A partir de hoy, serán las estructuras electorales, y no las encuestas, lo que defina el rumbo del país

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Llegamos al tramo final de la carrera por la Presidencia de la República, y a partir de ahora habrá que comenzar a pensar en qué tan real es todo lo que hemos visto sobre las encuestas y las preferencias electorales. La semana previa, el propio candidato presidencial de Morena, Andrés Manuel López Obrador lanzó un llamado —con cierta desesperación— para ejercer el voto útil a favor de los candidatos de su partido. También se reforzó la percepción —común en los tiempos actuales— de que en realidad el termómetro de las preferencias electorales podría no ser tan preciso. De entre todo eso, vale la pena entender que en México son las estructuras electorales, y no las encuestas, lo que define el rumbo de las elecciones. Esta podría no ser la excepción.

En efecto, conforme nos acercamos a la fecha de la jornada electoral vale la pena repasar algunas de las coordenadas que seguramente serán fundamentales para comprender el resultado de la elección presidencial. Es cierto que López Obrador parece tener una ventaja importante en las preferencias ciudadanas. Sin embargo, también lo es que en México esa no es la única variable que determina el triunfo o la derrota de un candidato en una elección abierta. Aquí también juegan las estructuras y las alianzas. Y por esa razón vale la pena considerar algunas cuestiones que hasta el momento parecen no estar consideradas entre quienes ya dan por hecho un resultado electoral en la jornada del 1 de julio.

Repasemos primero el caso panista, para luego ir a las variables que jugarían a favor del PRI. Aunque para muchos pareció sorpresiva la “adhesión” del Gobernador de Michoacán (PRD) Silvano Aureoles a José Antonio Meade, lo cierto es que esto era algo anunciado dada la forma en que el PAN y el PRD procesaron la candidatura presidencial de Ricardo Anaya.

En esa lógica, vale la pena releer algunos apuntes hechos en este espacio. En octubre de 2017, cuando aún era brumosa la posibilidad de una alianza PAN-PRD, pero ya era visible la intención de Anaya de hacerse de la candidatura presidencial a cualquier costo, aquí apuntamos: “Margarita Zavala se fue sola, y dejó al PAN en manos de un Ricardo Anaya que ha demostrado ser un político sin honor, sin palabra y sin capacidad de interactuar con quienes no están de acuerdo con él ni se pliegan inopinadamente a su voluntad. A partir de eso, es cierto que Margarita tendrá que comenzar desde cero la construcción de su propia plataforma política y su estructura electoral, y que eso no le resultará nada fácil. Mientras, Anaya seguirá controlando al Partido (que desde hace años tiene una militancia elitista, que tiene varios lustros sin crecer ni renovarse) y quizá pueda conseguir su codiciada candidatura presidencial. El quiebre vendrá cuando se acerque el momento de la jornada electoral. ¿Por qué?

“Porque si el PRI impulsa a José Antonio Meade como candidato presidencial, éste tendrá como misión natural fungir como una bisagra entre el priismo y el panismo que gobernó en los años previos —con él en los gabinetes legales y ampliados, en los tres sexenios—, y como un factor de estabilidad para el sistema político, del cual son actores centrales los gobernadores de todos los partidos. Ahí es donde Anaya se enfrentará a los demonios que está creando: sin embargo, ya para entonces será muy complicado que logre hacer permear —él, o quien sea su candidato presidencial— una imagen de certeza, inclusión y cumplimiento de compromisos —aspectos que sí garantiza Meade— en medio de la historia a partir de la cual se habría de la candidatura presidencial a través de actos de segregación, de exclusión y de porrismo al interior de su partido.

“Por eso, será ahora el panismo quien se enfrente al dilema del voto útil: votar a favor de Meade que representa un punto de equilibrio entre las dos fuerzas, y ofrece certeza en el cumplimiento de los compromisos, y no de un liderazgo anodino y totalitario como el que hasta ahora ha representado Ricardo Anaya. Ese será el verdadero punto de rompimiento de las estructuras panistas, y muy probablemente esa sea la ruta a partir de la cual se desmorone la ‘estructura electoral’ que ahora mismo dice Ricardo Anaya que no se fue con Margarita Zavala.” (Al Margen 10.10.2017).

EL CASO PRIISTA

En otro momento, el 9 de enero, hablamos sobre la urgencia de Meade de generar consensos entre los gobernadores, y es exactamente lo que está haciendo. En aquel entonces dijimos: “¿hoy valdrán más las supuestas lealtades a muerte de algunos gobernadores y figuras políticas de primer con Osorio Chong, que la necesidad de generar consensos con José Antonio Meade? ¿Deberían ser los Gobernadores los impulsores de esos acuerdos, o tendría que ser el propio candidato presidencial quien los busque y construya?

“Parece claro que hoy la actitud proactiva de búsqueda y construcción de consensos con esos factores reales de poder, debería estar más en el candidato presidencial que en los gobernadores. Finalmente, los primeros ya tienen su cargo y el segundo no. Y es evidente que los acuerdos deberían apuntar a construir futuro juntos, antes que nutrirse de imposibles —como que Osorio pudiera ser un candidato sustituto— o de lealtades inamovibles, que bien sabemos que en la política mexicana hace mucho que no existen.

“Por esa razón, el destino de la carrera presidencial en el PRI no puede explicarse a partir de las apuestas y de las lealtades, sino de los consensos y las conveniencias mutuas. Meade es el candidato presidencial y es él quien debe buscar generar las sinergias que le permitan mantener la suma inicial de los gobernadores priistas, y éstos deben encontrar en su candidato presidencial la mejor opción —y el eco suficiente a sus propios proyectos políticos—, antes que preferir la negociación con el adversario. Ahí se construirá la candidatura real, y el triunfo priista. Las demás, son cavilaciones que no alcanzan una explicación de fondo para todo lo que veremos en los meses siguientes.”

Todo esto cobrará sentido dentro de pocos días. Ahora mismo, comienza a verse como una posibilidad real el no-triunfo —la derrota, pues— de Andrés Manuel López Obrador a partir de que los consensos reales para la definición presidencial, pasa por diversos sectores más allá de la población. Los Gobernadores y sus intereses, por un lado, y las estructuras electorales que puedan generar los partidos —rubro en el que el PRI ha dado reiteradas muestras de eficacia—, por otro, son parte de esa larga explicación que podría tener un triunfo imprevisto de un candidato distinto, al que hasta ahora han perfilado todas las encuestas.

¿SORPRESAS?

Deberíamos estar también preparado para ellas. El mundo ha demostrado que las sorpresas ocurren, y que en ello se explican triunfos inesperados como el del Brexit, Donald Trump y varios más, que ocurrieron a pesar de que las encuestas preveían lo contrario. México puede ser otro escenario similar. Puede ser.

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