+ Independientes y un mejor sistema electoral, no sirven sin eso
Casi al finalizar el año, una reflexión es obligada: el sistema político y democrático está cambiando en el país, pero se ha hecho muy poca conciencia de la necesidad de que también nosotros como ciudadanía pasemos por un proceso —profundo— de transformación sobre la importancia de nuestra participación en política. No se trata del común “empoderamiento”, sino de la toma de conciencia específica de la importancia que tenemos en el juego democrático, y del uso de la independencia y la capacidad de determinación que se supone que el sistema democrático nos exige.
En efecto, resulta que durante mucho tiempo hemos venido —como sociedad— exigiendo que el sistema político cambie: lo hemos exigido, por ejemplo, para que el voto universal, libre, secreto y directo, tenga en realidad el valor que debe tener de cara a la democracia representativa. Exigimos también, y ya lo logramos, que haya pluralidad política en la integración de los órganos de representación popular y en los gobiernos federal, estatales y municipales.
Hoy, resulta que quedó atrás —ya como una leyenda indeseable— eso de que el partido en el poder ganaba todo. Lo que no hemos podido erradicar, y nos sigue haciendo mucho daño, es la forma en cómo el sistema democrático continúa ocupando al ciudadano como un instrumento legitimador de su poder, y no como el punto de referencia de lo que se debe hacer para satisfacer las exigencias ciudadanas para tener un mejor país. En eso estamos atorados los ciudadanos y pareciera que estamos también en una ominosa zona de confort en la que voluntariamente queremos permanecer.
¿Por qué? Porque a pesar de que el sistema político ha cambiado profundamente en las últimas décadas, los ciudadanos seguimos secundando las mismas prácticas de un pasado que se supone que queremos erradicar. Por ejemplo, nos asumimos como una sociedad en evolución, pero de entrada seguimos siendo blanco fácil de la política-jingle: esa que está hecha para hacerse “pegajosa” en el ánimo de la ciudadanía, y que sólo tiene por objeto que una frase o un nombre se quede en la conciencia como primera inducción del voto. Al final, no sabemos qué más hay detrás del jingle y tampoco nos ofrece ninguna certeza. Pero mucha gente, muchísima, decide su voto —aunque parezca increíble— a partir de qué candidato tiene el jingle más pegajoso.
Otro de esos ejemplos ominosos, es la persistencia de la compra-venta del voto, o también de las cargadas. ¿Qué no se supone que somos ciudadanos conscientes de lo que vale nuestro voto, y de la importancia de definirlo en función de cuestiones objetivas, y no de lo que le conviene a algún político o grupo?
La “cargada”, tan particular tradición de la era priista, hoy se ha tratado de repetir en prácticamente todos los partidos políticos. En el fondo, a muchos les molesta que ahora en los institutos políticos haya competencia interna y que haya también diversidad de aspirantes a un mismo cargo o candidatura. ¿A quién le caería bien que los partidos continuaran siendo verticales, con decisiones omnímodas y sin derecho al llamado “pataleo”, como en el pasado?
Eso, hay muchos que no lo ven, y que de hecho siguen añorando a las clientelares y anticuadas “cargadas”. Hay otros que las siguen festinando únicamente por sus conveniencias personales. Pero hay muchos más que en el fondo las siguen atendiendo por una cuestión de práctica común o de predisposición que los lleva a unirse a una cargada sin siquiera tener bien claro por qué.
LOS “NUEVOS TIEMPOS”
Hoy el país se enfrenta a nuevos tiempos. Esa nueva realidad nos ha traído una diversidad de figuras jurídicas que requieren una mejor y más robusta ciudadanía. Vayamos a algunos ejemplos contantes y sonantes: derivado de la polémica por el lugar donde se construiría el Centro Cultural y de Convenciones de Oaxaca, muchos ciudadanos exigieron que se realizara un plebiscito, aunque lo que de hecho se hizo fue una consulta ciudadana que aunque no tenía efectos vinculantes, sí sería un referente de lo que la ciudadanía opinaba y demandaba respecto a ese asunto. Se esperaba una participación nutrida pero…
Resultó que de las 213 mil boletas que se mandaron a imprimir —para igual número de habitantes del municipio de Oaxaca de Juárez, que es a donde se circunscribiría la consulta ciudadana— sólo participaron unos veinte mil. Unos 12 mil 134 votos fueron a favor de la construcción del Centro Cultural y de Convenciones de Oaxaca en el cerro del Fortín; mientras que sólo 5 mil 220 sufragios votaron en contra de la edificación. También se dio a conocer que 4 mil 172 boletas fueron anuladas por irregularidades.
¿Qué resultó? Que la “participación ciudadana” —esa por la que se supone que tanto hemos luchado en las últimas décadas en México— fue de sólo el diez por ciento de la población en el centro urbano que se supone que es el más poblado, activo, despierto y participativo de toda la entidad, por ser el que mejor nivel social tiene y por ser quien tiene mayores oportunidades de acceso a educación, a información y a discernimiento en temas como éste.
En esas condiciones, es evidente que la ciudadanía es la gran derrotada de ejercicios como éste. ¿Qué evolución podemos esperar en temas como las candidaturas independientes, si en ejercicios tan simples como el del CCCO fracasamos estrepitosamente, como quedó demostrado en los resultados de la consulta realizada el pasado mes de octubre?
Lejos de cualquier otra consideración, esto debe ser preocupante para nosotros mismos, porque entonces significa que seguimos siendo unos ciudadanos inmaduros, menores de edad, e incapaces de generar una mejor situación de la que tenemos. Si quieremos de verdad hacer funcionales los cambios que se procuran en nuestra Constitución y las leyes, esto tiene que pasar irremediablemente por la construcción de una ciudadanía más madura, menos proclive a la negociación de su voto, y más consciente de su importancia individual en el proceso de construcción de nuestro país.
ALARMA
Es verdaderamente alarmante el número de accidentes carreteros que han ocurrido en los últimos días en Oaxaca. La Policía Federal y las corporaciones locales deben reforzar la vigilancia, no para hostigar al automovilista sino para prevenir que esa cifra —de por sí alta— continúe aumentando durante los últimos días de esta temporada vacacional.