Oaxaca: una transición carente de contenido político

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+ Partidos y gobierno: la clave, en el hacer, no en el decir

Apegados únicamente a los recursos retóricos, hasta ahora los partidos políticos, gobierno, próximas autoridades y fuerzas políticas derrotadas, no han encontrado el modo de ofrecer a la ciudadanía una explicación coherente sobre el contenido democrático y de gobierno que dicen ofrecer. Hablar hoy de la transformación, de la rectificación, de la alternancia o de la transición, son simples instrumentos discursivos carentes de los fundamentos suficientes como para considerar que, en efecto, todos ellos son algo más que palabras. La justificación, sin embargo, sólo puede ofrecerse por la vía de los hechos.

¿Por qué asegurar lo anterior? Porque ceñidos únicamente a la actuación pública de quienes integran las fuerzas políticas y los grupos de poder que se disputaron electoralmente la gubernatura, las municipalidades y el Congreso del Estado el pasado cuatro de julio, lo que hoy puede verse es que ninguno —ganadores y derrotados— han podido dar con la sustancia política y democrática que ya debería existir, hoy, en sus respectivas posiciones.

Más que cacerías de brujas, ajustes de cuentas, jaloneos internos y defensas retóricas de sus posiciones, ambos grupos deberían estar buscando ya su rango de ubicación dentro del contexto político local. Sin embargo, para entender a cabalidad este asunto, es necesario analizar, por separado, las posiciones actuales de los dos bloques que se disputaron el poder político en julio pasado.

En primer término, es evidente que el gobierno electo de Cué, por su misma naturaleza, está caminando en una cuerda floja constante. Independientemente de la legitimidad adquirida con su triunfo, es evidente que sobre las espaldas de este nuevo gobierno también se soporta el futuro, y el contenido político, de las alianzas electorales para el futuro. Sin contar los demás factores, esa sola situación agudiza la complejidad del reto democrático y el éxito en las tareas de gobierno. Y ambos rubros, hasta ahora, son nada menos que las dos grandes incógnitas que habrá de responder, en su momento, la administración entrante.

¿Por qué calificarlas como incógnitas? Porque, a la luz de los hechos, la alianza de partidos que está llevando a Cué al gobierno, no tuvo más contenido, ni explicación, que la puramente ceñida al pragmatismo y la circunstancia político-electoral del momento. La justificación de la alianza opositora no radicó en la necesidad de emprender una tarea conjunta de gobierno, o de impulsar un proyecto coligado de reformas democráticas en el Poder Legislativo, sino en únicamente echar del poder al régimen gobernante para instaurar otro, de alternancia, que idealmente emprendiera las transformaciones políticas que demanda la sociedad.

En este sentido, ambos rubros —el del éxito en las tareas de gobierno, y el de las reformas democráticas— son auténticas interrogantes, porque sobre este asunto no existen sólidas referencias previas de éxito en las entidades federativas (y sí hay otras sobre estruendosos fracasos), y porque tampoco se construyó un plan previo en esos dos rubros, que comprometieran al inminente gobierno electo a realizarlas en un tiempo y una forma determinadas, y con otro tipo de apremios sociales, distintos a los de la pura presión de los electores, a la voluntad política del gobernante (manifestada como una concesión al ciudadano, y no como un deber democrático), o al apego a las apariencias de que se realiza un gobierno democrático.

El reto es enorme. Como ya lo hemos comentado en otros momentos, del éxito del gobierno de Gabino Cué dependerá el sustento y la legitimidad que tengan las coaliciones electorales en el futuro. Lo acepten o no, y guste o no, éste será un gobierno de paradigmas para la política electoral mexicana. Pues, si triunfa y gobierna con éxito, tendrá que ser ajustado y perfeccionado para ser ensayado en otras entidades. Pero si fracasa, habrá sido no sólo una derrota de la alternancia y una oportunidad más desperdiciada para la transición, sino que también será otra razón, para que los ciudadanos refuercen aquella idea de que estaban mejor sin democracia, que con ella.

ESPEJO TRICOLOR

Sin embargo, si en el polo que será gobernante existen innumerables incógnitas, quienes ejercerán las tareas de oposición no se encuentran en un mejor momento. Hasta ahora, la clase política que tiene en su poder al Partido Revolucionario Institucional en Oaxaca, tampoco ha tenido la posibilidad de articular posiciones serias sobre lo que será, verdaderamente, su agenda política para los próximos años. A lo más, han establecido como sus principales directrices el iniciar un proceso de ajuste de cuentas respecto a los militantes que ellos consideran que los traicionaron; pronto comenzarán a disputarse la dirigencia estatal, y algunas otras posiciones de su estructura política. Y después buscarán obtener ciertos dividendos a partir de la crítica al nuevo gobierno.

Todo eso, como puede verse, se encuentra lejos de lo que se esperaría de una oposición responsable y con altura de miras. Tal pareciera que quienes tienen en sus manos al tricolor, hoy pretenden engañarse solos. Nada bueno obtendrán al tratar de emprender venganzas en contra de quienes ellos dicen que los traicionaron.

Antes de buscar los responsables fuera de su grupo, los priistas hoy inconformes tendrían también que hacer un proceso de evaluación interna. En un ejercicio honesto de autocrítica, encontrarían que nadie hizo más por desviar al priismo de sus metas de triunfo, que los errores, los excesos, la soberbia, los recelos, la codicia y las ambiciones que dominaron a la mayoría de quienes dirigieron las tareas de campaña.

Es un chovinismo ramplón y riesgoso, el que los “generales” priistas crean hoy, y lo asuman como una realidad, que la derrota vino de fuera. El fracaso electoral —quizá involuntariamente— esencialmente lo fabricaron varios de los que hoy se asumen como tricolores de cepa y pureza ideológica, y arengan a las masas para ir por revanchas que tendrían que saldar en sus propias conciencias.

¿Y OAXACA?

Esa tendría que ser la pregunta para quienes creen que la democracia comienza y se acaba en las urnas y los resultados electorales. El PRI tiene hoy el reto más importante de su vida: ser una oposición capaz de convertir sus derrotas en triunfos. Pero nadie discute con altura. Ni propone. Ni asume compromisos. Ni nada. Se encuentran en un estado total de indolencia.

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