+ En Oaxaca, logros se achican y mezquindades se expanden
Ayer inició formalmente el periodo de campañas para la elección federal intermedia, y en escenarios como el oaxaqueño nos seguimos preguntando cómo y bajo qué premisas los partidos van a hacer proselitismo. Al margen de los nombres de los abanderados, y de las componendas entre los grupos al interior de los partidos para repartir las candidaturas, lo que puede verse es una gran incógnita sobre de qué logros hablarán, y de qué promesas se valdrán, para tratar de capturar el voto de una ciudadanía ya no sólo desencantada, sino que además es hoy particularmente receptiva a las incapacidades institucionales y a los magros logros alcanzados en los últimos años.
En efecto, como la maquinaria electoral no se detiene, llegamos de nuevo al momento de las campañas. Sólo que en esta ocasión, a diferencia de otros procesos electorales, la ciudadanía parece tener ya mucha claridad de varias cuestiones que son esenciales. Una de ellas, es que la pluralidad de partidos en los distintos ámbitos de gobierno, ha sido un fracaso; otra, que las campañas basadas en jingles y slogans ya dejaron de ser suficientes para captar el voto; una más, que en los últimos años los problemas públicos (esos que son de todos) llevan una inercia imparable hacia el agravamiento; e incluso, que ningún partido o candidato ha sido capaz de transformar positivamente el estado de cosas en la entidad.
Más bien, el escenario es el siguiente en Oaxaca: cada partido político definió en qué distritos puede ser competitivo electoralmente hablando, y entonces cada uno de ellos se dedicó a tratar de construir alianzas cupulares a su interior para el otorgamiento de la candidatura. Este proceso se dio, en todos los partidos, únicamente entre sus jerarcas (ex gobernadores, líderes morales, jefes de tribu, etcétera) y fueron éstos quienes definieron el destino de las candidaturas.
En los demás distritos electorales pusieron candidatos de relleno, únicamente para cubrir los requisitos de participación en la contienda electoral. Incluso, en el caso del Partido Nueva Alianza, nuevamente utilizó la vieja estrategia de utilizar a personajes mediáticamente reconocidos no para tratar de ganar la elección, sino únicamente para asegurar el porcentaje de votos que necesitan para conservar el registro. Y el común denominador en todo esto, es que ninguno de los partidos pudo o quiso atender el imperativo ciudadano de tener candidatos con capacidad de generar consensos con la ciudadanía.
Repasemos el escenario local y, poniendo algunos ejemplos, vayamos a corroborar lo antes dicho. Pues acaso un distrito emblemático es el de Tehuantepec, en donde dentro del Partido de la Revolución Democrática hubo toda una trifulca por la definición de la candidatura, entre José Antonio Estefan Garfias y Félix Serrano Toledo.
Ninguno de los dos garantizaba tener un verdadero respaldo ciudadano: el primero de ellos era un candidato directamente impulsado desde el gobierno estatal, y el segundo es dirigente de una de las tribus dominantes del perredismo en la región. La disputa, entre ellos, era especialmente cupular, pues ninguno de los dos representaba genuinamente un interés ciudadano por la candidatura, sino una medición abierta de fuerzas entre grupos para ver quién se quedaba con la candidatura.
¿Dónde estuvo la ciudadanía en este proceso? Ignorada, totalmente, en la misma medida de que Estefan y Serrano son ajenos a cualquier contribución a los problemas reales de la región. Lo peor es que mientras esa disputa ocurría en el PRD, en el PRI las cosas no fueron muy distintas: a Sofía Castro (la abanderada del tricolor en ese distrito) también la puso una decisión cupular, bajo el impulso y auspicio de un ex Gobernador, para favorecer específicamente a un grupo político en detrimento de otro, y en el que la ciudadanía ni participó, ni fue escuchada, ni fue considerada, ni nada.
Así, tratar de imprimir contenido a una campaña que fue sólo definida entre cúpulas es doblemente complicado, primero porque esos candidatos son abanderados de cúpulas e intereses, y no de aspiraciones realmente ciudadanas; y segundo, porque ellos apuestan a la división de sus adversarios, al voto duro, a las maquinaciones y a la ingeniería electoral, pero no a verdaderamente ganar algo de credibilidad frente a la ciudadanía.
OTROS EJEMPLOS
En el Distrito de Oaxaca Centro ocurrió algo parecido. En el PRI, Beatriz Rodríguez Casasnovas fue también puesta como candidata, como pieza del grupo político al que pertenece. De nuevo, dentro del PRI hubo una medición de fuerzas entre grupos, en la que no importó otro factor que no fuera quién de ellos tenía la capacidad de imponerse frente a los otros. Por eso, de esa lucha cupular resultó candidata Rodríguez a pesar de contar con un historial político lleno de claroscuros y de pertenecer a uno de los grupos políticos más repudiados dentro y fuera del PRI en Oaxaca.
Y resulta que en las fuerzas políticas contrarias ocurrió algo similar que en Tehuantepec. En el PRD hubo todo tipo de disputas entre las tribus por tratar de ver quién lograba poner a su candidato. Finalmente determinaron colocar a otro personaje al que poco o nada le interesa generar consenso ciudadano.
Pues resulta que ni Rodríguez, ni Martínez Neri tienen en su respectivo haber alguna contribución para la construcción de un mejor escenario en Oaxaca. El caos, el atraso, y la ingobernabilidad han ocurrido igual con ellos, que a pesar de ellos. Y ninguno —amén de los demás candidatos— puede hablar de una contribución a la solución de uno solo de los problemas de la entidad, que hoy los rebasan a todos como políticos y como integrantes de una fuerza política. Pero eso, parece, no importa.
EL CIUDADANO, OLVIDADO
Cualquiera pudiera decir que en los partidos las cosas siempre se han definido así, y que por ende es ingenuo suponer que en esta elección las definiciones hubieran sido distintas. Quizá pareciera que quienes lo afirman, tienen razón. Pero entonces preguntémonos: ¿han sido en vano las airadas protestas por los desaparecidos, los señalamientos de promoción a la impunidad y encubrimiento de los partidos, las revelaciones de corrupción entre funcionarios federales? ¿Todo eso ha sido en vano? Se supone que todo eso debiera servir para la construcción de una mejor democracia (ubicando al ciudadano en el centro de esta discusión), y no sólo para el morbo (a lo que parece que quieren reducir todo los partidos frente a los ciudadanos).