Hace 10 años, el entonces candidato presidencial por el Partido Acción Nacional, Vicente Fox Quesada, dio los pasos determinantes para su posterior victoria electoral y la consolidación de la alternancia partidista en México. Una vez comenzada la contienda electoral, éste se alzó ante la sociedad como el promotor de las más importantes ideas y promesas de cambio para los mexicanos.
Su propuesta se basaba no sólo en el ejercicio de un gobierno en condiciones más democráticas y tolerantes que las de sus antecesores, y en la consolidación de las grandes reformas que llevarían al país a ya no conformarse con la estabilidad, sino a potenciar el crecimiento. 10 años después, podemos darnos cuenta que el único resultado, es el fracaso.
Hace una década, ciertas circunstancias determinaron la contienda electoral. Uno de ellos, fue la promesa reiterada del candidato panista de ir en contra de todos los que habían saqueado y mal manejado a la nación. También aseguraba que muchos de los problemas que enfrentaba el país se superarían a partir de la inclusión de quienes menos tienen; y que su mejor herramienta sería no el diálogo como político, sino el basado en que el gobierno debía servir a los ciudadanos comunes.
Todo esto atrajo fundamentalmente a todos aquellos que, sin pertenecer a una fuerza política, determinaron el sentido de su voto a partir del convencimiento y la simpatía que les generaba cada candidato. Así, Vicente Fox Quesada ganó la presidencia por un margen de votación que fue imposible de rebatir por las fuerzas políticas.
Al tomar posesión, se comprometió con los mexicanos a impulsar un gobierno basado en la tolerancia y las vías democráticas, y en el que, a partir de entonces, el Presidente propondría y el Congreso dispondría. Seis años después, las promesas de cambio más importantes se habían quedado opacadas por la simple alternancia. Y diez años después, podemos corroborar que ninguna de esas reformas sustanciales ha podido avanzar en un país dominado por la polarización, el encono y el privilegio a los intereses partidistas sobre los de la nación. Es, para México, una década perdida.
REFORMA FISCAL
Uno de los grandes problemas que ha enfrentado la hasta ahora fallida reforma fiscal en México, no es el alza de impuestos, sino las mentiras —y verdades a medias— que se vierten desde el poder sobre este asunto, y la preocupación que tienen todos los partidos por pagar los costos políticos por la toma de decisiones.
En los últimos diez años no ha habido una reforma fiscal integral, pero ello no significa que por eso los mexicanos estemos a salvo. De hecho, en la última década algunos impuestos que iban a la baja hoy están nuevamente elevados, y se han estipulado otros que antes no se pagaban. No obstante, eso no significa que hoy las arcas públicas estén en Jauja o que los impuestos sean más generales y equitativos que antes.
¿Por qué no ha podido transitar la reforma fiscal? Por dos razones. Primera, porque irremediablemente ésta implica un alza de impuestos y la reorganización de todos los gravámenes que hoy se aplican. Y segunda, porque los gobiernos panistas siempre han prometido disminuir las cargas tributarias, y siempre han hecho lo contrario.
Esto tiene entrampado al país, mientras los partidos y facciones políticas se deshacen las vestiduras en posturas demagógicas. ¿Cómo querer tener más recursos si los impuestos se pagan de una forma dispareja y parcial? ¿Cómo querer incrementar el gasto, si unos cuántos siguen pagando mucho, y los más adinerados del país pagan poco? ¿Cómo incrementar los impuestos, si eso significará que el partido que apoye la medida pierda en automático el respaldo popular?
El resumen es claro: en México ha habido parches fiscales que eliminan los problemas económicos y de gasto a corto plazo. Pero nadie se ha atrevido a llevar a las leyes los resultados de las convenciones hacendarias o los planteamientos que se realizan desde ciertos sectores de la sociedad.
Como nadie quiere pagar los costos de lo irremediable, la salida ha sido fácil: incrementar los impuestos a los que ya pagan; y esperar a que sean otros gobernantes, en otros tiempos, los que decidan arriesgar sus capitales políticos en aras del bienestar de largo plazo de las finanzas del país. El PAN, está visto, no podrá materializar una reforma fiscal en los años que están por venir.
REFORMA ENERGÉTICA
En México, para muchos nacionalismo significa Pemex. La empresa petrolera nacional ha sido la caja chica y grande del gobierno mexicano durante décadas, y hoy se encuentra en franca decadencia. Cuando se propuso la reforma petrolera, propios y extraños acusaron la privatización de la industria. Este fracaso tiene razones tan emocionales como de incapacidad política.
Emocionales, porque para el mexicano común el petróleo significa no sólo una fuente de riqueza, sino también la materialización de la idea de que sí se le puede ganar una batalla a Estados Unidos. Esto porque la expropiación petrolera, ocurrida el 18 de marzo de 1938, fue la primera y única batalla que México le pudo ganar al vecino del norte, y la única riqueza abundante que se pudo rescatar del imperialismo yanqui.
Por eso, cuando los gobiernos comenzaron a hablar de una reforma energética, sus contrapartes —para obtener dividendos electorales— aseguraron que esto escondería la privatización de la industria. Y hubo oposición, jaloneos y debates, para que al final se estableciera una reforma parcial y de poco alcance, que no podría sacar a la industria del hoyo en el que se encuentra.
Vicente Fox y Felipe Calderón, ambos presidentes panistas, ofrecieron lograr una reforma energética que le diera viabilidad al país. Hasta hoy, ninguno de los dos ha podido hacer un planteamiento claro a futuro de lo que debe ser la industria nacional del petróleo y los energéticos. Sus opositores han incurrido en el serio problema del bloqueo y la negativa razonada e irracional. Y el resultado es que hoy Pemex ya no es la cuarta empresa petrolera del mundo, sino que es una de las “segundonas” frente a los gigantes petroleros de otros países que, siendo propiedad del Estado, fueron consecuencia de un acuerdo razonado y hoy compiten y se desarrollan exponencialmente.
REFORMA LABORAL
Esta es otra de las discusiones largamente esperadas. Nadie sabe a ciencia cierta si la eliminación de los sindicatos, del derecho de huelga y de otras prestaciones para los trabajadores, sean elementos suficientes para sacar adelante al país. Esto es justamente lo que ha propuesto la administración panista y que, de antemano lo sabemos, no será votada favorablemente en el Congreso federal.
Se pone poca atención a otros rubros que son parte de lo mismo. El sistema de salud pública para los trabajadores está colapsado, el sistema de pensiones es de alcances mínimos frente al cúmulo de población que no cuenta con prestaciones sociales. Y existen muchos otros rubros que necesitan de una regulación específica para poder dar viabilidad y certeza a quienes invierten y generan empleos en el país.
Hace apenas unos días se adelantó algo del contenido de la reforma laboral: uno de los ejes será la transparencia de los sindicatos tanto en recursos como en información; amplía y endurece los requisitos para llevar a cabo una huelga, tipifica como delito la contratación de menores de 14 años; regula el outsourcing, así como el trabajo doméstico, independiente o vía medios electrónicos como el Internet.
¿Transitará esta reforma? Sería el primer éxito en un mar de fracasos para los negociadores e interlocutores del gobierno federal panista, con las distintas fuerzas políticas que tienen representación en el Congreso de la Unión.
REFORMA A TELECOMUNICACIONES
Hoy la tecnología de los medios de información, es mucho mayor a los alcances previstos por la norma. En 2005, la Ley Federal de Telecomunicaciones, y la de Radio y Televisión, fueron reformadas, pero sólo para satisfacer el plan de negocios de Televisa. Dos años después éstas reformas fueron declaradas inconstitucionales por la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
¿Por qué es importante? Porque la falta de una regulación clara y equitativa, hoy fomenta la concentración de los medios en unas cuantas empresas e intereses, que acaparan el sector y fomentan los intereses y la manipulación. El presidente Calderón también se comprometió a atender el sector e impulsar las reformas que fueren necesarias. Pero nada de esto ha ocurrido. Continúa pasando el tiempo y los beneficiarios de esas concentraciones y monopolios, continúan teniendo el control casi absoluto de los medios informativos. Y continúan haciendo de la manipulación y la presión, una de sus mejores actividades.
¿A DÓNDE VAMOS?
Así, esta parece ser la década perdida. Mientras otros países, como Brasil, ganaron competitividad y presencia internacional por su capacidad de lograr acuerdos y reformas viables, en México todo está pospuesto para quién sabe cuándo. Nadie sabe bien a bien qué pasará con el país, ni cuándo saldrá del hoyo en el que se encuentra. Mientras, predominan las discusiones bizantinas y sin rumbo entre un gobierno inoperante, y un Congreso que más bien parece la Torre de Babel, y no un Poder Legislativo serio. Vamos para ningún lado.