Desde el momento en que ocurrió el sismo, en el ahora doblemente emblemático y doloroso 19 de septiembre, y la gente se volcó a las calles para ayudar a sus semejantes, hubo muchos que pensaron que esto debía ser el parteaguas de un cambio profundo: de ese cambio de fondo y necesario que le urge al país, pero que sólo puede emerger de la gente. Manifestaciones, en las últimas 72 horas, ha habido varias. Todas giran alrededor del repudio a la corrupción, en sus variadísimas formas.
En efecto, una de esas manifestaciones fue la que ayer se reflejó en repudio ante la revelación de que la historia que largamente contaron a través de los medios de comunicación —escritos, impresos, electrónicos, digitales, y también en redes sociales—, sobre una supuesta niña atrapada entre los escombros en la escuela Rebsamen, era mentira. La ciudadanía no se detuvo a discernir sobre en quién recaía la responsabilidad por la propagación y alimentación mediática de una mentira, sino que de inmediato se fueron contra Televisa.
Antes, la ciudadanía se había manifestado de forma importante en contra de las empresas de telecomunicaciones, por dos razones: primera, que igual que en 1985, durante varias horas posteriores al sismo, la Ciudad de México quedó prácticamente incomunicada a través de la forma más popular actualmente, que es la telefonía celular. Mucha gente trató, infructuosamente, de entablar comunicación con sus familiares y amigos, porque la red de telefonía estaba colapsada y además no había sido capaz de fungir como una herramienta durante y después del sismo.
La segunda razón era aún más concreta, frente a la tragedia: reprocharon que Telmex —otro emblema de esas fortunas mexicanas amasadas al amparo del poder— no abriera los puntos de acceso de internet para contribuir de esa forma con quienes realizaban labores de rescate. Así, la ciudadanía lanzó duros cuestionamientos particularmente contra esa empresa, aunque en realidad lo que habría que evaluar es el funcionamiento en general de toda la red de telecomunicaciones en México, que sufrió un colapso general que, dadas las tecnologías actuales, muy probablemente no debió ocurrir en la dimensión en que finalmente pasó este martes fatídico en la capital nacional, y en toda la región centro del país, que fue la más azotada por el sismo.
Casi al mismo tiempo surgió un cuestionamiento que seguramente tendrá mucho más de fondo: la ciudadanía comenzó a preguntarse dónde estaba la clase política. Vieron encabezando los trabajos de rescate frente a la tragedia, al Presidente y al Jefe de Gobierno. Pero nadie vio a toda la demás clase política, que va desde legisladores, funcionarios, líderes partidistas, activistas sociales y demás personajes públicos que simplemente desaparecieron de la escena pública, quizá por prudencia, pero a quienes la ciudadanía les reclamó de inmediato por no mostrar la misma solidaridad que la gente mostraba con quienes habían sufrido alguna pérdida por el terremoto.
Pues resulta que nadie vio, por ejemplo, a alguno de los integrantes de la conocida “clase política” mexicana haciendo trabajo como voluntario en las zonas siniestradas o contribuyendo con quienes estaban organizando la ayuda que de inmediato llegó —también desde la ciudadanía— para socorrer a quienes estaban en desgracia.
CONTRA LOS PARTIDOS
Acaso el cuestionamiento mayor vino, sin embargo, contra los partidos políticos. En la plataforma Change.org apareció desde el día siguiente del terremoto, una propuesta en la que se planteaba que, a través del Instituto Nacional Electoral, los partidos políticos entregaran alrededor de siete mil millones de pesos que tendrán de presupuesto el año próximo, con el objeto de que dicho monto sirva para la reconstrucción de las zonas devastadas y la recuperación de las personas que sufrieron algún daño o perjuicio por los sismos del siete y 19 de septiembre, respectivamente.
Hasta la noche de ayer, dicha petición llevaba más de un millón 680 mil firmas, con lo que se había convertido en una de las peticiones que han recibido más apoyo en toda la historia de la plataforma Change.org. ¿Qué respondieron los partidos? Inicialmente —y así lo registramos ayer en esta columna— intentaron defenderse argumentando vericuetos e imposibilidades legales, y aduciendo incluso la necesidad de, o hacer cambios a la Constitución, o de la posibilidad de generar una crisis constitucional derivada de la reconducción del dinero para las campañas electorales hacia la atención de los damnificados por ambos terremotos.
La presión social fue el motor para la disposición de los partidos. Por la mañana, Andrés Manuel López Obrador fue el primero que planteó la posibilidad de que su partido —literalmente—, Morena, destinara el 20 por ciento de sus prerrogativas para los damnificados; en las primeras horas de la tarde, hizo lo propio, y lo formalizó, el dirigente nacional del PRI, Enrique Ochoa Reza; horas más tarde se sumaron Ricardo Anaya a nombre del PAN y Alejandra Barrales por el PRD. A pesar de la disposición mostrada, ya nadie les aplaudió: antes, a la ciudadanía ya le había quedado claro que de todos modos los partidos no lo harían por voluntad, y que accedían sólo por la fuerte presión generada desde la ciudadanía.
En el fondo, debemos reflexionar sobre cuál es el fondo de todo esto: de diversas formas, la sociedad mexicana está dejando ver el hartazgo que siente sobre esas representaciones —algunas casi totémicas— de algunos de los más profundos problemas nacionales: manifiesta su descontento con la manipulación informativa —que en este caso no fue sólo de Televisa con el caso Frida, aunque lo cierto es que Televisa ha representado históricamente esa manipulación—; hicieron lo mismo con Telmex porque esa empresa representa el tráfico de influencias y de privilegios que permitió a un mexicano ubicarse entre los más acaudalados del mundo, gracias a la forma en cómo se aprovechó de millones de mexicanos con un monopolio.
La representación más honda de todo eso, sin embargo, está con los partidos y con la clase política, con la que la ciudadanía ya no se siente representada. Por eso la agria crítica hacia los partidos y sus dirigentes; por eso el cuestionamiento hacia la clase política por no estar en el frente de rescate en esta situación de emergencia. En el fondo, daba lo mismo que algunos estuvieran o no. La gente en realidad está cobrando las afrentas acumuladas a lo largo de todos estos años de alejamiento, de pérdida de identidad y de representación con las personas de a pie, y de cometer excesos en nombre de la democracia, de la política y de las acciones de gobierno.
EL FUTURO…
Ojalá que, como muchos dicen, este sea el parteaguas de un nuevo comienzo. Un comienzo en el que, de fondo, se rechace la corrupción y los provechos indebidos. Parece algo imposible. Aunque en realidad, pensar así es parte de la desesperanza propia del momento. Ojalá eso sea. Ojalá no sea sólo un arrebato sino una convicción de todos esos que ya no se sienten —nos sentimos— parte de esa generación que permitió la construcción de este profundo desánimo.