+ Replantear al tricolor: factor esencial para el 2012
Una vez que la cúpula priista de Oaxaca dé por terminado el proceso electoral en el sufrió el peor descalabro de su historia en la entidad, todas las atenciones de quienes conducen la estructura electoral se centrarán, conjuntamente, en Coahuila y el Estado de México. Aunque consideran que con la unión de esas tres fuerzas habrá la suficiente solidez como para alcanzar las metas más importantes del priismo, lo cierto es que esos sectores del PRI que comienzan a orbitar alrededor de los gobernadores Enrique Peña Nieto y Humberto Moreira —y ellos mismos—, deben considerar la urgencia de replantear, y reforzar, el decoro y la legitimidad con que hacen política… para no ser alcanzados, y derrotados, por sus propios vicios.
En efecto, desde hace algunas semanas, el gobernador Ulises Ruiz Ortiz se ha pronunciado públicamente a favor del gobernador Moreira, de Coahuila, para convertirse en dirigente nacional del priismo. Hasta hace poco más de dos meses, era el propio Mandatario oaxaqueño quien aspiraba al máximo cargo político del PRI en el país. Sin embargo, sus aspiraciones se encontraban directamente ancladas al resultado de los comicios en los que se renovaría la gubernatura del Estado. Y el fracaso en esa empresa electoral, también marcó el fin de sus posibilidades de luchar, él directamente, por el cargo que hoy ocupa la diputada federal Beatriz Paredes Rangel.
No obstante, era ingenuo suponer que una derrota electoral, dejaría en paz a quien está considerado como uno de los mejores conocedores de la operación e ingeniería electoral en el país. Hoy en día, en una de esas raras paradojas de nuestro singular federalismo mexicano, ni siquiera el Presidente de la República acumula tanto poder como los gobernadores de las entidades federativas. Éstos, en conjunto y por separado, forman una élite que determina cuestiones que en otros momentos hubieran quedado firmemente reservadas para la decisión presidencial.
Una de esas determinaciones, fundamental, es la relativa a la candidatura presidencial. El priismo nacional, y particularmente el mismo grupo que en su momento impulsó al entonces dirigente nacional, Roberto Madrazo Pintado, deben aprender de las experiencias y los procesos internos del pasado, en los que más que cualquier otra cuestión, se dedicaron a construir fracasos.
Hagamos memoria. Durante los dos años previos al 2006, el grupo político del ex Gobernador de Tabasco se dedicó a construir la candidatura presidencial, justamente desde la dirigencia nacional del PRI que entonces ostentaba. A pesar de que había algunos competidores importantes, que también aspiraban a la postulación presidencial, el grupo madracista se dedicó a fortalecer sus posibilidades a través de una fuerte estrategia de confrontación con la que pretendieron —y lo lograron— desarticular a todos sus adversarios, y a doblegar a todos aquellos que les presentaban ciertas resistencias.
El resultado es de todos conocidos. Madrazo Pintado, y su grupo, lograron la postulación presidencial, pero trayendo a cuestas una fuerte confrontación con la profesora Elba Esther Gordillo Morales, con varios gobernadores del norte del país, con el también aspirante Arturo Montiel Rojas, e incluso con todos aquellos que sin tener aspiraciones contrarias, sí se agraviaron por los excesos del madracismo, y por esa práctica de querer construir aspiraciones a través de la destrucción de la unidad priista.
Eso es, en un primer momento, lo que hoy deben aprender los priistas que impulsan al gobernador Moreira. El candidato presidencial Madrazo Pintado perdió estrepitosamente los comicios del año 2006, esencialmente porque ninguno de los factores de poder del priismo —es decir, los gobernadores— estuvieron dispuestos a impulsar a un Abanderado que antes los había avasallado y obligado a declinar cualquier preferencia política distinta, a favor suyo. Era, según se consideró, como volver a una anquilosada práctica de verticalismos partidistas, en la que el partido y el poder eran un solo hombre, que ya había quedado superada con la alternancia en el poder federal ocurrida en el año 2000.
LIMPIAR LA CASA
Existe, además, otra razón por la que el gobernador Moreira pretende llegar a la dirigencia nacional del priismo: su hermano, el diputado federal Rubén Moreira, es uno de los más fuertes aspirantes a sucederlo en el cargo de Gobernador del Estado. Para que esto último pueda ocurrir, según su lógica, es indispensable que no sea el ahora Mandatario quien le entregue el poder a su hermano. Esa es, entre muchas otras, una de las más poderosas razones por las cuales se pretende impulsar al Mandatario de Coahuila para acceder a la dirigencia nacional del priismo, y dejar su gobierno en manos de un tercero que lo transmita a su parentela.
En el Estado de México podría ocurrir un proceso parecido. El gobernador Peña Nieto considera como a uno de los más fuertes aspirantes a la gubernatura, al presidente Municipal de Huixquilucan, Alfredo del Mazo Maza, quien asimismo resulta ser pariente suyo en grado lejano. Esto no sería novedad. El mismo gobernador Peña Nieto tiene también parentesco con su antecesor, Arturo Montiel Rojas, según lo describen en el libro “Retrato de familia”, los periodistas Francisco Cruz y Jorge Toribio Montiel.
¿Qué tiene que ver eso con sus respectivas aspiraciones presidenciales? Que, sin duda, eso marcará los contrastes entre el supuesto avance democrático que ellos mismos dicen que representa el priismo para el país, y sus propias prácticas domésticas. Ambos personajes, unos y otros apoyados íntimamente desde Oaxaca, habrán de enfrentarse a una realidad democrática nacional en la que el primer cuestionamiento que van a recibir es precisamente el de estar postulando a sus hermanos, o primos, en un sentido patrimonialista y anquilosado del ejercicio del poder, al mismo tiempo que estarán defendiendo —real o aparentemente— las más importantes libertades democráticas del país.
CIUDADANÍA MADURA
Los costos que pagó Roberto Madrazo en 2006 fueron altísimos. Hoy, los factores de poder parecen verdaderamente alineados a superar esos escollos y reavivar al tricolor como un partido gobernante. El problema es que se enfrentarán a una sociedad mexicana cada vez menos ingenua. Unos y otros, en este grupo, deben replantear sus prioridades. Si quieren gobernar al país, tendrían que dejar de despreciar los pesos, en aras de cuidar los centavos.
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