Temporada libresca en Oaxaca

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Antonio Gutiérrez Victoria

Como sucede en muchas ciudades, cada año llega una temporada libresca, corta casi siempre, pero memorable si se aprovecha bien. Oaxaca no es la excepción. Este año, con la cuadragésima cuarta Feria Internacional del Libro de Oaxaca, el vigésimo quinto aniversario de la Librería Grañén Porrúa, la octava Noche de Bibliotecas y el quinto Tianguis Literario Autónomo y Popular, se celebran eventos que, aunque distintos, convergen en los libros y el acto de leer.

En estos espacios, el público tiene la oportunidad de adquirir libros, conocer a nuevos autores y autoras, y participar en un diálogo literario y cultural desde múltiples perspectivas. Todo esto ocurre mientras el centro de la capital oaxaqueña se activa como un espacio clave para la reflexión en torno a la lectura. De ahí surge mi necesidad de compartir algunas reflexiones —recordatorios y apuntes— sobre la lectura y los libros.

Sobre la profunda relevancia que este acto puede llegar a tener en nuestras vidas, el escritor quintanarroense Juan Domingo Argüelles, en El vicio de leer, subraya que “la lectura tiene que ser siempre un premio y jamás un castigo”. 

Seguro que todos en algún momento hemos conocido personas a quienes la lectura les fue impuesta como castigo; y, sin embargo, al igual que Argüelles, hoy son lectores o lectoras a pesar de ello y, mejor aún, leen porque les produce placer, un placer inigualable y difícil de encontrar en otras artes y en otros lugares.

El placer de la lectura viene acompañado de la creación de nuevos hábitos, lo que algunos llaman una “arritmia lectora”. Esta arritmia nos rescata del tedio de las rutinas cotidianas, pero no para desajustarlo, sino para revitalizarlo y llenarlo de vida, nueva vida, la que construimos a través de la ficción.

Este hecho, según los expertos, tiene una estrecha relación con la cuantificación de la lectura y sus beneficios, pero como no existen métodos precisos para medir el placer que deja una práctica como ésta, sólo el lector, luego de un tiempo, puede darse cuenta cómo el acto de leer un libro cambio el rumbo de su vida, incluso, puede reorientar su vocación y sus proyectos. 

La arritmia consiste en ello, un lector va dando tumbos entre muchos textos, a veces quiere leer novelas, otras veces ensayos o cuentos, ¿y en qué tiempo lo hará? pues no se sabe, eso sólo él o ella lo decidirán, según sus necesidades, según sus interrogantes y sus recursos.

Vargas Llosa afirma que el efecto de la literatura es importante, pero al mismo tiempo invisible, ingobernable. Sin embargo, a la larga se puede resumir de alguna manera, pues, ese efecto se manifiesta en el desarrollo de un espíritu crítico tanto del escritor como del lector, que claro, depende de cómo y hacia dónde se oriente, pero será critico respecto a lo que existe y eso es importante porque lo que los escritores hacen es enseñarnos a ver realidades que no vemos a primera vista. 

De modo que para que la arritmia lectora se afiance en cada uno son necesarias ciertas condiciones materiales, como una biblioteca pública, o quizá hasta privada. Y claro, eventos como estos, una feria y un tianguis, para aprender a convivir con los libros. Si son digitales, pues un dispositivo electrónico, conexión a internet, luz y tal vez un escritorio y algo más. No es difícil imaginar que cuando estas condiciones no se satisfacen es difícil que se gesten nuevas y nuevos lectores.

Sin olvidar, claro, que muchas personas tienen que sacrificar el placer de la lectura por el de la supervivencia; y en un mundo tan convulso no es imposible que otras tantas personas tengan dificultades para concentrarse, pues la atención para actividades prolongadas se ha ido erosionado en la medida que nos convertimos en adictos de imágenes y videos cortos que producen estímulos breves, como los que ofrece TikTok o Instagram. 

Olivia Teroba, en su más reciente libro “Dinero y escritura”, ha puesto la cuestión sobre la mesa. Desde su particular punto de vista las barreras pueden juntarse en un proceso de culpa-redención, que puede ocasionar un caos en la vida de las y los lectores, al respeto dice: “Cuando no escribo, me siento culpable. Cuando lo hago también, porque no me parece suficiente. Ocurre igual con la lectura: si no leo, siento que desaprovecho el tiempo. Pero cuando lo hago casi siempre me cuesta concentrarme; me pongo a pensar en labores domésticas o en mi incierto futuro laboral, y esto me hace sentir peor… Mi casa está repleta de libros que nunca tengo tiempo de leer, ni la disposición ni la relajación para hacerlo”. 

Por otra parte, el escritor argentino Ricardo Piglia dice que no se trata tanto de cuestionarnos qué es leer, sino quién es el que lee (dónde está leyendo, para qué, en qué condiciones, cuál es su historia).

Y es que ese es uno de los grandes meollos del fomento a la lectura, la creación de públicos. Más librerías y bibliotecas probablemente no aumenten los índices de lectores, por lo mismo que ya dijimos, la cuantificación resulta complicada, lo más importante es que dentro de lo que ya existe se gesten dinámicas interactivas que nos permitan crear más públicos lectores, de ahí que sea importante que existan temporadas como esta. 

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Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivamente responsabilidad del autor y no reflejan necesariamente la postura o el pensamiento de “Al Margen”. La empresa periodística se deslinda de cualquier comentario o punto de vista emitido en este texto, ya que estos corresponden al criterio personal del articulista.    

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