+ ¿Cómo pensar que se respetará la ley cuando muy pocos la conocen?
Ayer la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos cumplió 100 años de existencia, y a pesar de que ha sido un referente fundamental en la vida institucional del país, todavía hay muchos que no la conocen, que no la valoran y que tampoco entienden su trascendencia y capacidad de transformación. Los lugares comunes llevan a muchos a asumir posturas como la del “no sirve para nada” o “necesitamos una nueva Constitución”. En lugar de eso deberíamos asumir lo importante que es la Constitución para cualquier país, pero también el enorme problema en el que estamos simplemente porque no la conocemos.
En efecto, dentro de las muchas formas en que podemos entender a la Constitución, resaltan dos que en la actualidad parecen excluyentes: una, es la de los actores, partidos y factores políticos del país, que lo mismo han visto en la Constitución como un elemento de dominación, que como un grillete que impide el cumplimiento de sus ambiciones e intereses. La otra visión, es la de las personas comunes que tienen la idea de que la Constitución es un conjunto abigarrados de artículos y leyes incomprensibles, y que por esa razón otros son los obligados a entenderla, y cumplirla. Es evidente que ante esas dos visiones, lo que nos queda es una gran derrota colectiva.
¿De qué hablamos? De que, en el primero de los casos, la Constitución ha sido, como en las viejas visiones marxistas, un instrumento de dominación que lo mismo ha servido para legitimar a regímenes autoritarios, que para convalidar fraudes electorales. Esa perspectiva, simplista y hasta peligrosa, ha sufrido importantes cambios en las últimas décadas a partir de la culminación del régimen de partido hegemónico, y de la transformación de la vida institucional en el irremediable tránsito hacia la democracia. El México de hoy nada tiene que ver con el de los años setentas, en los que el PRI era capaz de ganar todos los cargos de elección popular del país, y que de la mano con la Constitución legitimaba a un régimen que permitía la competencia y participación de sus opositores pero que les cerraba todas las vías constitucionales para acceder al poder.
Eso se terminó, y desde entonces la Constitución dejó de ser un instrumento para convertirse en el límite favorito a vencer. Esto, por una razón simple: desde el gobierno del presidente Carlos Salinas de Gortari, todas las inconformidades políticas, líos post electorales y enfrentamientos entre partidos, se han dirimido reformando la Constitución.
LA CONSTITUCIÓN PAGA
Eso fue lo que pasó desde principios de los noventas, cuando se decidió reformar la Constitución para apaciguar a quienes defendían el triunfo electoral del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas. Luego ocurrió lo mismo cuando se volvieron a enfrentar los partidos luego del tormentoso inicio de la década de los noventas, y particularmente de 1994: la Constitución fue nuevamente reformada para establecer las leyes electorales que permitieran la certeza de la elección de aquel año, y pudiera haber un ganador legítimo.
Luego, durante prácticamente todo el gobierno del presidente Ernesto Zedillo, la Constitución no fue un instrumento sino un grillete. Sí, porque desde entonces estaba en el plan de la Presidencia de la República impulsar un paquete amplio de reformas que permitiera la apertura de ciertos sectores de la industria y la economía nacional a los capitales privados, y que le diera las bases al sistema económico y bancario para poder superar la profunda crisis económica de 1994.
Con todo y la enorme capacidad de gestión financiera que tuvo el gobierno de Zedillo, no fue capaz de sacar adelante un programa reformista robusto y sólo pudo ir capoteando las situaciones que se le fueron presentando, hasta que en 1997 perdió la mayoría legislativa en la cámara baja. Desde entonces, Zedillo se dedicó a torear la crisis y eso quizá haya sido uno de los factores por los que en el año 2000 fue uno de los partidarios de la alternancia de partidos en la Presidencia de la República.
Después vino el gobierno de Vicente Fox, que no logró sino algunas reformas aisladas. Quizá una de las más importantes fue la que concretó al artículo 2 de la Constitución para el reconocimiento de los derechos de los pueblos y comunidades indígenas. Sin embargo, Fox también tenía en su agenda llevar a cabo una reforma fiscal, financiera, energética y varias más que nunca lograron concretarse. Eso mismo le pasó a Felipe Calderón, que gobernó seis años con una minoría legislativa en ambas cámaras, y su margen de maniobra fue siempre limitado, además de que nunca logró entablar una relación constructiva con el Congreso federal. Acaso su obra más importante fue la reforma electoral que hizo nuevamente para calmar a la oposición, que reclamaba un fraude electoral.
Acaso la excepción fue Enrique Peña Nieto en el inicio de su gobierno. Éste impulsó un acuerdo amplio, denominado Pacto por México, en el que quiso emular al Pacto de la Moncloa español.
¿Sus similitudes? Que ambos pactos buscaban concretar un programa amplio de reformas en las que había concesiones múltiples y recíprocas para lograrlo; ¿las diferencias? Que el Pacto por México no dejó de ser un programa reformista coyuntural que no pasó por las corresponsabilidades ni por el involucramiento de todos los factores de poder en las tareas de gobierno. Por eso, tan pronto como cambió el escenario de las conveniencias, y comenzó a desgastarse la legitimidad presidencial, los propios firmantes del Pacto por México se lanzaron en contra de sus antiguos aliados e incluso se desdijeron de las porciones de responsabilidad que habían asumido cuando llevaron a cabo la firma del Pacto.
¿Cuál ha sido el resultado, a la luz de la Constitución? Que con esta historia de desencuentros, la Constitución ha sido quien ha pagado las consecuencias de los acuerdos y desavenencias entre fuerzas políticas. Así, cada crisis institucional se ha resuelto con una reforma. A pesar de que hoy vemos que eso ha sido inútil como un mecanismo para conseguir una mejor convivencia.
CIUDADANÍA AJENA
Desde el lado ciudadano también hay un problema grave: las personas no conocemos la Constitución; en la escuela, a los niños, no se les enseña ni se les acerca a la Constitución, no como una clase de temas legales sino como un asunto de civilidad y de construcción de ciudadanía. Más bien, lo que hacen maestros, padres y la gente en general, es decir que la Constitución no sirve y que no vale la pena leerla o conocerla porque de todos modos es algo que no se cumple.
Hay un error enorme en esa idea. En otros países, a los niños en la escuela se les enseña la Constitución a la luz de sus derechos como personas, como niños, como futuros ciudadanos, y como integrantes de una sociedad en la que debe imperar la ley.
¿Qué pensar, sin embargo, cuando en la escuela sólo se les enseñan los derechos de los niños, sin explicarles que esos derechos son una extensión de sus derechos como personas, y que así como tienen un conjunto de derechos también tienen un catálogo de obligaciones al que toda su vida deberán estar ceñidos?
Quizá por eso las encuestas sobre cultura constitucional en México muestran la existencia de un gran desconocimiento sobre la Constitución, y una enorme desconfianza en ella. Empero, ¿cómo confiar en lo que no se conoce? Ahí nosotros los ciudadanos tenemos una enorme tarea, para hacer a la Constitución parte de la vida cotidiana, y no aislarla como un hecho histórico que no nos sirve para nada. Si entendemos eso entonces habremos logrado algo positivo y contribuido a que este centenario de la Constitución, no pase desapercibido.