+ Ante triunfo opositor, habrá Congreso adverso ¿y conflicto?
En la construcción de escenarios posibles sobre el resultado de los comicios del próximo 4 de julio en Oaxaca, existe uno que hasta ahora ha sido poco explorado: el de un posible triunfo del candidato a Gobernador de la Coalición Unidos por la Paz y el Progreso, Gabino Cué Monteagudo, pero combinado con una composición del Congreso del Estado, de mayoría priista. De materializarse esa posibilidad, la entidad podría estar lo mismo en el umbral de un conflicto político grave entre partidos y poderes, pero también ante el escenario quizá más potencial de una verdadera transición democrática, plasmada no sólo en dichos o en actitudes, sino en reformas y nuevas leyes.
Oaxaca es una de las entidades en donde mayor competencia electoral existe. Prácticamente desde el inicio de las campañas proselitistas, los equipos de trabajo de los dos principales aspirantes a la gubernatura (Eviel Pérez, y Gabino Cué) se valieron de la difusión de encuestas, como una más de sus herramientas para generar percepciones sobre sus respectivos grados de aceptación popular, y posibilidades de triunfo.
Pronto salieron a relucir sendas inconsistencias sobre la publicación manipulada de esos ejercicios, y por esa razón, para las previsiones serias y desapasionadas, las encuestas difundidas dejaron de ser herramienta confiable para el ciudadano. Todo lo que se puede ver, es que en realidad existe una competencia intensa y cerrada entre ambos abanderados, y que por ello hoy cualquiera de los dos tenga la posibilidad de ganar.
Pongamos, así, en perspectiva la posibilidad de un triunfo opositor en la competencia por la Gubernatura —que sin duda, es la más cerrada de las que ahora se desarrollan. En la lucha por las diputaciones y alcaldías, existe la previsión de que el PRI se alce con más victorias que sus oponentes. Tomemos el caso: Cué se convierte en Gobernador, pero teniendo enfrente un Congreso dividido, aunque de mayoría tricolor.
Esto, si consideramos cómo han actuado los tricolores en escenarios similares que han ocurrido, incluso, en el ámbito federal, sería la puerta de entrada para el choque entre poderes, el hostigamiento mutuo, la confrontación y, en resumen, el inmovilismo político que ahí ocurriría. Con una oposición sistemáticamente negativa y hostigadora —como la que en muchos momentos ha tenido el PRI, aunque también el PRD—, y con un gobierno poco abierto al diálogo y la concertación seria —como ha sido el PAN en el gobierno federal a lo largo de la última década—, lo que Oaxaca tendría sería un auténtico escenario de caos.
Pero —aunque esto se lea como el más ingenuo de los idealismos— si, por el contrario, luego de las efervescencias electorales, ambos bloques llegaran a plantear una agenda más o menos común de trabajo no por sus partidos o sus intereses, sino por Oaxaca, entonces seguramente la transición a la democracia tendría muchas más posibilidades de consolidarse en un marco de legitimidad y consenso político entre fuerzas. ¿Cómo podría ocurrir todo esto?
LIMITAR EL PODER
Una oposición testaruda, independientemente del partido que la ejerza, siempre provoca confrontación e inmovilismo. Del mismo modo, un gobierno que desdeña toda posibilidad de acuerdos previos, y pretende imponer sus determinaciones como mandatos constitucionales, es también un factor de polarización e incertidumbre, que no lleva a un buen puerto.
El mejor ejemplo de ello lo encontramos, dolorosamente, en nuestro país: diez años de una poco inteligente y tolerante alternancia política, y de Congresos opositores, han llevado al país a un grado alarmante de polarización, choque entre fuerzas políticas, e inmovilidad, que no sólo se traduce en la ausencia del acuerdo político coyuntural, sino en el hecho de que en México no ha podido consensarse ninguna de las reformas legales (fiscal, petrolera, social, laboral, de seguridad, etcétera) que son urgentes para el país, pero al no lograrse le hacen perder viabilidad y competitividad en el concierto internacional.
Ese podría ser el escenario en Oaxaca, si todos asumen posiciones radicalmente opuestas. Lo más lógico de suponer, es que un Congreso opositor al Titular del Ejecutivo, sólo provocaría problemas. Empero, si el Gobernador fuera capaz de generar un proceso de interlocución, que llevara a sus opositores a no poder seguirse negando a generar cambios trascendentales en la forma de gobierno —so pretexto de ser tachados de antidemocráticos—, entonces lo que tendríamos en puerta es la posibilidad de una transición democrática.
¿Por qué? Porque entonces sí, sería viable la posibilidad de someter a toda la estructura de gobierno y de reparto del poder —que ahora tiene graves desbalances que, todos, favorecen al Ejecutivo— a una revisión integral, y a un reordenamiento que hiciera más equilibrada la forma de gobernar, y eliminara todas las posibilidades actuales de que un Poder se inmiscuya y avasalle a los otros, manteniendo sus altos grados de discrecionalidad y opacidad en el ejercicio de las funciones públicas.
Quizá una cesión mutua de poder, de esta naturaleza, sería la moneda de cambio entre un Gobernador y un Congreso de extracciones políticas distintas, para ejercer sus respectivas funciones independientemente de sus diferencias. Aunque esta se aparece como una posibilidad inviable (por excesivamente idealista) para la entidad, lo cierto es que temas como este deben debatirse por la sola razón de que hoy la transición democrática es un tema del que toda la oposición habla, pero sin decir cuál será el camino para hacerla realidad.
¿TRANSICIÓN?
Hasta ahora, lo único que se tiene para lograr de verdad esa transición, es la voluntad de quien triunfe en los comicios. Sea el PRI o la oposición el ganador, si se decide a gobernar valiéndose de la estructura institucional actual, lo único que conseguirá es repetir la misma forma de gobierno que tanto se critica. Eso pasó en el ámbito federal hace 10 años, cuando Vicente Fox ganó la Presidencia y consiguió la alternancia, pero se dispuso a gobernar bajo las mismas formas y esquemas del régimen priista. En el caso federal, quedó demostrado que alternancia no es sinónimo ni condición indispensable para la transición. En uno de los escenarios, Oaxaca podría ser otro más de esos referentes negativos para la democracia.
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