+ ¿Qué calidad de diputados tendremos en la LXI Legislatura?
Dedicado a la memoria de mi padre, Ismael H.
Ortiz Romero, a diez años de su fallecimiento.
En Oaxaca, como en el país, la repartición de las diputaciones por el principio de representación proporcional, significó para los partidos políticos el jaloneo propio de quienes se reparten un botín. Acostumbrados a ver esas posiciones como un premio a quienes sirven de manera importante a los grupos de poder, nadie en las fuerzas políticas repara en la urgencia de emprender modificaciones sustanciales a dicho esquema que, sin duda, serían recibidas con amplio beneplácito por el público votante.
Tal como hemos visto en los últimos días, el Partido Revolucionario Institucional reaccionó con calculada alarma ante la postulación, en las fuerzas de oposición, de personajes como Flavio Sosa Villavicencio, o el ex priista, Raúl Bolaños Cacho Guzmán. En general, todas las fuerzas de oposición registraron a sus representantes más significativos. Pero, como suele ocurrir, nada garantiza que todas las posiciones legislativas ya aseguradas de antemano —es decir, los primeros sitios en las respectivas listas— sean sinónimo de lo que inicialmente buscaban representar las diputaciones por el principio de representación proporcional.
En todo esto, el priismo tampoco se escapa. En el primer escaño de la lista plurinominal, ubicaron al edil con licencia, José Antonio Hernández Fraguas. Dejando de lado el orden de las postulaciones, éste es seguido por personajes como Carolina Aparicio Sánchez, Javier Villacaña Jiménez, Marco Antonio Hernández Cuevas. E incluso por priistas de total ausencia, como Bernarda Martínez Santiago, quien parece encaminada a la posibilidad de ser electa para luego dejar la curul a Elías Cortés, que aparece como su suplente.
¿Por qué decir, en todo esto, que el priismo no se escapa? Porque, sin ánimo de emprender descalificaciones a priori, de antemano se puede corroborar que varios de los postulados no son ni los mejores priistas, ni los más preparados, ni los que más se han caracterizado por aportar a las discusiones constructivas que tanto le apremian al Estado.
En realidad, para los grupos que controlan hoy los partidos políticos, esta fue una repartición en la que trataron de ver representado, en el Congreso del Estado, a sus respectivos factores de decisión. En nada les preocupó que la gran mayoría de sus postulados son personajes que representan intereses determinados, a facciones, a tribus y compromisos políticos; pero que, escasamente, tendrán la capacidad de afianzarse como los diputados no de los grupos, sino de los partidos políticos —y los electores— a los que representan.
El caso opositor es representativo. Más allá de los o tres panistas de cepa que ya aseguraron su arribo al Congreso, y uno que otro personaje que sí puede aportar al debate legislativo que necesita Oaxaca, las listas de candidatos de las fuerzas opositoras son un mero reparto de posiciones entre familias y tribus. Por eso, no extraña que ahí aparezcan reiteradamente algunos apellidos y ascendencias afectivas, y que los demás cuadros propuestos —como Flavio Sosa Villavicencio— representen otros factores que, del mismo modo, no garantizan ni una representación popular homogénea, ni la materialización de un proyecto o ideología, y ni siquiera la posibilidad de hacer un debate propositivo.
Así, de antemano podemos prever que el bajo nivel del Poder Legislativo local se mantendrá. Prácticamente no mereció ninguna atención la urgencia de tener un cuerpo legislativo más eficaz, y más eficiente; y tampoco el que los partidos —no los grupos— propusieran a quienes tendrían que ir a elevar el nivel, y no a representar a familias o intereses sectarios.
INTERESES PRESERVADOS
A pesar de que en los últimos años han ocurrido importantes reformas en materia electoral, ninguna fuerza política se ha atrevido a cuestionar la legitimidad actual de las diputaciones por el principio de representación proporcional. Siempre, la salida fácil en el ámbito de lo retórico, apunta a exigir su desaparición. Pero una verdadera claridad de ideas tendría que llevarnos a cuestionar de modo distinto su permanencia y, sobre todo, el modo en que las llamadas diputaciones plurinominales son otorgadas.
Tenemos que comenzar por cuestionarnos por qué apareció el principio de representación proporcional. Fue, hace más de treinta años, una solución que se le dio a la falta de representación que existía en los poderes legislativos. Algunas fórmulas previas, dieron cabida a representantes de los partidos de oposición en los Congresos (locales y federal); pero fue la representación proporcional la que ensanchó el camino a las fuerzas que antes no tenían acceso a las curules.
Así, a través de estas posiciones, los partidos pudieron hacer llegar a sus hombres fuertes. Es decir, a sus líderes, ideólogos y principales representantes de sus bases. Esta representación de las llamadas “élites partidistas” fue lo que dio vida y legitimidad a ese tipo de posiciones. Sólo que hoy, esta idea inicial se encuentra totalmente desvirtuada. Y por eso, a los Congresos llegan por la vía plurinominal, todos aquellos que representan compromisos y cuotas de partido, pero no los militantes de ascendencia en las fuerzas políticas.
Sin embargo, como esto sigue conviniendo a los grupos decisivos de los partidos, y las candidaturas plurinominales continúan fungiendo como una fórmula adecuada para el pago de favores, nadie se ha atrevido a tocarlas. No es necesario que desaparezcan. Pero, como ocurre en otros países, éstas posiciones deberían también estar sujetas al escrutinio y posibilidad de elección por parte de la población.
¿Y LOS ELECTORES?
El PRI no le preguntó a ningún ciudadano si está de acuerdo en la postulación de una desconocida como Bernarda Martínez Santiago. Aún cuando una posición como esta ejemplifica lo peor del pago de compromisos y afectos para lo que hoy sirven las posiciones plurinominales, seguramente esta priista será diputada, y quizá siga el camino de las llamadas “Juanitas”, que todos conocemos. Lo mismo ocurre, en la oposición, con personajes como Flavio Sosa. Serenamente preguntémonos: ¿Quién nos preguntó si los queríamos como diputados? Nadie. Y las consecuencias de su buen o mal trabajo, no la pagarán los partidos. Seremos los oaxaqueños quienes carguemos con ellos.
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