+ Estado de México, ejemplo negro de la descomposición de procesos electorales
Pasado mañana se realizarán los comicios en cuatro entidades de la República, pero la atención está puesta en el Estado de México, por varias razones. Una de ellas es porque en aquella entidad se juegan el futuro los dos principales bloques que el año próximo se disputarán la Presidencia de la República. Pero más a ras de suelo, otra razón por la que la elección mexiquense es el punto de referencia de los procesos electorales actuales es el nivel de confrontación e ilegalidad que han desplegado todos los partidos para tratar de ganar la elección. En el fondo, todos juntos parecen apostar a seguir desacreditando a la democracia como razón de fondo. Parece increíble, pero es cierto.
En efecto, la elección del Estado de México ha demostrado cómo los partidos, sus candidatos, y los grupos políticos que están detrás de ellos, siguen alcanzando nuevos límites en la tarea permanente de estirar las leyes y poner en entredicho a las autoridades electorales. En aquella entidad, los candidatos y partidos se han dicho y han hecho de todo, y no parece haber forma posible de frenar la carrera expansiva rumbo a la degradación de la legitimidad de todo el proceso electoral.
Pues resulta que así como en el terreno de la “alta política”, se han inmiscuido indiscriminadamente en el Estado de México los actores que el año próximo se jugarán la elección presidencial, en los estratos bajos han desplegado todo tipo de artimañas relacionadas con el clientelismo y la compra de votos, que se supone que son de los principales actos que se han tratado de combatir con las sucesivas leyes electorales y con el supuesto reforzamiento de las capacidades institucionales de las autoridades electorales. En términos generales, en la entidad mexiquense han hecho y se han dicho de todo, en un marco de impunidad que ya a estas alturas debiera resultar preocupante —aunque la realidad apunta a un peligroso proceso de normalización social de la ilegalidad en los procesos electorales.
En esa “alta política” resulta que están inmiscuidos, como si fueran los verdaderos candidatos, por un lado el presidente nacional del partido Movimiento de Regeneración Nacional, Andrés Manuel López Obrador; y por el otro, el presidente de la República —con toda la estructura del gobierno federal secundándolo—, Enrique Peña Nieto. Ambos, desde el inicio de la campaña mexiquense, han estado involucrados de tiempo completo tanto en las tareas de proselitismo disfrazado de otras acciones, como en señalamientos relacionados con sus prácticas indebidas, e indirectamente con las operaciones relacionadas con la compra y coacción del voto.
En esa lógica, resulta que a nadie —o por lo menos a la autoridad electoral, y tampoco a los electores, que no han demostrado denuedo para exigir legalidad— le ha llamado la atención el hecho de que sean los actores nacionales los principales protagonistas de la elección, a pesar de que en rigor ninguno de ellos debiera estar involucrado en las tareas proselitistas.
Pues por un lado, Andrés Manuel López Obrador no debiera estar tan metido en la campaña, porque no es él quien está compitiendo para la gubernatura, sino la candidata de su partido, Delfina Gómez Álvarez. Y el presidente Peña Nieto tampoco debería estar inmiscuido en la campaña porque él no es quien se supone que debería tener afanes de poder, ni siquiera para ubicar a su pariente en la gubernatura del Estado de México.
El problema es que uno y otro rompen todos los espacios de la equidad, e incluso del decoro. Andrés Manuel porque con su insistente presencia e injerencia en el proceso electoral, demuestra lo poco que respeta a la candidata de su partido, e incluso la ruta que seguiría de llegar ella a convertirse en la Gobernadora del Estado de México.
El caso del presidente Peña Nieto es todavía peor, no sólo porque ha maniobrado contra todo, y contra todos, para imponer a su pariente como candidato del PRI a la gubernatura de aquella entidad, sino porque pareciera que es él quien se quiere perpetuar en el gobierno estatal que sí disfrutó y donde sí se siente apreciado. Pareciera, pues, una especie de pequeño maximato pero en un esquema de degradación no sólo política sino también de las maniobras para conseguirlo.
DEGRADACIÓN TOTAL
La democracia, bien dicen, se construye de manera permanente. Sin embargo, pareciera que en México existe una competencia en sentido contrario. No tenemos una democracia madura ni sólida, sino acaso una que apenas si ha demostrado mantener al mínimo los márgenes de civilidad que han permitido las alternancias en la competencia democrática. Sin embargo, al mismo tiempo se revela una voluntad indeclinable por parte de todos los actores —individuos e instituciones— por socavar cualquiera de las bases democráticas con tal de ganar la siguiente elección.
Eso es lo que también se ve en el Estado de México más allá de las élites. Todos los partidos y candidatos se han dedicado a implementar y afinar las prácticas del clientelismo político, en la entidad con mayor población votante del país. Hoy, a pocas horas de la elección, son constantes y abundantes las acusaciones de compra, coacción y manipulación del voto. Los equipos de ingenieros y activistas electorales de todo el país, y de todos los partidos, se encuentran hoy en el Estado de México “operando” las posibilidades de triunfo a partir de la manipulación del voto.
Por eso, independientemente de quién gane y quién pierda la elección, ésta será cuestionada, su resultado será rechazado, y el Estado de México será el siguiente dolor de cabeza para la sociedad mexicana por su desaseo, su falta de legitimidad y sus interrogantes de fondo, aunque en realidad pocos acepten que de eso son ya corresponsables todos los partidos, todos los candidatos, todos los políticos y todos los operadores electorales que hoy mismo tienen al Estado de México como base de sus ambiciones y de sus prácticas de manipulación del voto.
Al final, esto significa un profundo daño a la democracia en un momento definitorio. Falta exactamente un año para la elección presidencial, y lo que vemos es la construcción de un enorme lodazal en el que todos juntos están chapaleando sin ningún pudor ni preocupación. Lo que veamos el lunes —al que no acepte el resultado; al que llame a la “civilidad” a pesar del cochinero; al que diga que todo fue legal; e incluso al que llame a la resistencia y/o a la ruptura— será apenas la segunda parte de esta carrera de degradación, que ahora vive apenas su primer episodio.
Lo que seguirá, es ver esas prácticas reproducidas y afinadas en la elección presidencial del año próximo, mientras nos sigamos preguntando si de verdad nuestra democracia aguantará no una tercera alternancia de partidos en el poder presidencial, sino la continuación de este proceso de degradación que ha llevado a la democracia mexicana a niveles de descrédito nunca antes imaginados para una estructura tan costosa y se supone que tan perfeccionada. Según los hechos, eso es lo único que ya está perfectamente claro.
OAXACA EN MÉXICO
¿Cuántos oaxaqueños habrá en la elección del Estado de México? Priistas, morenistas y perredistas, ya sabemos que hay bastantes, operando a todos los niveles en los inmensos y densamente poblados municipios mexiquenses. Lo que ya parece una broma es que incluso la Sección 22 hará presencia para “coberturar” la jornada electoral como observadores ciudadanos. Van a vigilar, en una de esas absurdas paradojas, que gane la candidata de Morena y su nueva aliada, la maestra Elba Esther Gordillo, que se supone que es adversaria histórica y moral de la Coordinadora. La congruencia, en su máxima expresión.