Voto nulo: encrucijada para la democracia

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+ Ciudadanía: ¿quiénes son sus adversarios?

 

El convencimiento sobre el voto nulo en muchos ciudadanos, representa una de las principales encrucijadas de nuestra democracia. Aunque todos llaman al voto razonado —partidos, candidatos, grupos políticos, el gobierno y hasta las instituciones garantes de la justicia y los procesos electorales—, hay muchos que se dicen convencidos de que ninguna de las opciones partidistas representa sus aspiraciones e ideología personales, y por esa razón asumen con una convicción el hecho de que sí acudirán a las urnas, pero que esto será para anular su voto. ¿De verdad el voto nulo es lo que parece?

La pregunta no es ociosa. De hecho, el convencimiento sobre el voto nulo ya no es sólo una decisión ciudadana de rebeldía y rechazo a las pobres opciones políticas existentes, sino que hoy se ha convertido también —no en todos los casos— en una especie de postura políticamente correcta de quien no quiere asumir la parte de responsabilidad que le corresponde, o de quien simplemente pretende imitar a aquel que razonadamente sí decidió que ninguna de las opciones existentes concuerda con sus aspiraciones, y que por esa razón no tiene más opción que la del voto nulo.

La primera de las posturas es respetable desde todos los ángulos. Hay miles de personas que, teniendo información y claridad sobre sus aspiraciones e ideas políticas, llegan a la conclusión de que ninguna de las opciones electorales (partidos y candidatos) cumple con las condiciones mínimas para que éste le otorgue su voto, y por consecuencia asume que el voto nulo es un derecho político implícito que ejerce, aunque esto signifique que su sufragio termine en un limbo jurídico y político, que si bien tiene cierto tufo a inconformidad, en realidad se pierde en la indeterminación y en la inseguridad de lo que se queda como simplemente inexistente.

Junto a ese grupo se quedan los imitadores. Éstos, lejos de la convicción o de cierto razonamiento, únicamente se deciden al voto nulo como una forma de adherirse a una imitación que busca colocarse en el ámbito de lo políticamente correcto, pero sin realmente estar convencido o sin verdaderamente haber llegado a conclusiones propias y coherentes sobre lo que deben hacer aquellos que dicen no estar convencidos con ninguna opción política, aunque en realidad no hayan revisado ni analizado los programas de gobierno propuestos, los discursos de los candidatos, sus antecedentes y, sobre todo, la diferencia entre lo que dice ser, y lo que es, cada uno de los candidatos propuestos por los partidos políticos.

No obstante todo lo anterior, el fondo de todo es el mismo: que hay una porción de población que llega a las urnas sin una definición política clara, y que esa indefinición se traduce en la anulación del voto. Aunque ciertamente eso expresa inconformidad, y es una forma permitida para manifestar el sentir político de un ciudadano, lo cierto es que jurídica, política y hasta moralmente el voto nulo no tiene ningún camino. Ciertamente aparece como una franja más en la agrupación de los resultados electorales. Pero al final, eso no alcanza a conminar a nadie (partidos, candidatos, gobiernos, facciones políticas y demás) a modificar las prácticas políticas que llevan a cabo, a abrir más la participación política a todos los ciudadanos, o cuando menos a modificar la forma en que se presentan ante la sociedad, en que defienden —o dicen defender— una ideología, o en que demuestran congruencia entre lo que dicen y lo que hacen.

 

VOTO NULO:

CULPA DE TODOS

Es cierto que, en alguna medida, una propagación no razonada del voto nulo produce efectos negativos en la democracia. Pero también lo es que los partidos y sus candidatos, han hecho poco para generar una nueva imagen y relación de credibilidad con los votantes más preparados. Al final, parece claro que a los partidos no les conviene que continúe habiendo voto nulo, pero sólo en la misma medida que tampoco les conviene soltar o flexibilizar el monopolio del acceso al poder al que tienen sometido al sistema político, al poder público y a los ciudadanos.

Los partidos y sus candidatos son en buena medida responsables de esa falta de apego y credibilidad entre los ciudadanos. Aunque todos dicen defender ideologías y plataformas políticas claras y definidas, lo cierto es que éstas sólo se encuentran asentadas en los documentos partidarios de las fuerzas políticas que los postulan. En ninguno de los casos existe congruencia entre los discursos y las posturas reales que asumen los abanderados, con lo que está asentado en los documentos básicos de los partidos que los postulan, o en los temas en los que verdaderamente debieran generar diferencias para marcar su ideología política de derecha, centro o izquierda, y deliberadamente no lo hacen.

Esto es claro. Enrique Peña Nieto, por ejemplo, nunca tuvo claridad para demostrar que sabe lo que contiene la plataforma política de su partido, y para hacerla el eje fundamental de su campaña y de sus propuestas. Igualmente, Josefina Vázquez Mota únicamente exaltó —y explotó— el recurso de ser la única candidata presidencial mujer, y de ser la primera con posibilidades de verdaderamente acceder a la Presidencia de México, pero nunca habló de los temas fundamentales para el país; tampoco marcó diferencias y distancias con el gobierno actual. E incluso en muchos momentos se alineó a favor del gobierno en temas en los que la sociedad hubiera esperado que abordara con claridad, y propusiera soluciones prontas y efectivas.

Incluso, López Obrador tampoco tuvo interés en manifestarse como un verdadero representante de la izquierda. Más bien, asumió nuevamente el demagógico y maniqueo  discurso esperanzador, pero sin verdaderamente establecer posturas claras sobre un catálogo de temas fundamentales que debiera analizar y llevar por delante todo abanderado de la izquierda, pero que en su caso pudieron esperar para otro momento.

 

INCREDULIDAD

El voto nulo es inocuo. Sin embargo, su ejercicio debe provenir de un razonamiento personal y honesto, y no como un mero acto de imitación. Algunos ya se han manifestado públicamente a través de expresiones como el Movimiento #YoSoy132, que también busca cambiar la forma de hacer política. Pero otros, silenciosamente buscarán cambios a través de otras formas menos estruendosas. Ojalá que el voto nulo sea razonado y no sea un mero abono al limbo político en el que irremediablemente quedan depositados esos sufragios.

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