análisis correcto de los hechos, y de los escenarios posibles.

En efecto, hasta el miércoles se cabildeaba la posibilidad de que finalmente ocurriera la visita del presidente Peña Nieto a la Unión Americana, para tener un primer encuentro con su nuevo homólogo estadounidense. En sí mismo, desde el inicio de su gestión, Trump ha utilizado a México como su pretexto para lucir un cambio en su política exterior: ha culpado a nuestro país de la pérdida de empleos y de competitividad en el mercado estadounidense, y por eso ha puesto a México como el aparente centro de las amenazas económicas para aquel país.

Por eso, su primer encuentro de Estado no fue con el Presidente de México —como había ocurrido históricamente, independientemente del cambio de prioridades estadounidenses, como pasó por ejemplo después del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, que la relación con México quedó relegada ante la decisión estadounidense de hacer la guerra en Medio Oriente—, y por eso el maltrato hacia nuestro país. Ello tendrá sus propias consecuencias, aunque por el momento lo que vale analizar es el escenario mexicano, a partir de las mismas actitudes —correctas y erradas— de nuestro Presidente.

En este marco, un apunte inicial debe apuntar a que Peña Nieto erró al pensar demasiado su reacción ante las actitudes de Donald Trump. Él es el Presidente y, según la Constitución, a él como Jefe de Estado le corresponde conducir la política exterior mexicana, bajo diversos principios que están supeditados a cuestiones básicas como la defensa del interés nacional, la dignidad humana y la conminación a que nuestro país sea tratado con el respeto mínimo que merece toda nación soberana. Aunque quizá lo hizo por prudencia, o por inseguridad, el Presidente no tenía que consultar ni con el Senado ni con la Conferencia Nacional de Gobernadores, ya que éste último organismo ni siquiera tiene constitución legal ni es parte de la vida institucional de México.

En este marco, se confirma el error de ‘revivir’ a Luis Videgaray como nuevo canciller del gobierno del presidente Peña Nieto. Quizá el gobierno mexicano no ha entendido que el presidente Trump está acostumbrado a vivir en la confrontación y en el escándalo, y que por ende ese es su hábitat natural y es donde se siente cómodo. Por eso, reviviendo a Videgaray, el Gobierno de México demostró lo preocupado que estaba por el futuro de su relación no con Estados Unidos, sino con su Presidente, y por lo dispuesto que estaba a tomar decisiones impopulares con tal de buscarle la cara y tratar de congraciarse con él.

Así, para alguien que está acostumbrado a vivir en la confrontación, ese era el mejor escenario: sabía que ante tales pautas de indignidad, podría tomar prácticamente cualquier actitud de fuerza y que la respuesta sería tibia. Eso lo comprobamos todos entre el miércoles y ayer, cuando Trump recibió a la delegación mexicana con el anuncio de la orden ejecutiva para la construcción del muro, y luego fue él quien condicionó el encuentro con Peña Nieto a la aceptación de que sea México quien pague el muro fronterizo.

TEMORES FUNDADOS

Existen hoy una serie de temores fundados, que no deben orillarnos al fatalismo. Por ejemplo, la decisión de dar por terminado el Tratado de Libre Comercio de América del Norte —ya sea por la decisión mexicana de salir de él, o por la estadounidense, que quizá ocurra primero— será de consecuencias muy complejas para ambos países sin que eso signifique que se terminará el comercio internacional, o que esto sea catastrófico sólo para México.

Finalmente, el intercambio de mercancías no terminará, sino que se modificará, pero con toda seguridad será tan costoso para los estadounidenses como para los mexicanos. ¿La razón? El costo de manufactura dentro de Estados Unidos será muy superior a los aranceles —es decir, los impuestos de ingreso— que deba pagar un producto fabricado en México. Aquí estamos ya muy acostumbrados a consumir productos estadounidenses a precios competitivos, pero lo mismo ocurre en los Estados Unidos.

El fin del tratado comercial incrementaría los costos de los productos, y en el mediano plazo frenaría el potencial económico que hoy busca detonar Trump con empleos que quién sabe si sean costeables por un mercado golpeado por una cuestión inflacionaria previsible, producida por el incremento del costo de producción de los productos.

CONCIERTO INTERNACIONAL

Son momentos de cambios muy complejos, y de regresión. Sin embargo, sigue habiendo oportunidades para México de impulsar y encabezar el concierto internacional por los valores democráticos que está dinamitando Donald Trump: ese concierto internacional, o consenso entre naciones, debe ir enfocado a la defensa de la dignidad de las personas y de las naciones, del trato equitativo, de la proscripción de la violencia y la hostilidad, del rechazo a las prácticas de odio y discriminación. Hoy es México, pero mañana puede ser cualquier otra nación. Por eso México debe impulsar el consenso a favor de los valores comunes que la rapacidad de Trump están devastando.

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