+ Descentralizar atención educativa es un paso; elevar su calidad, esencial
Es muy sintomático, políticamente hablando, que hoy el gobierno federal promueva que toda la atención de la opinión pública, y de la clase política del país, esté puesta en el secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño Mayer. La intención es evidente: ante la carencia de liderazgos sustantivos, el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto busca hacer crecer a un tercer elemento rumbo a la sucesión presidencial de 2018. Ese tercer elemento es Nuño. Sólo que, desde ahora, es importante comenzar a vislumbrar qué circunstancia podría abrirle las puertas presidenciales al Secretario de Educación.
En efecto, a pesar de que la reforma educativa fue la primera que se concretó en el gobierno del presidente Peña Nieto, y que es la que más se ha puesto en entredicho por los titubeos federales en su implementación, es claro que prácticamente desde que tomó posesión de su actual cargo, Nuño Mayer ha concentrado toda la atención de los medios informativos, de los estímulos del gobierno federal sobre su agenda política, y de buena parte de los actores políticos en el ámbito federal, en las entidades federativas y en el sector educativo. Básicamente, Nuño apareció como el hombre que lograría aterrizar la reforma educativa. Y han intentado explotar esa percepción, fabricada desde el propio gobierno federal.
Desde hace tiempo, a Nuño se le presentó como el verdadero orquestador de la reforma educativa. Cuando Emilio Chuayffet era el Titular de la SEP, Nuño parecía ser su contrapunto dentro del gobierno federal, a tal grado que Chuayffet siempre pareció un actor secundario en el manejo político del tema educativo. Ello, sin embargo, nunca significó que el conflicto con la CNTE fuera mejor, o más ordenado, porque en realidad quien lo tenía en las manos era Nuño, o porque en ello se le había marginado a Chuayffet como el portavoz y el negociador político del gobierno de la República ante quienes se resistían a la reforma.
Hace algunas semanas vino el cambio formal del Titular de la SEP, y Nuño se centró en la implementación de la reforma educativa, que tuvo un impulso claro luego de la expropiación que el gobierno federal y el de Oaxaca hicieran del IEEPO a la Sección 22 del SNTE. Ese, que fue más un golpe moral que operativo, tuvo la intención política de demostrar a la sociedad mexicana que el gobierno federal estaba dispuesto a no perder su condición de autoridad, luego de hechos tan bochornosos como la fuga de Joaquín el Chapo Guzmán, o las revelaciones sobre la gangrenosa corrupción existente en los cuerpos de seguridad federales.
Así, al requisar el IEEPO a la CNTE, la federación jaló la atención nacional y con toda intención reubicó al tema educativo como uno de los centrales de su agenda política, presentándolo incluso como un tema sustancial no de su interés, sino de la agenda de todos los mexicanos.
A Nuño, a la par, lo puso como un actor central de este manejo político. Y la finalidad que ha perseguido es que el Titular de la SEP esté presente en todos espacios de discusión y atención relacionados con este conflicto, y prácticamente no ha habido semana, desde que tomó posesión de la SEP, que el asunto de la reforma educativa no tenga una medida o paso que anunciar, o el establecimiento de una posición frente a las reacciones de la CNTE, que involuntariamente ha contribuido a posicionar a Aurelio Nuño como un personaje central de la vida nacional.
Sin embargo, vale la pena distinguir que toda esta “vida” que ha recibido Aurelio Nuño como actor de la vida política nacional, ha sido artificial. Intencionalmente, se le ha presentado como un personaje fuerte, que es capaz de encarar el reto de enfrentarse a la beligerante CNTE, y de —según— transformar la realidad educativa del país.
Ante esta intención, vale la pena preguntarnos qué debería hacer Nuño, en el mejor de los casos, para ganarse un lugar en la carrera presidencial, a partir de replantear la situación de la educación pública en México.
ACCIONES DE PAPEL
Cuando ha habido voluntad y certidumbre en un modelo educativo recién establecido, las naciones se han puesto la misión de, por ejemplo, incrementar en un periodo de gobierno igual número de años promedio de instrucción en toda su población. En México, los años promedio de educación siguen siendo los mismos desde hace mucho tiempo, y siguen siendo pocos.
Esa es una de las razones que justifican la reforma educativa. Pero la incógnita es si en realidad el gobierno federal confía tanto en su nuevo modelo, y en su nuevo operador (Nuño) como para proponerse una demostración fehaciente y sustantiva de transformar la realidad educativa del país. Y sobre todo, tendríamos —sociedad y gobierno— que entender que esa sería una buena demostración de eficacia que podría abrirle la puerta de la competencia presidencial a un espontáneo, como parece serlo Aurelio Nuño.
El Titular de la SEP no es un político de carrera, ni está antecedido por una carrera como gobernante o como representante popular. En otras palabras: éste es su primer cargo público relevante en una administración federal, y no ha ocupado ninguna responsabilidad ni como Gobernador de una entidad federativa, o como diputado federal o senador. Por esa razón, nos atrevemos a denominarlo como un “espontáneo” no por voluntad propia sino del gobierno federal. Y frente a esa circunstancia, lo único que le quedaría por demostrar es una enorme capacidad operativa como para fijarse una meta que verdaderamente reflejara una transformación en el rubro que le encargó Peña Nieto.
El problema es que no es así. Nuño en realidad está perdido en tareas de corto plazo, como la implementación de planes de estudio o programas de evaluación, o por hacer inversión de infraestructura en las escuelas del país. Esos son logros importantes, pero no transformadores. Y si lo que quiere es crecer, entonces tendría que demostrar más que su supuesta capacidad de gestión y aplicación de los 50 mil millones que dice que invertirá la SEP para mejorar las escuelas.
SOCIEDAD, ATENTA
Nosotros como sociedad también debemos estar atentos a eso, y no dejarnos engañar. Nuño podría ser presidenciable si eleva los índices de calidad de la educación. No hacerlo, y quedarse en la planeación para “sentar las bases” podría hacerlo prácticamente cualquiera. Esa es la pequeña gran diferencia que todos debemos distinguir.