+ En 2006 pudo haber desatado revuelta nacional: antes, como ahora, lo evitó
A muchos les sorprendió la declaración hecha la semana pasada por el líder de Morena, Andrés Manuel López Obrador sobre la necesidad de reformar, no derogar, la reforma educativa, y de mantener el principio de autoridad sin tratar de jugar a las vencidas con el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto. La sorpresa fue, en primer término, por el viraje a la moderación de su discurso de respaldo a la CNTE; pero sobre todo, esa declaración revela que, igual que en 2006, López Obrador está frenando en el límite para no desbocar el sistema de partidos, como el mecanismo único de acceso al poder político.
En efecto, la semana pasada López Obrador dijo que lo que busca al apoyar a la CNTE en la oposición a la Reforma Educativa, es la revisión de la ley y no su abrogación. López Obrador puntualizó que es necesario que se atienda a una revisión exhaustiva de la reforma lo antes posible. “No se puede derogar reforma educativa, sería claudicación del Gobierno y no le conviene a nadie. Tiene que haber autoridad (…) No se puede derogar la reforma educativa, hay que revisarla en un periodo extraordinario antes del primero de septiembre”, expuso.
Estas palabras tienen una significación especial, porque contrastan fuertemente con las promesas lanzadas en abril pasado, cuando vino a firmar un pacto con el magisterio oaxaqueño en el que se comprometía a “devolver” el control de sistema educativo a los profesores, y a reinstalar a toda la estructura administrativa del IEEPO que provenía de la Sección 22. Aquel fue un pacto abierto a favor de la abrogación —de jure o de facto— de la reforma educativa en Oaxaca que, sin embargo, ahora matizó a partir de un planteamiento enfilado a la búsqueda de los equilibrios.
Esto tiene una significación particular porque López Obrador está pensando en el 2018, y porque sabe que lo menos que puede hacer es incendiar al país para luego —según calcula— recibir sus cenizas ya como Presidente de la República. En ese sentido, es notable la forma en cómo estableció un nuevo punto de inflexión en el que no sólo está llamando a los maestros de la CNTE a que se moderen, y a que transijan con el gobierno federal los nuevos términos de la evaluación docente, sino que tácitamente también está reconociendo a la autoridad federal, y la necesidad de que esos principios institucionales prevalezcan.
¿Qué resalta de ese cambio de discurso de AMLO? Que su pragmatismo, de nuevo lo está llevando a ponerse en el umbral de la revuelta social, pero que una vez más está optando por el sistema político como mecanismo de acceso al poder. Es una postura absolutamente incongruente, aunque al mismo tiempo es también la revelación de que aún con toda su vena autoritaria y su cercanía con el radicalismo, el tabasqueño sigue sin ser capaz —y qué bueno— de poner realmente en duda aquel viejo planteamiento de mandar al diablo a las instituciones.
CAMBIO DE DISCURSO
Por eso, igual que en el 2006, este sorpresivo llamado a la prudencia tiene como telón de fondo que López Obrador sabe que a pesar de que tenemos un sistema y una cultura política incipientes, hay situaciones que la propia sociedad mexicana ya no toleraría, como un intento de toma violenta del poder presidencial, o la vía de la revuelta como mecanismo de acceso al poder. Junto a eso, él mismo sabe que contribuir hoy a quebrantar el principio de autoridad, sería como darse un balazo en el pie si en 2018 verdaderamente llega a ser Presidente.
En ese sentido, vale recordar lo que ocurrió en 2006: en aquel entonces, su soberbia lo llevó a perder la amplia ventaja electoral que tenía; fue alcanzado por Felipe Calderón, que lo venció en los comicios por menos de medio punto porcentual. En respuesta, el tabasqueño instaló un plantón en el Paseo de la Reforma, se declaró en rebeldía pacífica y se negó a reconocer al gobierno electo. En noviembre de ese año se autonombró “Presidente legítimo de México”. Pero a pesar de todo su discurso incendiario, nunca intentó llevar su inconformidad a otro nivel.
¿Cuál habría sido ese “otro nivel”? Habría sido, indudablemente, el de la vía violenta a través de una revuelta o de un levantamiento armado. López Obrador no hubiera carecido de medios para hacerlo, ya que muchísima gente —de organizaciones, y también espontáneos— habrían estado dispuestos a respaldar un movimiento de esas características.
No ocurrió, justamente porque Andrés Manuel se detuvo en ese umbral y decidió no pasar al siguiente nivel, que habría sido el de la confrontación violenta para reclamar la victoria electoral que reiteradamente dijo que le robaron. Con todo, decidió seguir transitando por la vía de los partidos, y esperar a las siguientes oportunidades.
Ahora está ocurriendo algo muy similar: en el umbral del rupturismo —a través de su apoyo a la Coordinadora, que sí está dispuesta a todo—, de nuevo López Obrador se detuvo y le apuesta a moderar el discurso. Sabe que en la medida que lo logre, podrá tener un movimiento social importante respaldándolo, pero también una vía política para continuar su camino hacia el siguiente proceso electoral, sin romper con una institucionalidad que después podría perjudicarle.
PRAGMATISMO
Al final, aún con todo ese pragmatismo, Andrés Manuel deja ver su prudencia frente a algo tan importante para la vida nacional, como lo es el sistema que la Constitución prevé para el acceso al poder público.