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Caos por guerra antinarco y “reñidero político” en México

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+ FCH terminó con todos los vasos comunicantes de su gestión

La tarde del pasado martes, la presidenta del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Revolucionario Institucional, Beatriz Paredes Rangel, lanzó un discurso demoledor. Ante la ejecución del candidato de ese partido al gobierno de Tamaulipas, Rodolfo Torre Cantú, la dirigente nacional del tricolor exigió al gobierno federal respeto ante el dolor del priismo, y exigió que se entable diálogo con el gobierno federal, pero frente a los liderazgos auténticos, y más allá del oportunismo. Esta era una respuesta implacable y dolorida, a un gobierno federal que parece estar terminando con todas las posibilidades de reencauzar la principal bandera de su gestión.

¿Qué ocurrió? Que el día previo, el candidato Torre Cantú había sido ejecutado presuntamente por el crimen organizado. En ese marco, el gobierno del presidente Felipe Calderón lanzó un llamado nacional, enésimo, para que las fuerzas políticas hicieran a un lado sus diferencias y asumieran una actitud de Estado para responder al crimen organizado. Los tricolores consideraron que ese llamado, que no es el primero que ocurre frente a la comisión de un delito de alto impacto, tenía como objetivo no el replantear la lucha anticrimen, sino obtener un beneficio político frente al potencial logro de una reconciliación partidista.

La apreciación no parecía del todo equivocada. Apenas unos días antes, agentes del Partido Acción Nacional habían endurecido una campaña de desprestigio en contra de los priistas. Esas acciones incluyeron la difusión de grabaciones telefónicas entre militantes del tricolor, y pretendían poner al descubierto trapacerías y la comisión de delitos electorales. Por si esto fuera poco, en las 12 entidades de la República en las que habrá comicios mañana domingo, los priistas han denunciado la utilización de recursos económicos y humanos del gobierno federal para apuntalar las campañas de los candidatos a cargos de elección popular por los partidos de oposición.

Por eso, quizá, el tricolor asumió como una posición de oportunismo el llamado presidencial ante el crimen del abanderado. En su visión, el hecho requería una respuesta implacable y no un llamado al diálogo. En la denuncia, quedó en evidencia que hasta ahora el gobierno federal ha actuado en base a sus propios criterios, sin dar paso a la autocrítica y sin atender las posiciones discrepantes que se han manifestado desde las dirigencias partidistas, las fracciones parlamentarias o los gobiernos estatales.

Por eso, asumían como una mascarada el hecho de que, ante un crimen abominable, el gobierno federal ahora sí tuviera voluntad política de llamar al diálogo a todos sus adversarios, para que de algún modo éstos legitimaran la lucha y las acciones que ha emprendido fallidamente el gobierno federal en los últimos años.

Al final, los tricolores dijeron que sólo dialogarían después del cuatro de julio, y frente a ciertas condiciones que, extraoficialmente se dicen, tenía que cumplir de inmediato el gobierno federal. Así, lo que la realidad indica es que, de nuevo, todos los problemas fueron aplazados y que sólo serán abordados cuando existan posiciones políticas menos tirantes que las que prevalecen actualmente.

¿CÒMO NOS VEN?

Pareciera que los mexicanos estamos acostumbrados a esta guerra descarnada entre fuerzas políticas y entre facciones partidistas. Pero más allá de nuestras fronteras y nuestra cotidianidad, el crimen del candidato Torre Cantú preocupó y consternó a la comunidad internacional. Llama la atención que, en este sentido, el influyente diario español El País, haya dedicado un editorial en el que emite su posicionamiento y opinión frente a la violencia e ingobernabilidad —por cuestiones de política y de criminalidad— que se vive en nuestro país.

En el texto, se lee lo siguiente: “La guerra del narco en México no solo es tremendamente cruenta -más de 25.000 asesinatos en tres años-, sino que por su misma naturaleza constituye un salvaje espectáculo que lastra dolorosamente la imagen del país. Los últimos episodios: la muerte de un candidato a gobernador de Tamaulipas, una de las 12 gobernaciones que irán a las urnas el domingo, y la de un conocido cantante de narcocorridos ponen de relieve los propósitos de los mafiosos. Pese a que el primero ha sido el peor atentado en casi 20 años, sus objetivos no eran estrictamente políticos, ni a favor ni contra el PRI, al que pertenecía el candidato, como tampoco castigar a un cantante traidor, sino avisar de que nadie está a salvo…”

Y continúa: “¿A qué se debe entonces la imparable carnicería mexicana? Hay dos escuelas de pensamiento. Una crítica a Felipe Calderón por haber desencadenado una ‘guerra innecesaria’, porque quería darle un tono decisivo a su mandato, inaugurado por una ajustada victoria electoral sobre el candidato izquierdista Andrés López Obrador, y para ello había que lanzar una vasta operación contra una red envilecedora, pero que estaba a lo suyo y no quería llamar la atención del poder. Frente a esta teoría, otra argumenta que esa red mafiosa relativamente discreta había ido extendiéndose como una hidra por el cuerpo social, y lenta pero inexorablemente estaba transformando México de conducto entre países productores -como Bolivia, Perú y Colombia- y el gran receptor, Estados Unidos, a una nación de consumidores individuales. Es difícil en este contexto, además de hipócrita, reprochar al presidente mexicano haber tomado la iniciativa de combatir esta lacra hasta sus últimas consecuencias.

“Lo gravísimo, sin embargo, es que esa guerra en la que el Estado se ha implicado a fondo no se está ganando. La intervención del Ejército para sustituir a una policía corrompida no ha hecho sino agudizar la violencia sin resultados apreciables. Y si no hay corrección de rumbo, nos hallaremos ante una tragedia no solo mexicana, sino por extensión latinoamericana. El acechante espectro de un Estado fallido es algo que hoy no se puede permitir el mundo de habla española.”

¿MALA PERCEPCIÓN?

Así nos ven desde España: igual que como nos sentimos nosotros. Es decir, que más allá de los motivos o la utilidad, lo que tenemos enfrente es una batalla de resultados desesperanzadores. Dependerá no sólo de la fuerza, sino del consenso y la sensibilidad que el rumbo cambie. No hay certidumbre frente a la posición tirante, aparente y determinante de las fuerzas políticas.

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Transición a la democracia: 10 años después, sigue pendiente

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+ Fox y Calderón, incapaces de comprender el reto democrático

Hace exactamente diez años, el 2 de julio del año 2000, el candidato presidencial del Partido Acción Nacional, Vicente Fox Quesada, ganó aventajadamente los comicios federales, para convertirse en el primer Presidente de la República emanado de un partido distinto al Revolucionario Institucional, desde 1929. Su victoria fue asumida como un sinónimo de cambio en el ejercicio del poder público, pero también como un parte aguas para una posible transición a la democracia.

A pesar de que la mayoría de las condiciones políticas en aquel momento estaban dadas, una serie de traspiés, que se replicaron en el siguiente sexenio, tienen hoy al país sumido en una importante crisis política en la que la discusión de fondo, y pendiente, sigue siendo precisamente la de los cambios democráticos que faltan.

Vicente Fox llegó a la Presidencia en un contexto inmejorable. Contrario a todos los cambios sustanciales de régimen habidos en México a lo largo de su historia, éste fue uno de esos casos no comunes en la que la transmisión del poder entre bloques se dio en un contexto de paz, de legalidad y de institucionalidad. Ni siquiera los sectores más recalcitrantes del Revolucionario Institucional, fueron capaces de esgrimir razones para pensar que los comicios habían sido fraudulentos, o que no se había respetado la voluntad popular. Si no abrumadoramente, Fox sí ganó los comicios del año 2000 en un marco de holgura, que hizo constatar su legitimidad incluso frente a los adversarios.

Por si fuera poco, en la Cámara de Diputados el Partido Acción Nacional también tuvo una bancada importante que, sin embargo, no alcanzó la mayoría absoluta. El Senado de la República fue la única de las cámaras federales en las que el priismo mantuvo su hegemonía. Y el otrora poder presidencial —en el que no se distinguían diferencias entre las facultades constitucionales del Titular del Ejecutivo y las del Jefe Político del PRI— se decantó respecto a los gobernadores de las entidades federativas, en las que el tricolor seguía teniendo mayoría.

Aún frente a esa composición de las fuerzas políticas en los principales núcleos del poder público, parecía que a partir del año 2000 estarían puestas todas las condiciones para comenzar un proceso de transición a la democracia. Si el primer paso era el de la alternancia de partidos en el poder federal, el segundo tendría que ser el de la desincorporación del mando y la decisión avasalladora que tenía el Presidente sobre todos los demás actores y grupos políticos del país, para dar paso a formas más democráticas, equilibradas y transparentes en el ejercicio del poder. Eso era lo que se esperaba de Vicente Fox como Primer Mandatario.

Sin embargo, ¿qué ocurrió? Que la alternancia se quedó en eso. Fox como Presidente, fue incapaz de ver y asumir que el poder tenía que cambiar. Actuó como un gobernante más, pero no como un estadista. A pesar de no tener la mayoría legislativa, pudo haber encauzado reformas importantes —en lo político, económico, y demás— si en lugar de valerse de las posiciones políticamente correctas, hubiera emprendido verdaderas acciones de consenso con las demás fuerzas políticas. Lejos de hacer eso, emprendió una persecución a ciertos actores priistas que terminó en nada, entabló un diálogo lejano, provocador y estridente con el Congreso, y desaprovechó gravemente el bono de legitimidad y credibilidad que, por lo menos en los dos primeros años de su gobierno, le entregó casi incondicionalmente el pueblo mexicano.

El final de ese gobierno lo sabemos todos: la pluralidad política se convirtió en un sinónimo de falta de entendimiento y confrontación no sólo entre el PRI y el PAN, sino entre todas las fuerzas políticas del país. El primer gobierno federal emanado del PAN se negó a reformar el poder para democratizarlo y, lejos de eso, se convirtió en una mala copia del priismo, al disponerse a gobernar con la misma estructura, con los mismos poderes avasalladores y las mismas prácticas antidemocráticas que sus antecesores, para finalmente entregarlo a otro integrante de su partido que tampoco ha podido lograr prácticamente nada de la tan anhelada transición democrática.

PLURALIDAD, ¿DAÑINA?

Hay quienes aseguran que buena parte de la inmovilidad institucional que existe desde hace una década en el país, tiene que ver con el planteamiento constitucional actual de la pluralidad política. En 1997 el PRI perdió la mayoría en la Cámara de Diputados, y lo más cerca que ha estado de recuperarla, es en la actual Legislatura federal, en la que tiene 237 diputados. El problema es que en todo ese periodo, ninguna fuerza política ha conseguido esa ansiada mayoría absoluta en las cámaras federales.

¿Por qué es un problema? Porque en 1997 el gobierno federal era priista, y las fuerzas de oposición tomaron el control de la Cámara de Diputados, oponiéndose por primera vez a algunas decisiones trascendentales del Presidente de la República, que en otro momento se habrían convertido en ley gracias a su mayoría de legisladores. En 2000, el gobierno federal pasó a manos del PAN, pero éste no tuvo la posibilidad ni de interactuar estratégicamente con el Congreso, y tampoco de conseguir la mayoría de diputados y senadores, como para poder consolidar más rápidamente el proyecto democrático —si es que existía— del foxismo.

Esa pluralidad ha sido constante desde entonces, como también lo ha sido la falta de acuerdos. Esto ha sido, en buena medida, gracias no sólo a las torpezas del Presidente en turno, sino también a la visión que tanto critica ahora el PRI al gobierno federal, pero de la que también se ha valido. Los tricolores, como en otro momento los perredistas, han antepuesto el interés de sus grupos al nacional. Por eso, más allá de las discusiones de corto plazo, hoy podemos ver que México no ha resuelto (del modo que sea) la gran mayoría de sus reformas estructurales, y mucho menos lo relativo a la transición democrática.

CASO OAXACA

Hoy que los oaxaqueños estamos en el umbral del proceso electoral para renovar la gubernatura, el Congreso del Estado y los Ayuntamientos, debemos reflexionar sobre las promesas de cambio y las posibilidades reales de que esto ocurra. Gane quien gane, si no existe voluntad para transformar y democratizar el poder, esto no ocurrirá. Es lamentable lo que ocurre con el país; lo sería más que se replicara, de nuevo, en Oaxaca.

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Discurso sobre el fraude: desconfianza los afecta a todos

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+ Con “alertas”, coalición opositora sería su propia víctima

Faltando apenas unos diez días para la celebración de los comicios en Oaxaca, la Coalición Unidos por la Paz y el Progreso cambió radicalmente su discurso y lo hizo virar a la denuncia del potencial fraude electoral. Apuntalaron sus aseveraciones, con la acusación sobre el uso de recursos públicos para la campaña priista, con señalamientos sobre la ilegitimidad del órgano electoral, e incluso respecto a las fallas que ha presentado el programa de resultados electorales preliminares. Al final, esta generación de desconfianza habrá de afectar globalmente al proceso comicial, incluyéndolos a ellos.

Es evidente el lugar común que —tratando de hacerse pasar por válido desde el oficialismo—, apunta a que el discurso sobre el potencial fraude electoral, y la necesaria defensa que hagan las fuerzas opositoras de un triunfo robado, son parte de un sentimiento derrotista que ya existe en el equipo del candidato Gabino Cué Monteagudo.

En realidad, más que anticipar una derrota, lo que parece claro es que los opositores están jugando con fuego. Porque más que declarar lo que sólo las urnas demostrarán (un triunfo o una derrota), lo que están haciendo es desgastar el andamiaje electoral que dará certeza sobre el resultado de los comicios. Veamos por qué.

Las fuerzas de oposición en Oaxaca han denunciado sistemáticamente el uso de recursos públicos a favor de la campaña priista, que habrían sido desviados. El problema es que si ellos han acumulado pruebas físicas, y no sólo sospechas, para apuntalar sus dichos, en la casa de enfrente han hecho exactamente lo mismo. Esta, a pesar de las reiteraciones sobre el “blindaje” en el uso de los recursos del Estado, en general ha sido una de las campañas más suntuosas y costosas de que se tenga memoria. En ambos bandos han echado mano de dineros indebidos, y en ambos se tienen documentadas esas acciones ilegales.

¿Cuál es el problema? Que, finalmente, una cosa será lo que se litigue ante los tribunales competentes, y otra lo que se demuestre ante los ojos del público. Al desacreditar sistemáticamente la legalidad del proceso, los aliancistas opositores se están desacreditando ellos mismos. Si, como dicen, triunfan en las urnas pero les roban la victoria, ellos serán incapaces de demostrar que no incurrieron en las prácticas ilegales que denunciarían.

No obstante, se aparece como más grave lo relativo al órgano electoral, a la desacreditación al programa de resultados preliminares y, sobre todo, a la utilización de lo que ellos denominan como “un programa alterno” de conteo de votos. Hasta el momento, los representantes de los partidos opositores ante el IEE, se han valido de otro lugar común (el de “la caída del sistema”) para generar percepciones distintas a las reales. Pues existe una línea delgada entre la preocupación genuina por las fallas que ha mostrado dicho programa, y la oportunidad que están encontrando en ello para tratar de alimentar la desconfianza sobre los resultados.

RESULTADOS CUESTIONADOS

Es cierto que el PREP resulta ser una herramienta importante para generar certidumbre en los resultados parciales de una jornada electoral. Pero lo que la Coalición opositora pretende revelar, es que nuestro sistema electoral es tan primario y poco confiable como lo era en 1988, cuando ocurrió la primer “caída del sistema” en México, que reacomodó las cifras, a favor del priismo, de aquella elección presidencial.

Hoy el PREP es un indicador que, sin embargo, está lejos de ser determinante. Las normas electorales, y las propias estructuras internas de las fuerzas políticas, poseen diversas herramientas que, independientemente del programa de resultados preliminares, generan indicadores mucho más precisos de la evolución en el conteo de votos.

Si el PREP hiciera la diferencia entre ganar y perder una elección, entonces estarían de más los observadores, los funcionarios ciudadanos de casilla, los representantes acreditados de los partidos políticos, los llamados conteos rápidos o “exit pool”, la concentración interna de actas que se hace desde el momento mismo del cierre de las casillas y, en general, todo el sistema electoral que ha evolucionado en las últimas dos décadas.

Finalmente, ante la derrota, es previsible que cualquiera de las fuerzas políticas (la coalición PRI-PVEM, o la Alianza Opositora) impugne los resultados ante los tribunales electorales locales o federales. Al llegar ahí el resultado de los comicios, éste se validará o echará por tierra en base a todos los elementos objetivos que se aporten; en esa controversia jurisdiccional, lo que menos contarán son elementos como el del PREP, que tanto se impugna en este momento.

¿Cuál es el riesgo de todo esto? Que si la desconfianza asciende y se incrusta en el ánimo de la población, cualquier resultado que dé ventajas mínimas a alguno de los participantes en este proceso, podrá ser impugnado lo mismo ante los tribunales, que ante la opinión de los ciudadanos.

Así, esta posibilidad sólo dejaría de ser riesgosa, si desde este momento la Coalición opositora tiene la certeza de que va a ganar, o que va a perder, por un margen importante de votos. Si no tiene dicha certidumbre, y continúa alimentando el clima de desconfianza, incluso ante un triunfo de la causa opositora, ellos mismos serían cuestionados con facilidad por sus oponentes, utilizando exactamente los mismos argumentos de los que ahora ellos se valen para desacreditar al órgano y a buena parte de los elementos que integran este proceso electoral.

Si se alimenta la incertidumbre, sólo se genera desconfianza. Y ésta arrasa con todo sin tener consideraciones. Si ante el final de las campañas electorales llegó el momento de ver las cosas en su justa dimensión, entonces tendrán que concluirse las andanadas de descalificación. Más que afectar a sus oponentes, podrían estarse preparando, involuntariamente, para el suicidio.

ALARMA SÍSMICA

Ante el movimiento sísmico registrado la madrugada de ayer en tierras oaxaqueñas, ¡lo verdaderamente sorprendente habría sido que sí funcionaran las alarmas sísmicas! Ante cada episodio como éste, los funcionarios encargados del Instituto Estatal de Protección Civil se dicen “extrañados” y “enojados” por la importante inversión hecha para un sistema que nunca ha funcionado cuando y como debería. Eso ha pasado siempre. Y aún con el coraje, nadie ha hecho algo para remediarlo.

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Oposición: ¿Cómo construir una agenda real de la transición?

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+ Ante triunfo opositor, habrá Congreso adverso ¿y conflicto?

En la construcción de escenarios posibles sobre el resultado de los comicios del próximo 4 de julio en Oaxaca, existe uno que hasta ahora ha sido poco explorado: el de un posible triunfo del candidato a Gobernador de la Coalición Unidos por la Paz y el Progreso, Gabino Cué Monteagudo, pero combinado con una composición del Congreso del Estado, de mayoría priista. De materializarse esa posibilidad, la entidad podría estar lo mismo en el umbral de un conflicto político grave entre partidos y poderes, pero también ante el escenario quizá más potencial de una verdadera transición democrática, plasmada no sólo en dichos o en actitudes, sino en reformas y nuevas leyes.

Oaxaca es una de las entidades en donde mayor competencia electoral existe. Prácticamente desde el inicio de las campañas proselitistas, los equipos de trabajo de los dos principales aspirantes a la gubernatura (Eviel Pérez, y Gabino Cué) se valieron de la difusión de encuestas, como una más de sus herramientas para generar percepciones sobre sus respectivos grados de aceptación popular, y posibilidades de triunfo.

Pronto salieron a relucir sendas inconsistencias sobre la publicación manipulada de esos ejercicios, y por esa razón, para las previsiones serias y desapasionadas, las encuestas difundidas dejaron de ser herramienta confiable para el ciudadano. Todo lo que se puede ver, es que en realidad existe una competencia intensa y cerrada entre ambos abanderados, y que por ello hoy cualquiera de los dos tenga la posibilidad de ganar.

Pongamos, así, en perspectiva la posibilidad de un triunfo opositor en la competencia por la Gubernatura —que sin duda, es la más cerrada de las que ahora se desarrollan. En la lucha por las diputaciones y alcaldías, existe la previsión de que el PRI se alce con más victorias que sus oponentes. Tomemos el caso: Cué se convierte en Gobernador, pero teniendo enfrente un Congreso dividido, aunque de mayoría tricolor.

Esto, si consideramos cómo han actuado los tricolores en escenarios similares que han ocurrido, incluso, en el ámbito federal, sería la puerta de entrada para el choque entre poderes, el hostigamiento mutuo, la confrontación y, en resumen, el inmovilismo político que ahí ocurriría. Con una oposición sistemáticamente negativa y hostigadora —como la que en muchos momentos ha tenido el PRI, aunque también el PRD—, y con un gobierno poco abierto al diálogo y la concertación seria —como ha sido el PAN en el gobierno federal a lo largo de la última década—, lo que Oaxaca tendría sería un auténtico escenario de caos.

Pero —aunque esto se lea como el más ingenuo de los idealismos— si, por el contrario, luego de las efervescencias electorales, ambos bloques llegaran a plantear una agenda más o menos común de trabajo no por sus partidos o sus intereses, sino por Oaxaca, entonces seguramente la transición a la democracia tendría muchas más posibilidades de consolidarse en un marco de legitimidad y consenso político entre fuerzas. ¿Cómo podría ocurrir todo esto?

LIMITAR EL PODER

Una oposición testaruda, independientemente del partido que la ejerza, siempre provoca confrontación e inmovilismo. Del mismo modo, un gobierno que desdeña toda posibilidad de acuerdos previos, y pretende imponer sus determinaciones como mandatos constitucionales, es también un factor de polarización e incertidumbre, que no lleva a un buen puerto.

El mejor ejemplo de ello lo encontramos, dolorosamente, en nuestro país: diez años de una poco inteligente y tolerante alternancia política, y de Congresos opositores, han llevado al país a un grado alarmante de polarización, choque entre fuerzas políticas, e inmovilidad, que no sólo se traduce en la ausencia del acuerdo político coyuntural, sino en el hecho de que en México no ha podido consensarse ninguna de las reformas legales (fiscal, petrolera, social, laboral, de seguridad, etcétera) que son urgentes para el país, pero al no lograrse le hacen perder viabilidad y competitividad en el concierto internacional.

Ese podría ser el escenario en Oaxaca, si todos asumen posiciones radicalmente opuestas. Lo más lógico de suponer, es que un Congreso opositor al Titular del Ejecutivo, sólo provocaría problemas. Empero, si el Gobernador fuera capaz de generar un proceso de interlocución, que llevara a sus opositores a no poder seguirse negando a generar cambios trascendentales en la forma de gobierno —so pretexto de ser tachados de antidemocráticos—, entonces lo que tendríamos en puerta es la posibilidad de una transición democrática.

¿Por qué? Porque entonces sí, sería viable la posibilidad de someter a toda la estructura de gobierno y de reparto del poder —que ahora tiene graves desbalances que, todos, favorecen al Ejecutivo— a una revisión integral, y a un reordenamiento que hiciera más equilibrada la forma de gobernar, y eliminara todas las posibilidades actuales de que un Poder se inmiscuya y avasalle a los otros, manteniendo sus altos grados de discrecionalidad y opacidad en el ejercicio de las funciones públicas.

Quizá una cesión mutua de poder, de esta naturaleza, sería la moneda de cambio entre un Gobernador y un Congreso de extracciones políticas distintas, para ejercer sus respectivas funciones independientemente de sus diferencias. Aunque esta se aparece como una posibilidad inviable (por excesivamente idealista) para la entidad, lo cierto es que temas como este deben debatirse por la sola razón de que hoy la transición democrática es un tema del que toda la oposición habla, pero sin decir cuál será el camino para hacerla realidad.

¿TRANSICIÓN?

Hasta ahora, lo único que se tiene para lograr de verdad esa transición, es la voluntad de quien triunfe en los comicios. Sea el PRI o la oposición el ganador, si se decide a gobernar valiéndose de la estructura institucional actual, lo único que conseguirá es repetir la misma forma de gobierno que tanto se critica. Eso pasó en el ámbito federal hace 10 años, cuando Vicente Fox ganó la Presidencia y consiguió la alternancia, pero se dispuso a gobernar bajo las mismas formas y esquemas del régimen priista. En el caso federal, quedó demostrado que alternancia no es sinónimo ni condición indispensable para la transición. En uno de los escenarios, Oaxaca podría ser otro más de esos referentes negativos para la democracia.

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Crimen en Tamaulipas: un reflejo de la descomposición institucional

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+ Sociedad y gobierno desunidos, vs criminalidad organizada

La mañana de ayer, murió ejecutado el candidato a Gobernador de Tamaulipas por la alianza del Partido Revolucionario Institucional, Verde Ecologista, y Nueva Alianza, Rodolfo Torre Cantú, y cinco de sus colaboradores. Este hecho, además de convulsionar gravemente el proceso electoral en aquella entidad, deja ver el tamaño del problema nacional en que se ha convertido la falta de respuestas de Estado, ante la violencia y las acciones del crimen organizado.

A pesar de que Tamaulipas es una de las entidades federativas en las que ha habido una importante presencia del crimen organizado, el proceso actual por el que ahora mismo atraviesa no se aparecía como uno de los más convulsionados para las fuerzas políticas. De hecho, el candidato de la alianza PRI-PVEM-Panal, Rodolfo Torre Cantú, reportaba una amplísima ventaja —en algunos momentos por más de 30 puntos porcentuales—, que aún mantenía sobre su principal oponente del PAN, José Julián Sacramento Garza. Esto último, de acuerdo con la encuesta publicada el 21 de junio pasado por Consulta Mitofsky, en la que el tricolor tenía una intención de voto del 61 por ciento, sobre un 30 por ciento del blanquiazul. Es decir, que para efectos electorales, la elección estaría prácticamente resuelta a favor del malogrado abanderado del tricolor.

Por esa razón, este asunto debe verse y entenderse a partir de otro contexto distinto al de un posible choque entre integrantes de partidos políticos. De hecho, en mayo pasado fue ejecutado otro abanderado en Tamaulipas, aunque aquella ocasión fue un candidato panista a presidente Municipal, de nombre José Mario Guajardo, quien fue ultimado junto con su hijo. En aquella ocasión, algunos dirigentes partidistas y aspirantes a cargos de elección popular, reportaron haber sido objeto de intimidación y amenazas por parte de grupos criminales, e incluso algunos de ellos optaron por retirarse de la contienda electoral.

Así, habría que considerar primeramente el contexto social y de violencia no sólo de Tamaulipas, sino de todo el norte de la República. Grandes extensiones del territorio colindante con la frontera con Estados Unidos de Norteamérica hoy vive problemas aparentemente incontrolables de criminalidad, violencia y enfrentamientos entre grupos ligados al crimen organizado.

Mientras esto ocurre, y avanza día con día, el gobierno federal ha aplicado algunas “recetas” tales como la presencia del Ejército, la Marina Armada de México y las fuerzas federales de seguridad pública, como un intento de frenar la presencia criminal y brindar paz a las zonas afectadas; los gobiernos estatales también han tratado de hacer lo propio, al igual que los gobiernos municipales a través de sus respectivas corporaciones policiacas. Lo cierto es que nada parece haber sido suficiente para detener las ofensivas criminales, que lejos de disminuir se han intensificado en diversos estados del norte del país.

No obstante lo anterior, todo parecería indicar que nada de esto tendría que afectar al proceso electoral. En el escenario nacional, no se tenían reportes de amenazas en contra del abanderado priista; de hecho, la entidad es gobernada por el tricolor, a través de Eugenio Hernández Flores.

Por eso, en general, más allá de las insinuaciones sobre posibles nexos con la delincuencia organizada —que tendrían que haber aflorado ya ante la campaña electoral, por el “blindaje” antinarco del IFE, o las investigaciones de la PGR, y los órganos de inteligencia civil y militar del país—, lo que debe preocupar al país entero, y no sólo a los tamaulipecos, es la respuesta implacable que da el crimen organizado ante la desunión y la mezquindad que ha mostrado, en común, tanto la clase gobernante como la oposición, en los tres órdenes de gobierno alrededor de la República mexicana.

CRISIS INSTITUCIONAL

Llevamos, nos guste o no, casi cuatro años de una cruzada interminable contra el crimen organizado. Esta lucha la emprendió el gobierno federal a nombre del Estado mexicano. Por eso, somos todos, y no sólo el gobierno, quien paga las consecuencias. El problema de todo esto, en realidad, es que esa noción de que la guerra anticrimen la libra el Estado en contra de un ente amorfo y poderoso como el crimen organizado, parece estar ausentes entre quienes componen el entramado institucional del país. Es decir, entre los grupos de poder, los partidos políticos, el gobierno federal, las representaciones legislativas; los gobiernos de las entidades federativas, y demás. Todos se asumen como parte de una casta política, pero no de un Estado cohesionado.

Todos los partidos de oposición, han planteado sus respectivas agendas políticas en función de sus intereses y no del país. El PRI, desde el 2006, ha sido un engañoso detractor del gobierno federal que, sin embargo, se alía con él cuando juntos reparten el presupuesto público o cuando tienen intereses del común. Las fuerzas de izquierda —PRD, PT, Convergencia, etcétera— fueron no sólo censuradores del gobierno federal, sino que durante tres años alegaron una carencia de legitimidad y denunciaron la usurpación en la Presidencia de México, hasta que, también, los intereses electorales los alcanzaron y unieron.

Lo cierto, en todo esto, es que nadie ha querido hacer algo por el país, para no dar beneficios a sus adversarios. El país está más desunido y enfrentado que nunca. El gobierno federal ha utilizado la procuración de justicia y la seguridad pública, como armas electorales y de persecución hacia sus adversarios. El PRI ha asumido la postura cómoda de ejercer la denuncia sistemática de los males nacionales, como haciendo ver que con eso —y no con la generación de respuestas eficaces— cumple con su papel histórico ante la nación.

CRIMEN OR-GA-NI-ZA-DO.

Y ante toda esta desunión, confrontaciones, mezquindad y falta de sentido de las necesidades no del gobierno, sino del Estado, que se abreva entre los grupos de poder, está el crimen organizado, que sí parece entender que si su enemigo es justamente el Estado, también lo son todos los gobiernos, todos los partidos, todas las facciones, y todos los grupos parlamentarios; y que, por tanto, todo aquel que le provoque un perjuicio a sus intereses, debe ser eliminado. El homicidio del candidato Torre Cantú, es una muestra implacable de todo lo que no hemos sido, todos juntos, capaces de resolver.

almargen@tiempoenlinea.com.mx

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Sangre electoral, frente a los mexicanos divididos

Esta mañana asesinaron al candidato del PRI al gobierno de Tamaulipas, Rodolfo Torre Cantú. El crimen organizado ya atacó frontalmente al PRI; hace unas semanas lo hizo con el PAN, asesinando e intimidando a otros candidatos a cargos de menor jerarquía. ¿Cómo entender esos ataques?
En mi visión, esta es una consecuencia de la división profunda que existe entre nosotros mismos, y en lo egoísta que es nuestra clase política -gobernante y de oposición. Casi cuatro años después de que se desató la violencia criminal, todos creen cumplir su papel histórico con la nación, únicamente a través del alegato, la arenga o la denuncia. El PAN se deshace en justificaciones, y toda la oposición toma la misma postura a través de los señalamientos. Pero nadie pone soluciones de fondo, porque nadie quiere dar beneficios a sus contrarios, ni cargar con los costos políticos de decisiones que podrían ir más allá de lo políticamente correcto.
El problema de todo esto, es que el narco sí es un enemigo en bloque. Ellos van contra el Estado y las instituciones, independientemente de que quienes lo integran sean del PRI, PAN o del partido que sea. Mientras la sociedad y la clase política marca recurrentemente las distinciones, el crimen organizado deja ver que independientemente de los colores partidistas, TODOS son sus enemigos cuando representan un problema para sus intereses.
Los hechos abominables de este día, son un ejemplo claro de cuán grandes son las afrentas de la criminalidad en contra no de un partido o de un gobernante, sino del Estado y la sociedad mexicana.

Adrián Ortiz Romero C.

Oaxaca de Juárez, Oax. 28 de junio de 2010.

Sección 22, revela su verdadera participación en comicios

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+ Factor determinante, a través de acción electoral paralela

Los profesores de la Sección 22 del SNTE han cumplido con su calendario político y su plan de acción electoral, al pie de la letra. Todos aquellos que creyeron que los profesores democráticos no participarían en el actual proceso electoral estatal, como los que se casaron con la idea de que no se llegaría al estallamiento del paro indefinido de labores, se equivocaron. El fondo de esas decisiones, sin embargo, nada tiene que ver con un asunto estrictamente laboral, o relativo a las demandas propias del magisterio. Es parte de su plan de acción electoral, con el que buscarán ser un factor determinante para el resultado de los comicios que se celebrarán el próximo 4 de julio.

La Sección 22 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, es el grupo sindical que aglutina a más agremiados en todo el Estado. En los treinta años de lucha gremial bajo las banderas de la democratización, han demostrado no sólo a sus detractores internos, sino al gobierno estatal y federal y a los grupos de poder y partidos políticos, que ellos tienen la posibilidad de ser un factor importante no sólo en el aspecto educativo, sino también para la gobernabilidad y la toma de decisiones trascendentales en la entidad.

Esto se deriva del control que tienen de la participación y movilización de sus agremiados, y de los claros objetivos políticos que, independientemente de las coyunturas, persiguen. Por esas solas razones, parece imposible no considerarlos como un influyente elemento de determinación política en Oaxaca que, sin embargo, ha mantenido una postura formal de descalificación sistemática al sistema de partidos y a los resultados de los procesos electorales.

Sin embargo, ello no significa que no tengan intereses políticos y partidistas perfectamente determinados. De hecho, en los últimos años la Sección 22 del SNTE ha dejado ver con mayor amplitud cuál es el rumbo de sus aspiraciones políticas. Ya en los comicios federales de 2006, ellos jugaron un papel determinante en el llamado, y la respuesta del electorado, al voto de castigo en contra de los partidos Acción Nacional y Revolucionario Institucional.

Nunca antes como en ese año, la coalición de los partidos de izquierda —que entonces postulaba a Andrés Manuel López Obrador como candidato presidencial— ganó en Oaxaca 9 de las 11 diputaciones federales, las dos senadurías de mayoría relativa, y una amplísima mayoría de votos para su Abanderado a la Presidencia que, sin embargo, no pudo alzarse con la victoria electoral global.

Esa es la tendencia que ha seguido el magisterio oaxaqueño. En reiteradas ocasiones, los partidos políticos han llamado a los órganos de dirección de la Sección 22 a pronunciarse, y a trabajar activamente a favor de algún abanderado. Éstos se han negado bajo el argumento de que el sistema de partidos no resuelve los problemas del magisterio y del país. Pero sí han trabajado para revertir las tendencias favorables de quienes son sus adversarios no coyunturales. Es decir, que el magisterio oaxaqueño participa de los procesos electorales pero no a través de los métodos tradicionales, sino de sus propias formas de lucha.

¿Cuál es la razón de esta posible incongruencia? Que la Sección 22 comprende perfectamente que emprender una alianza formal con partidos políticos o candidatos, los llevaría a manifestar incondicionalidades, y a ceder ciertas posiciones que en realidad no están dispuestos a entregar; pero también comprenden que ellos sí son un factor político determinante, y que por eso sería hasta un desperdicio no tener participación en los procesos electorales.

ACCIONES PARALELAS

Extrañamente, la Sección 22 del SNTE decidió que en este 2010, iniciaría sus actividades de lucha sindical hasta el mes de junio, y no un mes antes, como normalmente ocurre. Si nos atenemos a las jornadas de lucha “tradicionales” de la Sección 22, éstas inician con las movilizaciones del Día del Trabajo, que se celebra el 1 de mayo, y se inician las acciones de presión a partir de los días siguientes al Día del Maestro, que se conmemora el día 15 de ese mismo mes. Ahora, las primeras acciones importantes ocurrieron hasta los primeros días de junio, y apenas a cuatro días de que termine el mes de junio, se declaró el paro indefinido de labores.

Esto es por la participación que ya se preveía del magisterio en el proceso electoral. Cumplir con su calendario “tradicional” de acciones, implicaría llegar desgastado, e incluso con todas sus banderas de lucha agotadas, al umbral del día de los comicios. Si le dieron tantas largas a sus decisiones más trascendentales, fue para que ellos mismos pudiesen ganar tiempo y encontrar el momento para insertarse de lleno en el proceso electoral.

Hasta ahora, todas sus acciones han sido paralelas, pero aparentemente apartadas de las campañas, el proselitismo y los candidatos. Pero teniendo ya cerca el día de los comicios, en ellos ha comenzado a aflorar su verdadero fin. El fin de semana ya aceptaron —en similitud extraña con Acción Nacional, que los invitó a “vigilar” las casillas— que participarán como “garantes” del proceso electoral, que los trabajadores de la educación “cuidarán” que no ocurra ningún tipo de fraude o coacción a los votantes, e incluso también ya establecieron la disposición del voto de castigo a los candidatos del Revolucionario Institucional.

Al menos en las próximas dos semanas, es difícil que pueda variar el rumbo que ya estableció la dirigencia del magisterio. Argumentando la falta de cumplimiento a sus demandas, pero cumpliendo con su calendario político y participación en el proceso electoral, dejarán que ocurra la jornada electoral, y verán los primeros visos del resultado de la votación. En función de ello, tomarán sus siguientes decisiones. Y ante la posibilidad de una victoria apretada o cuestionada de cualquiera de los candidatos, ellos se convertirán en un factor decisivo para las posibles inconformidades postelectorales. Todo, desde ahora, está muy claro.

OTRO BOTÓN

Si se supone que el magisterio continúa con sus movilizaciones por la falta de respuestas satisfactorias por parte del gobierno estatal y de la federación, ¿por qué llamar al voto de castigo sólo en contra del PRI? Todas son acciones paralelas que buscan el mismo fin político. Qué ingenuo quien crea lo contrario.

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Guerra sucia: cáncer de procesos electorales

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El pasado lunes, fuentes desconocidas hicieron llegar al programa radiofónico de la periodista Carmen Aristegui, cuatro grabaciones de conversaciones telefónicas entre el gobernador Ulises Ruiz con algunos personajes de su grupo político. Estas revelaciones, se sumaron a otras que previamente se habían realizado, con el mismo modus operandi, respecto al gobernador de Veracruz, y otros mandatarios de entidades federativas en las que se desarrollan procesos electorales.

Ante esta nueva fase de filtraciones y golpeteos derivados de las guerras entre grupos de poder, bien vale la pena preguntarnos: ¿A quién beneficia la guerra sucia en los procesos electorales? Porque lejos de ser una herramienta “dura” para revertir tendencias, esto más bien parece un cáncer que arrasa con todo lo que se cruce en el camino.

En un primer momento, estas filtraciones llevaron inmediatamente a la reedición de varias discusiones antiguas que, sin embargo, no dejan de ser actuales por el choque entre los idealismos y la realidad prevaleciente entre quienes ejercen el poder: la primera de ellas, tiene que ver con las actitudes, lenguajes y posibles cuestiones en las que se encuentran involucrados todos aquellos que aparecen en las filtraciones.

Pero junto a eso, existen otros puntos de debate no menos importantes: ¿Quién tiene la capacidad de transgredir de modo tan flagrante las leyes vigentes, y ejecutar una de las acciones que se encuentran expresamente prohibidas por la Constitución y las leyes ordinarias? ¿Esto se realiza desde el Estado? E incluso: ¿Debemos dar validez plena a contenidos que se revelan para cumplir con un fin eminentemente político-electoral, y desestimar el origen ilegal de las mismas? Son aspectos que no sólo tienen que ver con la contienda política actual, sino con las formas mismas en las que se está delineando nuestra democracia actual.

Además, aún cuando eso podría parecer lo determinante, existe más. Esto es, qué pasará con la relación institucional entre las fuerzas que hoy están chocando frontalmente, luego de que ocurran los comicios, alguien gane y alguien pierda, y todos juntos tengan que regresar a la nada sencilla labor de ejercer las diferentes funciones y modalidades del trabajo público. El asunto no es menor. El futuro inmediato del país no depende solamente de lo que ocurra el 4 de julio en las urnas, sino del modo en que puedan entenderse los diversos ámbitos de gobierno, y de cómo en esa medida puedan o no ponerse de acuerdo para generar dinamismo o, en sentido contrario, el inmovilismo que tanto daña a la nación.

En la medida que respondamos a esos cuestionamientos, podremos ver cómo no es una apreciación errada, la relativa a que la guerra sucia electoral ni beneficia ni construye, sino que más bien es un cáncer que rompe y enturbia todo lo que encuentra a su paso. Como bien lo dice el refranero: cuando la perra es brava, hasta a los de la casa muerde. Así funciona la guerra sucia con fines electorales.

FIN POLÍTICO

El argumento principal de las fuerzas políticas con el que presentaron las grabaciones, era el relativo a que su validez es incuestionable por el contenido de las mismas. Aseguraban que en esas intercepciones telefónicas, se escuchaba al gobernador Ulises Ruiz inmiscuyéndose en asuntos electorales, sosteniendo conversaciones en las que disponía de recursos oficiales –como la televisión del Estado- para beneficiar al candidato de su partido, o revelando ciertas cooptaciones relativas al órgano electoral.

Lo cierto, en todo esto, es que si nos guiáramos sólo por los argumentos opositores, en efecto, los priistas involucrados no tendrían ninguna excusa para escabullirse de las responsabilidades que se les endilgan. No obstante, si nos atenemos a un principio estrictamente legal, es evidente que más allá de lo inmoral o antiético que pudiera desprenderse de las conversaciones, ninguno de los involucrados estaba cometiendo lo que expresamente puede considerarse como un delito.

Sin embargo, es evidente que lo que se buscó es el impacto político. Para fines estrictamente jurídicos, toda prueba obtenida por métodos que transgreden la ley, carecen de toda fuerza probatoria. Es decir, que aún cuando los involucrados estuviesen cometiendo delitos, éstos no podrían acreditarse a través de las grabaciones no autorizadas de comunicaciones privadas porque éstas se encuentran expresamente prohibidas, para los servidores públicos y para los particulares, por la Constitución federal y las leyes ordinarias del país.

Ese es, seguramente, uno de los puntos álgidos de toda esta discusión. Las grabaciones obtenidas por vías ilegales, están, por ese solo hecho, completamente desacreditadas como un medio de prueba ya ante los tribunales jurisdiccionales, ya frente al juicio implacable de la opinión pública. Pero esto último, es algo que los opositores no revelan de su sedicente moral y calidad ética, y prefieren centrar todos sus argumentos en el contenido de las grabaciones.

CHOQUE DE FUERZAS

La difusión de grabaciones provocó otro irremediable choque entre el Partido Revolucionario Institucional y Acción Nacional. A los azules se les acusa de recibir apoyos y de utilizar el aparato gubernamental federal no sólo para promocionar el voto a su favor, sino también para realizar todo tipo de tareas, incluidas las ilícitas. Todo parte de que el panismo hoy tiene el control del gobierno de la República.

Pero los panistas acusan a sus pares tricolores de lo mismo, sólo que en las entidades federativas. Para ellos, los mandatarios estatales no son más que virreyes que ejercen poder a plenitud, sin contrapesos y con pocas capacidades de ser fiscalizados o frenados en la disposición de los recursos públicos a su alcance.

Lo cierto es que en ambos frentes se cometen excesos. El gobierno federal se convirtió rápidamente en el principal sospechoso de interceptar las conversaciones de los mandatarios tricolores, de realizar las grabaciones, y de utilizar los canales y recursos oficiales para hacerlas públicas.

Pero desde el gobierno federal se acusa de algo parecido a los tricolores. En el caso particular que nos ocupa, ellos manifestaron que las filtraciones pudieran tener un origen y finalidad distinta a la que hoy se sospecha. Desde el panismo, acusaron al gobierno del Estado de México, encabezado por el priista Enrique Peña Nieto, de ser el orquestador de esta campaña sucia.

En este contexto, casi al finalizar la semana el gobernador Ulises Ruiz acusó directamente al presidente Felipe Calderón de ser el responsable de estas acciones. Ayer viernes, el secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, reprochó al mandatario por sus acusaciones y deslindó al gobierno de la República de la responsabilidad por esas acciones. Lo cierto es que, al final, nadie cree fehacientemente los dichos y los deslindes de cada uno de esos y todos los personajes involucrados, y esta guerra sucia los está afectando gravemente a todos por igual.

¿’BAJAR LA CORTINA’ DEL PAÍS?

Quizá unos y otros no reparan en que el panismo detenta el poder federal, pero que el priismo tiene también en sus manos nada menos que el control del Congreso de la Unión. A nivel presupuestal, son los tricolores, y no el presidente ni sus aliados, quien tiene la última palabra en la Cámara de Diputados. Esta afrenta, irremediablemente, habrá de enturbiar y enrarecer la relación entre ambos bloques. Y el país, les guste o no, es mucho más que las guerras electorales, que los partidos políticos, que los procesos comiciales, e incluso que las personas y los intereses que están hoy puestos en juego.

El gobierno federal, y los priistas, olvidan que el país no se detiene, y que México enfrenta grandísimos retos que no pueden esperar a que los partidos y los grupos de poder se pongan de acuerdo. Existen reformas legales importantísimas, que hoy mismo se dan como canceladas no porque sean inviables, sino porque son los instrumentos de venganza entre las fuerzas políticas con representación en el Congreso.

Así, si los azules golpean a los tricolores, éstos amagan con “no dejar pasar sus leyes”. Como si la regulación y el marco legal fuera propiedad, victoria o rango de aplicación para un solo partido o grupo de poder.

Queda claro, entonces, que el país no se detiene. Pero tal parece que todos están ya “bajando la cortina” de los procesos políticos, de la interlocución legislativa, de la administración pública consensada, y de la concordia entre grupos de poder. Esta guerra sucia electoral pareciera que está cancelando el futuro y la construcción de acuerdos en nuestro país. Si las cosas siguen como hasta ahora, lo que podremos esperar de aquí al 2012, es más inmovilismo, más trabas y menos acuerdos.

Finalmente nadie más pierde que el país y los mexicanos. Las afrentas políticas, la falta de acuerdos, los incorrectos ejercicios de la “pluralidad política”, y las vendettas entre grupos, llevan poco más de una década de ejercicios duros de política que no han redundado en ningún beneficio para el país. Puede ser que el país tenga un poco más de democracia; pero de nada nos sirve que esta democracia no nos sirva para ponernos de acuerdo, para eliminar las prácticas ilegales en los procesos electorales, o para ponernos a trabajar, todos juntos, alrededor de un solo proyecto de nación.

La revelación de grabaciones conseguidas ilegalmente, sólo confirma una guerra sucia, que finalmente destruirá todo lo que toque, incluyendo a sus orquestadores. Nadie ganará más de lo que todos juntos perdamos.

Confirmado: en Oaxaca de Juárez el gobierno es una fantasía

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+ Desatenciones por doquier; autoridad, parece estar pintada

El pasado 18 de junio, sin previo aviso o solicitud de autorización al Ayuntamiento de Oaxaca de Juárez, los llamados “tianguistas” que cada viernes se establecían en una explanada al sur de la capital, decidieron regresar al Paseo Juárez, en el que hasta hace unos meses expendían sus productos semanalmente. La decisión se convirtió, de inmediato, en un importante desafío a la autoridad municipal, que amagó pero finalmente permitió, como muchas otras cosas en la capital, mucho de lo que dijeron que no iban a tolerar. Así, está claro, la capital oaxaqueña no tiene gobierno.

Para mal de los habitantes, y de la propia ciudad, desde hace más o menos de una década, Oaxaca de Juárez no ha tenido un gobierno municipal que se jacte verdaderamente de estar preocupado por las demandas y problemas de las personas y el espacio físico al que se deben. Si volteamos al pasado reciente, podremos darnos cuenta que ninguna de las administraciones municipales del inicio de la década actual, se ha centrado verdaderamente en la labor administrativa, y más bien han ocupado al Ayuntamiento citadino como caja chica, agencia de colocación para desempleados y, sobre todo, como trampolín político para aspiraciones políticas de orden superior.

Veamos si no. El gobierno del entonces panista Alberto Rodríguez González, fue un auténtico desastre, que comenzó marcado por la ineficiencia y la falta de sentido sobre las necesidades de la capital, y terminó marcado por los excesos, las pifias del Munícipe, y los frentes de guerra que entonces se abrieron, entre los grupos políticos, con el gobierno del estado. Éste fue el primero, sin embargo, de una larga lista de gobernantes que independientemente de la razón, no concluyeron el periodo para el que fueron electos.

Luego de él, vino el ahora candidato a gobernador, Gabino Cué Monteagudo. Éste, independientemente de las acciones favorables o no para la ciudad que emprendió su administración, ocupó al Ayuntamiento citadino como un escaparate para las aspiraciones que ya abrevaba de gobernar la entidad. Así, en 2004, siendo presidente Municipal, consiguió una postulación conjunta de las fuerzas de oposición, casi igual a la actual, como candidato a Gobernador, y dejó encargada la administración municipal a dos concejales (Alicia Pesqueira Olea de Esesarte, y luego María Luisa Acevedo Conde) que hicieron exactamente eso: administrar, pero no resolver —por falta de tiempo y recursos, además de la guerra política que desató la disputa por dicho cargo edilicio— los problemas más apremiantes de la capital.

En octubre 2004 el PRI recuperó la alcaldía citadina. Jesús Ángel Díaz Ortega se alzó con la victoria en los comicios municipales, arrastrado por el triunfo que dos meses antes había conseguido el entonces candidato a la gubernatura por ese partido, Ulises Ruiz Ortiz. Su gestión estuvo marcada por importantes decisiones impopulares —como la de la instalación de los parquímetros—, pero determinada por la ausencia del munícipe, y el abandono total de sus funciones, durante el conflicto magisterial y popular de 2006. La gestión la concluyó Manuel de Esesarte, quien no hizo un mejor gobierno que quien le legó el cargo.

En 2007, sin embargo, el PRI repitió su triunfo en las manos de José Antonio Hernández Fraguas. Éste, también aspirando ya desde entonces a la gubernatura del Estado, se sintió ofendido ante el cuestionamiento sobre si concluiría su gestión. Expresamente manifestó que su gobierno sería de tres años, y que se dedicaría a ser presidente Municipal, y no precandidato a otros cargos.

Hernández Fraguas mintió, y de la peor forma: ni siquiera obtuvo la candidatura a Gobernador (que hubiera sido un argumento irrefutable para justificar su separación del Ayuntamiento), y sí abandonó sin ningún pudor su labor como munícipe, para ir a realizar una gris labor como “coordinador” de la campaña priista en los Valles Centrales, y engancharse en un nuevo cargo, ahora legislativo y no del todo seguro, para los próximos tres años.

CIUDAD ABANDONADA

¿Y Oaxaca de Juárez? Para todos esos munícipes de pocos compromisos, la ciudad está “Bien, gracias”. Desafíos claros a la autoridad, como el que referimos en la primera parte de esta entrega, sólo ocurren cuando el mando gubernamental es débil o sólo aparente. Hasta ahora, el encargado del despacho de la Presidencia Municipal, Miguel Ángel Bustamante Underwood, sólo se ha encargado de cuidar el asiento que dejó vacante su amigo Hernández Fraguas. Ha tratado, como hacían los gobernantes de la vieja guardia, de sólo preocuparse por hacer discursos, inaugurar obras y cubrir la labor de apariencia en la titularidad del municipio citadino.

Pero no ha habido compromiso ni autoridad clara. Lo hecho y constatado por los ambulantes que ayer, por segundo viernes consecutivo, estaban instalados en el Parque El llano, demuestra no sólo que lo que quedó del Ayuntamiento —porque Hernández Fraguas cargó con su equipo más cercano, además de varios funcionarios que renunciaron a sus cargos, y muchos otros que hoy están dedicados de tiempo completo a labores de campaña aún ostentando cargos públicos— no tiene capacidad de gobernar y hacer valer sus determinaciones, sino sobre todo que una de las principales promesas del Munícipe con licencia no fueron más que una farsa.

¿No fue Hernández Fraguas quien dijo que no descansaría hasta poner orden en todo lo relativo al ambulantaje? Los instalados en el Paseo Juárez, cada viernes, lo son. Y está visto que los acuerdos a los que llegó o fueron muy débiles, o fueron incumplidos. Más temprano que tarde, y sin que nadie tuviera la capacidad de impedirlo, los tianguistas regresaron al sitio de donde tanto esfuerzo costó retirarlos. Hoy la ciudad es de quien tiene más fuerza, no de las leyes y la autoridad. El regreso triunfal del ambulantaje es prueba irrefutable de ello.

¿SORPRENDIDOS?

Habrá que ver también lo relativo a Chedraui. Hernández Fraguas tomó el asunto como una de sus principales banderas políticas, y también para demostrar a todos que él sí es un político sensible. Aplicó una multa millonaria y canceló permisos. ¿Y qué pasó dos años después? La sanción económica ejemplar, ya no lo es tanto. De 10 millones se redujo, como aquí lo advertimos desde hace 14 meses, una cifra cercana a un millón de pesos. Y en cualquier momento podría reiniciar la edificación de esa plaza comercial. Mucho compromiso, ¿no?

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Diódoro: critica un arcaico sistema democrático… del que él fue beneficiario

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+ Gobernadores no actúan peor: más bien, así han sido siempre

La reciente difusión de grabaciones telefónicas en las que participan gobernadores priistas, ha servido como pretexto para que todos los opositores descalifiquen no sólo a los personajes, sino también al anquilosado —y excesivamente amplio— marco institucional en el que se desenvuelven. En este momento, no sólo han tratado de sacar provecho de la posible injerencia de los Mandatarios en asuntos electorales y de evadir la discusión respecto a la legitimidad de utilizar el espionaje como herramienta política, sino que también se critican fuertemente los excesos y el poder desmedido que tienen los Ejecutivos estatales en cuestión.

Es evidente que, en ese sentido, para gozar de calidad moral y política para señalar, también se debe tener un historial libre de complicaciones. En ese sentido, una de las tantas voces que se ha alzado para criticar no sólo los excesos y la posible injerencia de los gobernadores en asuntos electorales, sino también el uso del aparato y el presupuesto gubernamental de las entidades federativas para asuntos no propios de la función pública, es la del ex gobernador de Oaxaca, Diódoro Carrasco Altamirano. Éste, independientemente de sus posiciones y convicciones político-partidistas actuales, carece de legitimidad para criticar un sistema, unas facultades, y una forma de gobierno que él mismo ejerció y de todo lo que en su momento también él fue beneficiario.

Carrasco Altamirano, como bien lo sabemos, gobernó la entidad oaxaqueña de 1992 a 1998; su paso por la gubernatura, que todavía correspondió en gran medida a los tiempos de la hegemonía total del PRI en México, estuvo marcado por la misma circunstancia de todos los políticos priistas de su tiempo: haber sido beneficiarios de un poder ilimitado durante el tiempo de su gestión, y haber utilizado no sólo los medios —políticos, económicos y de control— del partido tricolor, sino del Estado, para que éste no perdiera el poder que todos los priistas en conjunto ejercían.

Sin embargo, la otra porción de realidad del ex gobernador Carrasco, tiene que ver con su emigración del priismo. Desde que abandonó la gubernatura del Estado, en 1998, se alejó totalmente de los procesos políticos de su partido en Oaxaca. Esto, en razón de los rompimientos recurrentes que existen entre los mandatarios sucesivos, no sólo en nuestra entidad, sino en prácticamente todos los ámbitos de gobierno inclusive cuando ambos emanan del mismo partido.

Así, al transmitir la titularidad del Poder Ejecutivo del Estado a su sucesor, José Murat, Carrasco fue nombrado primero subsecretario, y después secretario de Gobernación, durante el último tramo del gobierno del presidente Ernesto Zedillo. Una vez concluidas sus funciones, en diciembre del año 2000, el ex Mandatario oaxaqueño se alejó por completo del priismo. Nunca fueron públicos los intentos por reintegrarse en alguna posición dentro del priismo. Y en 2006 hizo pública su renuncia a dicho partido, y su adhesión a Acción Nacional, que lo había postulado como candidato a diputado federal por el principio de representación proporcional.

Como es natural, a partir de entonces Carrasco se convirtió en un crítico feroz de muchas de las prácticas de las que él mismo fue parte. No es mala la crítica, cuando se señalan cuestiones que son incorrectas o inadmisibles en un sistema democrático en ciernes. Al contrario. Pero sí resulta ser poco convincente cuando al asumir posiciones, uno mismo se escandaliza de lo que también fue parte. Ese es el caso del ex Gobernador de Oaxaca que ahora nos ocupa.

OLVIDAR EL PASADO

En un artículo publicado ayer en el periódico Milenio, el ex gobernador Carrasco señalaba, a propósito de las grabaciones telefónicas recientemente difundidas, lo siguiente: “A nadie, medianamente informado, sorprende lo que prueba la difusión de las grabaciones: el papel protagónico de algunos gobernadores en el curso, la dirección, la logística, los recursos, los apoyos, las alianzas, la captura del órgano electoral, “la operación política” en suma, como se denomina a este conjunto de actos ilegales, en las campañas políticas en los estados donde tienen el poder.”

En otras partes del texto, dice lo siguiente: “No es tampoco la primera vez que este tipo de grabaciones aparece, y menos la primera que los balconeados se llaman a agravio, tratando de desviar la atención del hecho principal: que se les cogió con las manos en la masa, comportándose como sultanes (Leo Zuckerman) cuyo poder ilimitado decide sobre ‘vidas y haciendas’.

“El comportamiento de estos gobernadores es efectivamente un viaje por el túnel del tiempo, como dice Agustín Basave, una vuelta a un pasado lejano donde nada ni nadie se oponía al dictado de los gobernantes, y donde éstos controlaban, sin contrapesos, poderes e instituciones.

“Este tipo de conductas, uno de los efectos nocivos derivados de la tropezada alternancia en el Ejecutivo federal, amenaza con nulificar el esfuerzo histórico de las luchas y movimientos democráticos por construir instituciones electorales autónomas, imparciales, garantes en efecto de condiciones legales y prácticas equitativas para todos los partidos y candidatos contendientes.

“Las grabaciones difundidas han transparentado lo que ya se sabía, el uso faccioso del poder y muy particularmente de los recursos del poder, para garantizar la perpetuación de los grupos gobernantes. De ahí la reciente discusión sobre la necesidad e importancia de las alianzas opositoras a este PRI: se trata de sacar a las mafias del poder, para que el pueblo y los ciudadanos tengan oportunidad de decidir, en condiciones libres y democráticas, qué es lo que realmente quieren.”

RECORDAR EL PASADO

El cambio de partido, no significa “borrón y cuenta nueva” respecto al pasado. Quienes recuerdan la operación política de Carrasco cuando era gobernador, en lo administrativo y en lo electoral, saben que él fue parte de lo mismo que hoy critica. El problema, en realidad, no radica en que el ejercicio de los Gobernadores se haya deteriorado: más bien, no evolucionó ni se perfeccionaron los frenos y los contrapesos. Pero ahora, como antes, en las entidades federativas se ejerce el poder a plenitud. Igual que como él, en su momento, lo hizo. Y así, no hay mucha calidad moral para señalarlo.

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