Periodismo, ante el dilema ético de la entrevista a un capo

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+ La aventura de Sean Penn, ejemplo nocivo para la prensa


 

Entre las muchas cosas que se dicen alrededor de la reaprehensión de Joaquín Guzmán Loera, está el lugar común para descalificar al Estado mexicano, asegurando que “dos actores” hicieron mejor trabajo de inteligencia que la DEA y las fuerzas armadas mexicanas, al encontrar primero al Chapo que los más de nueve mil elementos dedicados exclusivamente a su búsqueda. Esa afirmación es tan inexacta como el pretendido “hit periodístico” que pretendió Sean Penn y que en realidad sólo se reduce a una aventura peliculesca, y nada más.

En efecto, desde el momento de la detención de Guzmán Loera, el gobierno mexicano dejó ver que entre los datos que poseían, se encontraba el relacionado con que el Capo criminal tenía la intención de financiar una película autobiográfica, y que para ello el Chapo se había entrevistado con actores y directores cinematográficos. Hasta hoy, la PGR ha dejado ver que esas entrevistas contribuyeron a la localización del narcotraficante, aunque ha sido evasiva en puntualizar qué tanto influyeron esos encuentros para su ubicación final y reaprehensión, el fin de semana pasado.

Dos días después de la detención, en los Estados Unidos la revista Rolling Stone publicó un adelanto de la entrevista que el actor estadounidense Sean Penn le realizó al Chapo en algún lugar de la sierra de Sinaloa. Publicó también un video de dos minutos y medio en el que de viva voz el capo criminal hace diversas afirmaciones, y puntualiza que dicho video pertenece a la actriz mexicana Kate del Castillo. Eso desató una serie de señalamientos en México relacionados no tanto con el posible valor periodístico que pudiera tener el encuentro y la entrevista que los dos actores le realizaron al capo, sino más con la forma en que ocurrió el encuentro.

En ese sentido, el señalamiento fácil llevó a muchos a preguntarse cómo habría sido más fácil que dos actores encontraran al hombre más buscado del mundo, que las fuerzas armadas y de inteligencia de un país, y la colaboración de su poderoso vecino del norte. La respuesta, sin embargo, es simple: bajo cualquier lógica, es mucho más fácil que alguien desde la clandestinidad establezca contacto con cierta persona que lleva una vida relativamente normal, a que ésta pueda encontrar el modo de hallar a alguien que vive oculto, y que además está escapando de la justicia en al menos dos países.

Ello, en sí mismo, disipa cualquier cuestionamiento (al menos los que no caen en la necedad) y más bien pone en claro dos cuestiones: primera, que Guzmán Loera tenía mucho interés en continuar alimentando lo único que le quedaba por terminar de construir: él como un mito.

Y, segundo, que para eso maniobró en todo lo relacionado con la “entrevista” que le dio a los actores: ésta se publicó dos días después de la detención del capo, y fue un escándalo por el ruido que mediáticamente generó el hecho de que esos personajes hubieran decidido correr el riesgo de entrevistarse con alguien como El Chapo Guzmán; pero si la entrevista se hubiera publicado estando aún prófugo Joaquín Guzmán, de todos modos habría sido un escándalo por la burla que esto hubiera significado por el encuentro con los dos actores “desde la clandestinidad” y —según habrían dicho los críticos al gobierno— “en las narices” del Estado mexicano. En cualquiera de los dos casos, la atención puesta sobre el escándalo fue la última pincelada en el mito que hasta ahora es el Chapo Guzmán.

No obstante, junto a todo esto queda una pregunta más por responder, y que ya entra en el campo de lo deontológico: ¿Qué valor tiene el relato del encuentro entre los actores y el Capo; y qué valor periodístico puede tener el resultado de un encuentro dominado naturalmente por las condiciones impuestas por el entrevistado?

PERIODISMO Y NARCO

En México ese dilema no es nuevo. Por esa razón, hubo sectores de la prensa —aquí y en Estados Unidos— que se sintieron ofendidos porque el mayor Capo Criminal de los últimos tiempos en el mundo, le dio la única entrevista de su vida a un actor, y no a un periodista.

Hubo otros que consideraron que el solo hecho de que el relato de Sean Penn hubiera sido publicado en una revista como Rolling Stone, era ya referencia de valor periodístico, quizá a partir de la única idea de que una publicación de esa categoría no se atrevería a publicar algo sin rigor ético o periodístico. No obstante, lo que queda en el fondo es la idea de que la discusión sobre el posible valor de un encuentro como ese no se encuentra ni en la peligrosidad de la aventura, ni en la sola anécdota, y mucho menos en la “fama” o importancia de los actores que lograron la “entrevista”.

Además, un asunto como éste pasa necesariamente por el tamiz de los periodistas que al menos en México han muerto por temas relacionados con la revelación de temas relacionados con las bandas criminales y/o por su relación con barones de la droga o de la delincuencia organizada. Por eso, lo que vale la pena distinguir en todo es si Penn y Del Castillo lograron algo con valor periodístico o si sólo es ruido por la combinación de la detención de Guzmán y la revelación de su encuentro.

Pues al parecer, en lo sustantivo, el Chapo no reveló nada que no fuera ya del dominio público: su origen humilde, su ascenso en el mundo de la droga, su fortuna económica, su capacidad operativa y su aparente postura de sólo defenderse pero de no ser alguien que busque problemas. Además, los propios autores de la entrevista aceptaron que todo lo dicho en las grabaciones fue revisad y autorizado por el Chapo, y que al encuentro personal no les permitieron grabar voz, imagen o llevar algún tipo de anotación de la charla o de la entrevista, si es que verdaderamente pudo haber un intercambio formal de preguntas-respuestas.

 

NINGUNA REVELACIÓN

Al final, la anécdota convertida en una relatoría o crónica, puede ser atractiva en el campo del entretenimiento o del morbo, pero seguir careciendo de cualquier valor periodístico. Además de que, al menos en todo lo publicado hasta ahora, no hay una sola referencia de lo que en realidad los mexicanos quisiéramos saber, y que sí le habría dado contenido sustantivo a la perspicacia de Sean Penn: quién, exactamente, protegió al Chapo todos estos años; quién y cómo le facilitaron su primera fuga de Puente Grande; qué políticos, policías, militares, etcétera, estaban en su nómina; o cómo logró erigirse en el mayor capo criminal de la historia del país sin ser, por mucho tiempo, molestado por autoridad alguna.

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