Qué curioso resulta el hecho de que hoy los principales detractores de las instancias de control y fiscalización del Estado, sean los propios aliados e integrantes del régimen. Esto no ocurriría en circunstancias aparentemente normales. Y aunque de entrada tratan de presentarlo como signos de tolerancia o de autocrítica, lo cierto es que algo grave hay de fondo: todos aquellos que acusan, tienen algo de razón. Y eso está para pensarse y repensarse.
En efecto, en su edición de ayer martes, TIEMPO presentaba declaraciones de la diputada local por Movimiento Ciudadano, Margarita García García, en las que cuestionaba duramente el desempeño tanto de la titular de la Secretaría de la Contraloría y Transparencia Gubernamental, Perla Woolrich Fernández, y del auditor Superior del Estado, Carlos Altamirano Toledo.
De Auditor dijo que “en la Auditoría Superior del Estado a cargo de Carlos Altamirano Toledo se ha actuado con opacidad. Allí “chinto tapa a chinto”. Allí así existan pruebas de corrupción no se puede avanzar mucho. Ese es el gran problema que tenemos en la ASE. No hay gente con suficiente calidad moral para hacer señalamientos, sancionar corruptelas y exigir sanciones”. Y de la contralora Woolrich señaló que “cuando el gobernador Gabino Cué nombró a Perla Woolrich como secretaria de la Contraloría consideramos que sacaría todos los problemas que estaban pendientes. Sin embargo hay mucha opacidad. Y así en todo el gobierno pusieron a personas que no dejan trabajar. Gente de todas las corrientes. Unos hacen negocios y otros están pensando si se apuntan para ser candidatos a diputados locales o presidentes municipales. Esto es lo que genera desconfianza en la ciudadanía”.
Por si todo eso no hubiese sido lo suficientemente entendible, la legisladora remató diciendo algo que, al parecer, no sólo ella, sino mucha gente considera: “No sé qué está pasando. Parece que a los funcionarios de la actual administración les quedó grande el cargo. Desconocen muchas cosas. Les tienen miedo a los ex funcionarios y esconden todo bajo el pretexto de que el peculado no es un delito grave. Arman mal las querellas ante la Procuraduría y ésta tampoco cumple sus funciones. Sería una incongruencia echarle flores a los funcionarios que no están haciendo bien las cosas”.
Siguiendo las palabras de la diputada: ¿De verdad les quedó grande el cargo? ¿De verdad desconocen muchas cosas? ¿De verdad —lo que sería el colmo— le tienen miedo a los ex funcionarios? Nada de eso. En realidad, todos —incluida la misma diputada, que en su momento apoyó la integración de expedientes y el inicio de procedimientos administrativos a ex funcionarios, desde una torcida visión política y no con el rigor jurídico requerido— están siendo víctimas de su propia bravuconería, y hasta de lo suelto de la lengua con la que dijeron que harían justicia y castigarían a los “saqueadores”, antes de comprobarles los delitos y obtener de los tribunales competentes las sentencias condenatorias con las que podrían conseguir los resultados que prometieron.
VÍCTIMAS DE SU LENGUA
Más allá de los vicios actuales que existen en la Auditoría Superior, por las mañas que han desplegado algunos de sus funcionarios corruptos para traficar con influencias y obtener dividendos económicos indebidos de ello, es evidente que Carlos Altamirano Toledo llegó al cargo con un vicio de origen. Ese vicio fueron las acusaciones de gobiernismo y servilismo con las que se legitimó la renovación de la estructura y la titularidad, y a partir de lo cual también se prometió que a partir de ahora habría resultados distintos, y mejores, a los que se habían obtenido en la gestión anterior.
Algo similar ocurrió con la Contraloría. Cuando la panista Perla Woolrich arribó al cargo prometió ir sobre los saqueadores de la administración anterior. No sabía bien quiénes eran, ni cuánto se habían robado y, lo más importante, cómo comprobaría legalmente el saqueo, pero ella dijo que habría ex funcionarios en prisión, porque era “lo que el pueblo quería”. Hasta hoy no ha podido hacerlo.
Y no ha podido no porque les tenga miedo, porque le haya quedado grande el cargo, o porque sea su cómplice. Más bien, no ha podido por el simple hecho de que la distancia entre decir y hacer es grande. Y porque, en rigor, no basta con suponer que alguien cometió un ilícito sino que, para el derecho, lo que interesa es lo que se puede comprobar. Y hasta ahora han podido comprobar mucho menos de lo que han supuesto. Y derivado de esto, han podido conseguir mucho menos de lo que han prometido.
En el fondo, su aparente incapacidad es previsible. Consideraron que con el solo cambio de régimen todo se facilitaría y se conseguirían resultados casi por inercia. Eso es naturalmente imposible. Han podido hacer poco, porque las estructuras administrativas y gubernamentales siguen siendo las mismas. Y porque ni Perla Woolrich ni Carlos Altamirano Toledo son tan brillantes, como para que su solo arribo a esas dependencias marcara una diferencia sustancial en la forma en que conducen sus procedimientos, en que prueban sus dichos, y en que consiguen lo que prometen.
En el caso de Perla Woolrich, hace mucho tiempo dijimos que tarde o temprano pagaría el costo por sus acusaciones a priori, y por condenar por adelantado a aquellos a los que aún no les comprobaba el saqueo cometido, e incluso ni siquiera les había iniciado los procedimientos administrativos o penales respectivos. Hoy ya lo paga, porque a casi dos años de gestión no ha tenido la capacidad ya no digamos de encarcelar a alguien, sino de sostener los argumentos con los que los acusó y los condenó —y los linchó— mediáticamente.
PROMESAS EXALTADAS
Al final, es evidente que la única confabulación habida en toda esta historia, es la de la bravuconería y las promesas fantasiosas que unos y otros hicieron al calor de la borrachera democrática por la alternancia de partidos en el poder en Oaxaca. Hoy, funcionarios como Perla Woolrich y Carlos Altamirano ya se encuentran en la fase de la resaca, y sólo hasta entonces comienzan a ver que cometieron muchos errores hablando de más y prometiendo lo que no sabían cómo habrían de cumplir. Por eso, hoy no son sus opositores quienes ocupan su tiempo en acusarlos, sino son sus mismos compañeros de coalición. Qué tan mal estarán que hasta en su propia casa, y ante cualquier ocasión, hablan mal de ellos.