“El Infierno” y los riesgos de caer en los extremos

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+ “Hablar bien de México”… ¿De verdad se puede?

El gobierno federal dice que, contrario a lo que la mayoría de los mexicanos piensa y siente, el problema de la inseguridad no tiene que ver con que las bandas criminales y la sangrienta guerra por el control de porciones del territorio nacional, sean incontrolables. Para el gobierno de la República, pues, el problema de fondo se encuentra en la mala percepción que tienen los ciudadanos de esa lucha —o “guerra”, como ellos mismos la denominaron inicialmente— contra el crimen organizado. ¿Es en verdad en México un problema de percepciones, y no de realidades, lo que nos afecta?

El presidente Felipe Calderón ha tratado de demostrar, en todo el tiempo que lleva de gestión, que el gobierno que encabeza se encuentra decidido a erradicar a las bandas criminales del país. Y no sólo eso. También se dice dispuesto a combatir de fondo la corrupción, y las redes de protección institucional —que van desde altos funcionarios federales, pasando por gobernadores, legisladores y autoridades municipales— que permiten la libre actuación de las bandas criminales en amplios territorios, principalmente del norte de la República. El problema es que, según él, las percepciones no le ayudan a su causa.

¿Por qué decir eso? Porque según él, los medios de comunicación han distorsionado la realidad, o la han encaminado incorrectamente, y por esa razón, el ciudadano tiene miedo de los problemas de inseguridad que enfrenta el país. Para muestra, innumerables botones. Dice el presidente Calderón, por ejemplo, que no es admisible que el Estado mexicano se repliegue ante una ridícula minoría que pretende tomar el control del territorio nacional, e imponer su ley para poder comercializar y exportar productos que envenenan a millones de personas tanto en México como en los Estados Unidos.

Dice también que gran parte del problema se encuentra en que los medios informativos han exagerado el amarillismo y el sensacionalismo en la información que publican, y que por esa razón la población considera que las balaceras, los enfrentamientos y el terror ciudadano que se siente en diversas ciudades del país, tiene más razones emocionales que de verdadera violencia.

Ha llegado incluso a decir, en ese sentido, que los medios enaltecen las actividades delictivas al magnificar información relacionada con el crimen organizado en las primeras planas de los diarios, y los titulares de los noticieros de radio y televisión, cuando al gobierno federal le cuesta millones de pesos lograr, a través de publicidad, que se dé a conocer alguna de sus acciones en contra de la criminalidad, o en alguno de los rubros que tiene la obligación constitucional atender.

Frente a todo esto, parece claro que ni el gobierno ni los ciudadanos debíamos ver esta situación como un tema monocromático. Es decir, como una simple lucha entre malos y buenos o, en colores, únicamente reducida al negro y el blanco. Es imposible hacer eso porque, como todo, el mundo y la realidad está determinada por mucho más que dos factores, y porque asegurar que el problema de la inseguridad es tan grave como para tener de rodillas al país, es casi tan inexacto como afirmar que éste es un simple problema de percepciones erróneas, en el que la población, por entender mal la realidad, es la responsable.

¿Entonces?

EL INFIERNO

Desde hace un par de semanas se encuentra en cartelera una película de producción mexicana llamada “El Infierno”, que protagonizan los actores Damián Alcázar, Ernesto Gómez Cruz, María Rojo y Joaquín Cossío, entre otros, y dirigida por Luis Estrada. Esta cinta, bien puede ser el clímax entre los excesos que pueden cometerse en la generación de percepciones inexactas, y la brutal realidad por la que atraviesa el país.

La trama es sencilla: un campesino mexicano emigra en 1990 a los Estados Unidos, buscando un mejor futuro. Promete a su hermano llevárselo en cuanto tenga los dólares suficientes para pagar su viaje. 20 años después es deportado a México y, en el camino de regreso a su pueblo, es asaltado lo mismo por delincuentes que por soldados en un retén militar. Al llegar a casa encuentra sólo noticias desoladoras: el hermano se juntó con la mafia y murió, no hay trabajo y las balaceras son cosa de todos los días.

Así, aunque es un hombre que busca un empleo honrado, las circunstancias lo llevan a enrolarse con un grupo de matones al servicio de un capo, que lo mismo abreva relaciones políticas con personajes de primer nivel en México y el extranjero, que vende droga al menudeo, controla negocios como el de la piratería, prostitución y demás, e incluso exporta droga a los Estados Unidos. La cinta narra las peripecias de ese individuo, su transformación de un hombre honrado a un sádico criminal hecho y derecho, y el trágico final que tiene un sicario cualquiera que confunde el ser inteligente con convertirse en un bribón.

¿Por qué asegurar que esta película es un punto clímax de toda esta discusión sobre la realidad y las percepciones? Porque, si bien “El Infierno” retrata brutalmente la cotidianidad de la guerra entre cárteles de la droga, la colusión de capos y políticos, la corrupción que existe en las fuerzas policiacas, la seducción del dinero fácil, y la brutalidad de los ajustes de cuentas, lo cierto es que ver esa cinta sin acotar ciertos puntos puede, sin duda, convertirse en un riesgo en la percepción que se tenga de nuestro país.

La razón es sencilla: Sin duda, El Infierno narra fielmente la realidad del mundo criminal y todo lo que esto implica. Pero el riesgo que se corre es que, en México o el extranjero, se asuma que eso es lo que ocurre en todo el país, y que esa es la actividad y el modo de vida de todos los ciudadanos.

AGUAS CON LAS PERCEPCIONES

Hasta hace muy pocos años, un extranjero con poca información sobre nuestro país, arribaba a México pensando que todas las personas vestíamos con taparrabos, plumas y penachos, y que seguíamos viviendo en pirámides, sacrificando humanos y adorando a Dioses paganos. Pues bien, una cinta como El Infierno, puede llevarnos a pensar que la historia de Benjamín Reyes (el protagonista, interpretado por Damián Alcázar) es la de todos los mexicanos, y que en todo el país ocurre exactamente lo mismo. Nadie niega que El Infierno retrate la realidad; pero es sólo una porción de la misma. Negarlo, sería tanto como descalificar a los millones de mexicanos que no vivimos ni somos parte del mundo criminal.

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