+ Buenas intenciones: choque frontal con la realidad
Hoy parece más claro que nunca que la UABJO vive en una doble realidad: por un lado, se enfrenta a la cada vez más complicada preservación de una situación académica nada envidiable; y por el otro, a un proceso largamente ventilado de inestabilidad y descomposición política. ¿Cómo sostener argumentos medianamente alentadores de una Casa de Estudios que todos los días revela sus atrasos y su caótica cotidianeidad?
Este es, pues, el claro choque entre las buenas intenciones y la realidad: enalteciendo el espíritu universitario, se puede asegurar que independientemente de cualquier viso de inestabilidad, atraso o violencia, la UABJO ha dado a Oaxaca más glorias académicas, científicas y culturales que ninguna otra institución. Se puede asegurar que a pesar de lo complicada que es su situación política, existen ciertos avances académicos que reiteran su vocación por la educación. Se puede decir todo eso, hasta que los argumentos chocan con las circunstancias, con el ejercicio implacable del poder, y con las disputas que todos los días se viven en la Universidad.
¿Ser un “buen universitario” es negar la realidad? Evidentemente no. Del mismo modo, parece claro que tener una vocación universitaria no necesariamente parte de haber egresado de la UABJO. A pesar de ello, este espacio ha tratado de conservar como parte de las causas que todo espacio periodístico debe tener, la defensa no de las personas, sino de los valores y las instituciones que trascienden a la sociedad. Por eso ha quedado claro que la crítica va siempre encaminada al modo tan cuestionable en cómo en la Universidad se desarrolla la educación pública.
Sin embargo, eso no es óbice para señalar la dolorosamente deficiente gestión del rector Rafael Torres Valdez. Su administración ha estado enmarcada, como nunca, por la inestabilidad, las disputas por el poder, el porrismo y el daño a la instrucción de nivel superior, que ahí debería impartirse como no se hace. Para muestra existen botones de sobra: en los últimos meses, prácticamente no ha habido semana en la que la Universidad se libre de cierres, toma de instalaciones, enfrentamientos y protestas en contra de la administración o las facciones que subsisten o acumulan poder, al amparo de una pluralidad y tolerancia, que son simuladas y mal comprendidas dentro de la Universidad.
En ese mismo sentido, es claro que la Universidad se ve constantemente amenazada por la voracidad de muchos de sus manejadores, por la codicia que les genera un presupuesto universitario que es permanentemente utilizado bajo un amplio esquema de opacidad; por una administración universitaria que sólo le rinde cuentas a un Consejo Universitario controlado y domado por ellos mismos. Que todos van tras una rectoría que, en realidad, no le rinde cuentas a nadie. A nadie.
Así, la disputa permanente es por una Universidad que es vista como un botín, y no como una auténtica tabla de salvación de la siempre disminuida educación pública que existe, en todos los niveles, en la entidad. Aquí hemos señalado en diversos momentos que los problemas de la Universidad van más allá del rector Torres Valdez; pero también hemos señalado oportuna y reiteradamente que el actual Rector es un dique que contiene y contribuye a preservar muchos de los vicios que se han anidado y consolidado en la Máxima Casa de Estudios.
Es decir, que la salida de Torres de la UABJO no resolvería sus problemas; pero si ésta ocurriera en un marco político favorable —y no en la guerra de poder actual—, sí sería un factor que contribuiría enormemente a la concertación política, a la academia, a la honestidad, y la verdadera democratización de la Universidad.
TEORÍA VS PRAXIS
Lo peor de todo sería que junto a los graves problemas políticos y de ingobernabilidad que ocurren en la Universidad, no hubiera un solo viso de academia, estímulo a la educación, a las ciencias o a las artes. El problema es que todo eso palidece, de nuevo, frente a una Universidad que todos los días demuestra ser un caos.
¿Cómo hablar de avances y logros, cuando prácticamente todas las preparatorias, escuelas y facultades tienen interrupciones permanentes en su vida académica; cuando el ausentismo, la venta de calificaciones, las extorsiones, y hasta la inseguridad y los robos, son cosa de todos los días en las instalaciones universitarias?
¿Cómo poder hablar de progreso académico y político, cuando los procesos internos de prácticamente todas las escuelas y Facultades para elegir a sus directivas, ha terminado en disputas, enfrentamientos y mayores niveles de inestabilidad? ¿Cómo defender los innegables logros de la academia, cuando todo eso choca con una realidad implacable que dice mucho más que cualquier recuento de avances que, ante ella, resultan ser lo mismo nimios que parciales, aunque no por ello menos importantes?
¿Cómo poder hablar de una universidad de primer nivel, cuando sólo algunos de sus edificios han sido remozados, pero otros siguen teniendo condiciones inaceptables? ¿Cómo argumentar algo a favor, cuando en varias facultades siguen reinando atrasos tan básicos: uno de ellos es, por ejemplo, el hacinamiento en los salones de clase; los baños que son una desgracia, o los profesores universitarios que, en muchos casos, tienen niveles de preparación superior tan indignos como los salarios que perciben?
A lo largo de meses, y años, diversos grupos de personas han hablado del cierre de la Universidad, como una “alternativa” al problema de caos que vive la UABJO. Esa, sin duda, sería la peor medida que alguna persona, gobierno, Congreso o Consejo podría tomar para darle un “remedio” a la Universidad. No harían más que coronar las intenciones de quienes quisieran repartir el presupuesto universitario en otros fines, aviesos todos, que en nada contribuyeran al avance de Oaxaca.
¿CÓMO AVANZAR?
Así, el rector Torres Valdez y su administración podrán decir misa. Pero la realidad es una. Sólo faltaría que quisieran fanfarrias y cohetes por hacer apenas una parte, en lo académico, de lo que es su obligación. Una defensa verdaderamente eficiente e irrebatible podría darla no con las palabras, sino con los hechos. ¿Cuándo hablarán de la nueva Ley Orgánica de la Universidad? ¿Cuándo harán lo propio por la reorganización de sus esquemas administrativos, democráticos y de rendición de cuentas? ¿Cuándo se dignarán a abrir verdaderamente sus cuentas? Todas estas son preguntas que también atañen a los poderes locales, que sospechosamente se sienten ajenos al problema universitario.