+ En puerta, un debate intenso pero soslayado en LXII Legislatura
Terminó el tiempo del proselitismo electoral, y de engañar a la gente con promesas y esperanzas, y ahora los partidos tienen que continuar con su juego habitual de simulación e intereses. Han pasado apenas dos semanas desde que partidos y candidatos se dedicaban a ofrecerle el oro y el moro a la ciudadanía a cambio de su voto, pero hoy eso ya no es importante. Lo que sigue, para ellos, es el arreglo rumbo a la sucesión de 2016 en la gubernatura, y pronto comprobaremos que las promesas no sirven más que para los tiempos de campaña.
En efecto, quedan menos de 10 días para que venza el plazo constitucional para realizar la reforma político electoral, que adecúe las normas locales a las nuevas disposiciones federales. Hoy en día, además, suena hasta a mal chiste continuar hablando de la necesidad de la emisión de una nueva Ley Estatal de Educación. Detrás de esas normas vienen otras que son igual de trascendentes para todos, menos para los diputados que siguen trabados en una polémica inacabable sobre la sucesión gubernamental y sus intereses económicos y políticos, personales y de grupo.
¿De qué hablamos? De que, por ejemplo, la reforma político electoral trae aparejado un conjunto enorme de temas que, si los diputados estuvieran comprometidos con la ciudadanía, debieran ser el centro de un debate intenso y de un trabajo legislativo medianamente responsable. De hecho, pareciera que los diputados locales no tienen nada de pudor, ni han reparado en que el debate que según para ellos es el más importante, resulta ser el más frívolo de todos, y sólo revela la codicia política de las fracciones parlamentarias (y sus partidos), y sus ambiciones de poder.
Ese debate, en el que han invertido meses de supuesta discusión y negociación, es el que pretende empalmar la elección de Gobernador con los comicios presidenciales, para que sea en una sola jornada electoral que se desahoguen todos los procesos electivos y se procure economía en la organización electoral. Es cierto que ese es un tema importante. Pero en realidad, es una cuestión que a la gente común no le interesa, ni impacta positiva o negativamente en su vida cotidiana. Además, es un tema que los propios partidos y los grupos de poder metieron como trascendente de esta reforma, a pesar de no ser ni una obligación constitucional ni una medida emergente para lograr un clima de gobernabilidad más consolidado.
Aún así, las fracciones parlamentarias están hoy en día trabadas en un enorme embrollo sobre ese tema en específico, y nunca han manifestado qué postura asumirán sobre otros temas que son fundamentales, tales como la paridad, las candidaturas independientes, la fiscalización, las nuevas reglas electorales, la modificación de la autoridad y los órganos jurisdiccionales en la materia, ni nada.
Mucho menos tienen interés en empatar esa reforma con las modificaciones que son necesarias a la legislación en materia de derechos de los pueblos indígenas y, en resumen, al desdeñar todo eso revelan su frivolidad y su incapacidad de al menos aparentar que tienen cierto nivel de compromiso con la ciudadanía que votó por ellos.
NO HAY CLASES, Y EL
CONGRESO NI EN CUENTA
Es curioso cómo en ciertos sectores evaden de una forma fácil las discusiones y los problemas públicos, únicamente escondiendo la cabeza. En Oaxaca los alumnos de las escuelas públicas pasaron 17 días sin clases derivado de un problema que en parte es también de los diputados. Ellos no han cumplido con su responsabilidad de emitir una nueva ley educativa estatal, y tampoco han contribuido, ni siquiera retóricamente, a aportar algo a este turbio debate educativo.
Como si ellos no tuvieran responsabilidad, ni participación, ni incumbencia con el tema, los diputados de la LXII Legislatura le apostaron al receso legislativo, a los temas de coyuntura, y a la simulación, para que nadie los volteara a ver mientras la ciudad de Oaxaca se volvía un caos previo a los comicios, mientras los niños y jóvenes no tuvieron clases casi tres semanas, y mientras Oaxaca volvía a quedar como el estado incumplido frente a todos los demás del país que sí han podido procurar cierto orden en el manejo político de sus gremios y sus organizaciones.
Ahora bien, detrás de esas dos cuestiones (la reforma político electoral, y la educativa) vienen otras sobre las cuales tampoco se ha dicho una sola palabra en el Congreso. Una de esas reformas, por ejemplo, es la que tendrá que adecuar también el marco jurídico estatal a las nuevas disposiciones en materia de transparencia y de combate a la corrupción, entre otras. A estas alturas, sería un disparate suponer que en esos temas los legisladores locales sí pudieran tener algún tipo de interés o disposición para sacarlas adelante.
Al final no quedan muchas esperanzas, salvo alguna circunstancia posible. ¿Qué pasará si de verdad el desacuerdo sobre su frívola discusión respecto a la reforma electoral no se supera? Si no hay acuerdo entre la posibilidad de homologar el calendario electoral para establecer un periodo de gobierno de dos años (de 2016 a 2018), o uno de cinco años (de 2016 a 2021), entonces finalmente tendría que haber una puja real y abierta entre las fracciones parlamentarias para ver quién de ellos alcanza la mayoría requerida.
De lo contrario, lo que ocurrirá es que todos se irán a casa sin nada y los oaxaqueños nos quedaremos nuevamente sin una legislación acorde y necesaria gracias a que la frivolidad y la codicia le ganó a la supuesta representación popular de la que dicen ser depositarios los integrantes de la LXII Legislatura.
Frente a todo eso, habrá que entender que las promesas de campaña son sólo promesas; que no hay ninguna posibilidad de exigir compromiso en esas condiciones; también debiéramos estar ya muy claros de que los periodos y promesas de campaña no serán nunca correspondientes con lo que hacen los partidos y sus representantes una vez que bajan la cortina del proselitismo, y se centran única y exclusivamente en velar por sus intereses.
QUÉ BONITA “JUVENTUD”
Esa que parece de jóvenes viejos disputándose los membretes priistas, bajo las mismas viejas prácticas de siempre, y manipulados —en ambos bandos— por un puñado de políticos mañosos, a los que en realidad debieran aspirar a no parecerse y ni siquiera a aparecer cerca de ellos. De nuevo, la ambición disfrazada de supuestos deseos de “participación política” que ahuyenta y no promueve el interés juvenil en la política.