+ Ninguna revolución: sólo grupos de choque, desmovilizadores y pandillerismo
Luego del enfrentamiento entre la Policía Federal, e integrantes de la Sección 22 y organizaciones sociales en Nochixtlán, el 19 de junio, en varias regiones de la entidad ocurrieron saqueos a comercios y disturbios que son muy parecidos a los que estos días han venido ocurriendo en el centro del país, como aparente respuesta ciudadana a los “gasolinazos”. Ante los hechos de los últimos días hay desde quienes dicen que esas son expresiones genuinas del enojo popular, hasta quien habla de la infiltración del gobierno en las protestas, y quien dice que es el inicio de una revolución. En realidad, no hay más que oportunismo en diversas formas.
En efecto, llama la atención que cuando en junio del año pasado ocurrieron los saqueos a comercios en Oaxaca —muy parecidos a los de los últimos días en la capital del país y el Estado de México—, nadie responsabilizó al gobierno y rápidamente la Sección 22 se desmarcó de esas acciones, con lo que la autoría de los hechos quedó reducida a grupos que aprovecharon los enfrentamientos entre grupos, y la inacción de la autoridad, para perpetrar los asaltos a las tiendas de autoservicio.
La diferencia de entonces y ahora, es que hay quien trata de encontrar la autoría de los hechos en una nueva acción conspiradora. Pero queda claro que quienes saquean tiendas ni son gente enojada por el gasolinazo, ni es el gobierno infiltrando la protesta social, y mucho menos es el comienzo de una nueva revolución en México.
¿Qué pasó en Oaxaca? Que antes y después del enfrentamiento de Nochixtlán, el 19 de junio, en varias ciudades de la entidad organizaciones sociales y maestros tomaron el control de ciertas zonas para instalar bloqueos carreteros y barricadas. Eso no es la primera vez que ocurría en la entidad, y por eso todos lo asumimos con cierto entendimiento de lo que sucedía.
La diferencia vino cuando, en el Istmo de Tehuantepec, un grupo de supuestos manifestantes decidió ir más allá de los bloqueos y las barricadas, y tomaron por asalto particularmente tres tipos de comercios: una sucursal de una empresa que vende electrodomésticos (Coppel), algunas tiendas de abarrotes y servicios (Oxxo), y alguna sucursal de una cadena de refaccionarias y partes automotrices denominada Autozone.
Lo intentaron en una ocasión, y lograron introducirse y saquear por completo uno de los comercios. Como vieron que no hubo ninguna respuesta por parte de la autoridad —en esos casos, los cuerpos policiacos reciben la orden de acuartelarse, justamente para evitar roces o actos de provocación con los manifestantes— entonces decidieron replicar las acciones una y otra vez hasta que generaron una especie de tendencia, en la que esos comercios se volvieron los favoritos para la rapiña.
Así llegó el 19 de junio, cuando la Policía Federal se enfrentó a los inconformes en Nochixtlán, y esa misma tarde-noche marchó hasta la capital oaxaqueña. En Hacienda Blanca tuvo un nuevo enfrentamiento. Y una vez que las fuerzas federales ingresaron a la ciudad, de nuevo fueron saqueadas las sucursales de esos mismos comercios que los manifestantes hallaron tras el paso de las fuerzas federales en la zona de Santa Rosa Panzacola, y algunas del Centro Histórico —también de Coppel y Oxxo— hasta donde ya no ingresó el contingente de elementos federales.
OPORTUNISMO, NADA MÁS…
En aquella ocasión nadie supuso nada respecto a aquellos actos de rapiña. Todos lo tomaron como lo que fueron: acciones de oportunistas que aprovecharon el vacío de autoridad en la entidad, y el espacio de impunidad que implícitamente les abrió la inconformidad de la Coordinadora, para perpetrar actos que, como los de ahora, no tenían ninguna base de inconformidad social sino el solo aprovechamiento del momento de “euforia social” para cometer actos vandálicos protegidos por una masa amorfa que sabía que en ese momento podía incurrir en esos ilícitos, y que además lo hacía incluso replicando los comercios y las formas que días antes habían sido ensayadas en el Istmo para perpetrar los saqueos.
Por eso mismo, lo que ahora está pasando tiene las características que reducen a eso el supuesto nacimiento de una nueva revolución por el gasolinazo. Hay mucho oportunismo en México —social, y de partidos políticos— que exacerba el sentimiento natural de inconformidad de las personas por el alza de un producto esencial para la movilidad, como los combustibles.
Sin embargo, eso no es equivalente a la invitación al saqueo, sino que más bien es resultado de quien saca provecho del momento y de quien sabe que, también por el momento, difícilmente habrá una respuesta dura del gobierno. A esos grupos les queda claro que el gobierno difícilmente actuará con firmeza, porque está particularmente preocupado por la irritación social que provocó con el gasolinazo y no estaría dispuesto a que una acción de orden, además, fuera tomada como represión por alguno de los grupos que ya de por sí están estimulando la ira social.
ENOJADOS, PERO…
El enojo no necesariamente lleva a la violencia entre la gente común. Al ciudadano común, le enoja un incremento decretado por el gobierno, que mientras toma esas decisiones no da muestras de sensibilidad reduciendo los privilegios de la clase gobernante, o emprendiendo una verdadera lucha contra la impunidad y la corrupción, que ahogan al país. Eso enoja, sí, pero no es una carta de porte hacia el vandalismo. Éste más bien surge del oportunismo que siempre ha estado presente, y que lejos de reivindicar, desnaturaliza las expresiones de irritación social ante decisiones difíciles como la del gasolinazo.