¿Los mexicanos ya sabemos qué hacer con nuestra independencia?

Date:

15  de septiembre

+ Mañana, un grito que necesitaría tener un impacto en futuro común


Mañana, en todos los municipios, en las entidades federativas, y en la capital del país, ocurrirá la ceremonia tradicional del grito de independencia. Es la liturgia conocida en la que la principal autoridad política evoca el llamado del cura don Miguel Hidalgo a luchar por la independencia del país, junto con la rememoración de los principales héroes de nuestra primera gesta patria. Hoy que el país vive momentos de excepcional crispación, los mexicanos debiéramos plantearnos hacia dónde debemos enfilar la independencia nacional, y nuestra democracia, para que nos sirva para algo.

En efecto, cada año vale menos la sola evocación de la gesta independentista, cuando el país se nos va de las manos no sólo porque la independencia no tiene un derrotero definido, sino también porque parece que no sabemos qué hacer con la realidad, y preferimos evadirla. El llamado “grito de independencia” tenía como base la búsqueda de la liberación del sometimiento extranjero hacia nuestro país. Hoy, por el contrario, pareciera que el grito tiene como intención de fondo liberarnos de nosotros mismos.

¿A qué nos referimos? A que nuestros padecimientos nacionales son más domésticos que nunca. Pues resulta que a diferencia del pasado, hoy no son calamidades o potencias extranjeras. Más bien, nuestros padecimientos son generados y fomentados por nosotros mismos, al tener una clase política poco comprometida con el bienestar nacional; por tener normas que son cambiadas incluso antes de que rijan las situaciones para las que fueron hechas, simplemente porque la prioridad política del momento cambia; porque hemos caído en la posición cómoda de creer que como nadie habrá de sancionarnos, entonces podemos quebrar la ley, y traicionar al interés público sólo para obtener un beneficio económico momentáneo, impunemente.

Todo esto es un signo clarísimo del profundo desánimo que hoy priva entre los mexicanos. A diferencia del pasado, cuando hubo importantísimas amenazas sobre nuestro país y logramos sobreponernos, hoy pareciera que perdimos la fe en nosotros mismos. ¿Por qué? Porque cuando se luchó por la independencia, se derramó sangre, se perdieron vidas, y se convulsionó el país, en aras de conseguir algo que era vital para nuestro futuro como nación con identidad propia: poder gobernarnos nosotros mismos.

Luego vino la intervención estadounidense, y el riesgo del desmembramiento nacional. Aunque hubo una derrota dolorosa, con la pérdida de medio país que se fue arrebatado por Estados Unidos, en el México que quedó hubo la noción de que debía lucharse ya no por lo que se perdió, sino por lo que quedó del país. Una década después, vino la guerra de reforma fundamentada en la radicalidad liberal de la Constitución de 1857, y las reformas juaristas de los años siguientes.

Y aunque suene a romanticismo, resulta que en ese momento más que nunca se luchó por un ideal. Sí, porque esa Constitución aún no había regido, y mucho menos había planteado en la realidad las transformaciones que se encontraban anunciadas en su articulado. Aún así, hubo una guerra entre quienes se oponían a toda posibilidad de que ese “fantasma” se materializara, y quienes creían en una Constitución que tenía vigencia pero todavía no una aplicación práctica, y por eso estaban también dispuestos a batirse en guerra. Eran, entonces, dos proyectos y visiones de país las que estaban enfrentadas.

Luego vinieron otras guerras: la de la intervención francesa, que selló la independencia no sólo de México, sino de América, frente a las potencias extranjeras, y le dio a don Benito Juárez —cabeza de la defensa de la República frente al imperio, y de cara a los últimos coletazos del colonialismo europeo— su pase directo al mausoleo de los gigantes de la historia contemporánea. Luego vino la Revolución, con sus postulados sociales y con el planteamiento de la urgencia de fundar un sistema político propio. Todo eso se acabó. Y pareciera que hoy sólo nos estamos disputando los despojos de toda esa historia.

¿Para qué queremos hoy la independencia?

LOS NUEVOS RETOS

Hoy tenemos tres problemas, graves todos: corrupción, impunidad e incapacidad para superar nuestros problemas sociales y políticos más básicos. Los tres se encuentran unidos por una misma melaza, que es la de un gobierno y una sociedad que no asumen su papel y el momento histórico que nos toca vivir. El país se nos va de las manos, a todos juntos, pero nadie está preocupado por lo que pase mañana, o dentro de un año, o en las décadas siguientes.

La corrupción es un mal irrefrenable; la impunidad es el pan de todos los días para millones de mexicanos que siguen esperando la atención a su propio caso, o que exigen que todos aquellos que cometen excesos desde el poder, tengan un castigo; y esas dos circunstancias son las que determinan la tercera: el Estado no puede cumplir con sus fines, porque sus funcionarios están tan ocupados tratando de evadir la ley, y de cumplir con sus caprichos o ambiciones de poder, que entonces invierten su tiempo y esfuerzo en ello, y sangran al Estado distrayendo sus recursos para sus fines particulares.

¿No es eso una bajeza nacional? Claro que lo es; el problema es que nadie pone un freno, y la sociedad acepta entonces que el gobierno gaste mal, desvíe recursos; que funcionarios hagan campaña política con cargo a las dependencias en las que trabajan; aceptan también que el Presidente se investigue solo frente a un caso de corrupción (con los previsibles resultados funestos); y que mientras todo eso ocurre, el Estado consuma recursos billonarios en el sostenimiento de un estado de cosas que no contribuye a remediar por lo menos parcialmente los múltiples rezagos sociales que padecemos como país.

ANODINOS

¿Para eso queremos la independencia? Evidentemente, el grito no sirve de nada, si no viene acompañado del reconocimiento de los muchos problemas que tenemos, y de la urgencia de hacerles frente y no seguirle dando la razón a los que dicen —desde los tiempos de Octavio Paz— que los mexicanos gritamos fuerte una noche para callar, resignados, durante todo el resto del año. Si queremos que la solución llegue desde el gobierno, sólo volteemos a ver el resultado de la investigación sobre el conflicto de interés en la adquisición de las propiedades del Presidente. De lo contrario, volteemos a ver a Guatemala, para reconocer la pusilanimidad de quienes, en México, ven el desfiladero y siguen sin hacer nada.

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