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En las últimas semanas, el senador con licencia y candidato del PT a la gubernatura del Estado, Benjamín Robles Montoya, se ha dedicado a propalar no su propuesta de trabajo o la plataforma política que —según— lo respalda. Su intención, más bien, ha sido la de establecer una especie de campaña de odio en contra de sus adversarios políticos que, en el fondo, no es sino la continuación de la ruta que delineó desde hace meses de deslindarse y señalar al gobierno de Gabino Cué, como estrategia de campaña y de identificación con los electores. ¿Es esta la forma de hacer campaña que necesita Oaxaca?
En efecto, desde agosto del año pasado, Robles Montoya sorprendió cuando inusitadamente anunció que presentaría denuncias ante la Procuraduría General de la República en contra de Jorge Castillo, a quien dijo que acusaría de tráfico de influencias. Robles dijo en aquel momento tener las pruebas necesarias de los actos de corrupción como el desvío de recursos del programa de cocinas comunitarias, la compra de propiedades en Estados Unidos y las acusaciones de empresarios mexicanos sobre las “mordidas” que exigiría Castillo Díaz para poder trabajar en Oaxaca. ¿Qué buscaba en realidad?
Robles, evidentemente, no buscaba un acto de justicia en sí mismo, sino más bien establecer una ruta de campaña en la que, según sus cálculos, pudiera no sólo alimentar sus activos políticos denunciando la corrupción y dándose nuevos baños de pureza respecto al ejercicio público, sino que también buscaba con esa primera acción “captar” —según su estrategia— a todas las personas que estaban cansadas de la corrupción en el sector público, y que por tanto se sentirían identificadas con alguien “valiente” y dispuesto a denunciar los actos y a las personas que incurrían en esas prácticas.
Dicha estrategia, funcionó en la medida en que Robles pudo captar la atención de los medios y de algunos sectores de la sociedad con dichas denuncias. Lo que nunca aceptó, es que esas denuncias tendrían un irremediable efecto bumerang que nunca quiso y pudo atender: el de todos aquellos que, aún denunciando la corrupción, lo ubicaron como un traidor al régimen que lo había encumbrado como Senador de la República. Ese fue un daño colateral que Robles no quiso enfrentar, y más bien decidió seguir adelante en su idea de deslindarse del grupo político al que él mismo perteneció pero que ya veía que no le abriría la puerta de la candidatura a Gobernador.
Así, lo que pasó es lo que hemos visto en los meses recientes: Robles marcó una primera ruta en la construcción de una candidatura independiente a través de su red de organizaciones sociales “Unir Oaxaca”; luego fue convencido de participar en el proceso interno del Partido de la Revolución Democrática, en el que finalmente fue vencido por un Consejo Estatal incondicional del grupo gobernante; y finalmente anunció su candidatura a Gobernador con la escisión del Partido del Trabajo, y su postulación a través de esa y otras fuerzas políticas. Habríamos pensado que con eso se habría dado por satisfecho. Pero no.
Hace unos días, Robles nuevamente arremetió contra el perredismo y el grupo que lo respalda, con una rudeza pocas veces vista en una campaña proselitista. Al responder un video fabricado por sus adversarios, y dado a conocer en redes sociales, en el que se le hacen varias acusaciones —todas, naturales dentro de un proceso electoral— éste respondió amenazando directamente al Gobernador. Lo llamó, por ejemplo, a “no estar tranquilo”, a que “cuente las horas” y, en esencia, a un abierto ajuste de cuentas como si esto fuera un asunto personal, y no política.
¿EL ODIO COMO ESTRATEGIA?
A estas alturas, ya existe una preocupación genuina por corroborar si de verdad esta forma de Robles Montoya de hacer política, es una forma establecida en una estrategia con un derrotero definido, o si es el reflejo de una serie de conductas personales que se intentan imponer a un proyecto de trabajo. En cualquiera de los dos casos, parece que la única “salvedad posible” —y eso, en términos por demás relativos— podría estar en que todo esto fuera parte de una “estrategia política”, aunque finalmente salta a la vista la peligrosidad de jugar con el rencor como estrategia de campaña.
Pues en el fondo, lo que cada vez queda más claro es que, primero, Robles Montoya hoy en día busca ganar terreno no a través de la victimización frente a sus adversarios del PRD, sino ante el enfrentamiento abierto por el resultado del proceso interno perredista y la ruptura de la coalición PAN-PRD-PT; y segundo, que esa estrategia lo está poniendo en la peligrosa situación ya de no poder establecer otra ruta de discurso y de campaña, que no sea la de la revancha en contra de quienes —en su lógica— lo despojaron de una candidatura que le pertenecía.
Frente a todo eso, tendrá que enfrentarse con una variable que quién sabe qué tan medida tenga en realidad, más allá de las percepciones: cuántos oaxaqueños, en cada una de las regiones del estado, se encuentra verdaderamente inconforme y harta de los actos de corrupción que él se ha encargado de denunciar.
Es evidente que en las zonas urbanas —como cada seis años— el gobierno saliente enfrenta un proceso de agotamiento casi natural, y que hoy en día a todos los gobiernos se les acusa de corrupción como estrategia política, hayan o no incurrido en ella; pero sobre lo que no hay certeza es qué tanto el votante natural sabía y estaba consciente de los actos de corrupción que Robles Montoya ha denunciado, o si este ha sido un discurso en el que él mismo es quien les ha llevado la “noticia” de algo que en las comunidades rurales no conocían o percibían en la magnitud que denuncia Robles.
CLAROSCUROS
En el fondo, hay otras certezas que no ayudan a Robles. En el imaginario colectivo, la idea que ronda es que la división de las fuerzas de izquierda va a terminar por anularlas; que al impregnarse demasiado de sus propias venganzas, Robles quedará irremediablemente contaminado por ellas; y finalmente tampoco le ayuda la acusación mutua con José Antonio Estefan Garfias, de que cualquiera de los dos, o ambos, fungen como arietes del PRI en esta campaña proselitista. Así, no puede haber triunfo cuando la apuesta es por el encono y la derrota.