+ ¿En los estados debe se erradica o se sigue fomentando “feuderalismo”?
Hoy que estamos en el umbral de la definición de los candidatos a Gobernador en Oaxaca, uno de los temas de los que se habla prolíficamente tiene que ver con la idea de que el Presidente de la República elegirá al abanderado del Partido Revolucionario Institucional, “porque necesita del apoyo de los Gobernadores”. ¿Qué implica en realidad, hoy, el apoyo de un gobernador al Presidente?
En efecto, si aún siguen vivos los viejos rituales del priismo tradicional en esta segunda etapa del PRI en el poder presidencial, entonces la lógica apunta a suponer que será el Presidente de la República el que elija a los candidatos a Gobernador de su partido. Siguiendo esa misma lógica, el Presidente es el gran jerarca político de su partido y es quien tiene las definiciones. Si eso es así, ¿entonces sus decisiones las toma en función de sus conveniencias, de la competitividad electoral de los aspirantes, o de sus afectos personales?
Evidentemente, la respuesta tendría que ser la suma de ellas pero ponderando la competitividad electoral, porque en la base de todo se encuentra el imperativo de que ese candidato —sea o no su incondicional, o de sus afectos personales— tenga la capacidad de ganar la elección. La democracia representada en el voto es, pues, la aduana y la condición sine qua non de todo lo demás. Por eso lo primero que define a un candidato es que electoralmente sea una opción ganadora. Y de ahí en adelante todos los demás factores tienen un peso relativo.
Si entendemos eso podremos entonces ir a las demás condiciones. ¿Qué tipo de apoyo necesita el Presidente de un Gobernador? Pues sabemos que todos los Mandatarios estatales necesitan del apoyo del gobierno federal; pero también debemos entender que en nuestra democracia, un gobernante federal —o estatal— aún con minoría legislativa, o aún con un Congreso opositor, puede continuar gobernando. Tal ha sido la prueba de los dos presidentes anteriores, o de igual número de gobernadores oaxaqueños, que han gobernado en periodos casi permanentes de crisis.
Y lo interesante es que en esta ecuación de la estabilidad del poder presidencial, siguen sin aparecer los Gobernadores, pues ellos representan un estrato distinto del federalismo, pero no específicamente de la división de poderes en el ámbito federal. Más bien, parece que los gobernadores han aprovechado la decantación del viejo poder presidencial omnímodo para gobernar y ejercer los recursos públicos con mayor libertad y discrecionalidad. A nivel federal no han un Jerarca como antes, pero en el ámbito estatal sí. Y los Gobernadores cambiaron el régimen de partido hegemónico por el llamado “feuderalismo”, en el que su poder se convirtió en una parcela que han administrado libremente, como en los tiempos del feudalismo.
¿Para qué necesita entonces un Presidente de los Gobernadores? Los necesita, por ejemplo, para poder coordinar acciones, pero sobre todo para incrementar el margen de estabilidad de su régimen. Los necesita, por ejemplo, para que apoyen sus planteamientos políticos y permitan su implementación en todo el país. No los necesita de amigos ni porque apoyan su visión ideológicas o las reformas que ya están concretadas. Los necesita siempre para lo que viene, no para lo que ya pasó.
LA CLAVE DEL CONGRESO
A pesar de los problemas que ha enfrentado, el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto goza de estabilidad política porque tiene a las dos cámaras federales con una ligera mayoría priista. Eso le da certidumbre de que sus iniciativas —salvo las de reforma constitucional— pueden transitar con tranquilidad, y de que no tendrá mayores sobresaltos. En esa suma/resta sí aparecen los Gobernadores, como jefes políticos —se supone— de las bancadas estatales en las cámaras federales.
Hoy, por ejemplo, Oaxaca es un estado opositor al Presidente por su conformación en las cámaras legislativas federales. Hay una mayoría de diputados y senadores de oposición, aunque eso se decanta porque las entidades federativas que tienen mayor número de diputados —el Estado de México tiene, por ejemplo, 63 diputados federales— son de mayoría priista. Ese sería un aspecto concreto en el que un Presidente necesitaría del apoyo de un Gobernador, o cuando menos no tener más diputados en contra frente a los que son sus correligionarios.
Y es que los Gobernadores sí representan un margen de operación política importante en sus territorios, en los cuales es más difícil que intervenga el gobierno federal. ¿Cómo se puede explicar, por ejemplo, que hace apenas seis años, cuando el gobierno estatal de Oaxaca era priista, tenía también el “carro completo” de los legisladores federales; y que ahora ocurra algo más o menos similar, pero de diputados del PAN y el PRD, cuando el gobierno estatal es controlado por un gobernador no priista?
Ahí es donde se centra una parte de esta discusión. Por eso, el Presidente ante todo necesita candidatos a Gobernador que, primero, puedan ganar; y segundo, que le sean afines en los asuntos sustantivos de su política y su gobierno. Un gobernador no es definitorio de una situación de ingobernabilidad. Sin embargo, un Gobernador que genera demasiados problemas sí se convierte en un adversario involuntario del Presidente.
En esa sumatoria debe encontrarse actualmente el presidente Peña Nieto, quien tiene la nada sencilla labor de escoger a quien sea, verdaderamente, su candidato a Gobernador en el PRI (que pueda ganar, primero, y que tenga identidad con él); y además debe tratar de influir en las decisiones que se tomen en las fuerzas de oposición. Ese es, al final, uno de los imperativos básicos de quienes se encuentran en ese tipo de lucha que se da desde el poder público, para mantenerlo, acrecentarlo y no perderlo.
TODO LO DEMÁS, SON PERCEPCIONES
Llama la atención la forma en que propios y extraños han jugado con las percepciones, pero no entran a esta discusión de por qué, y para qué, serían alguno de ellos el elegido del Presidente. Han ido del alarde de la amistad personal, o de encuestas, y hasta de supuestos apoyos venidos de las élites nacionales. Todos esos factores juegan, pero sólo de forma relativa. Al final, el que le asegure al Presidente ganar la elección, y estabilidad para su régimen, será el escogido. No hay más.