+ Ver la paja en el ojo ajeno, es un “remedio” que ya no tiene futuro
Los partidos políticos enfrentan un reto que no sólo no disminuirá con el tiempo, sino que irá en aumento: su falta de identidad con los ciudadanos es, y será, directamente proporcional al florecimiento de las candidaturas independientes. Este es un escenario previsible a partir del descrédito y de la falta de arraigo entre partidos y ciudadanos, y por eso también toma lógica el temor que tiene el sistema de partidos de abrir las vías electorales a los ciudadanos sin partido que desean competir por ocupar espacios de representación popular.
En efecto, hoy es fácilmente perceptible el hecho de que en el ámbito político vivimos en dos mundos distintos. Uno es el de los partidos y sus candidatos, que pretenden seguir engañándose con el garlito de que la ciudadanía está “prendida” con las campañas, y que el proselitismo a base de jingles, eslóganes y promesas demagógicas es lo que la gente está esperando. El otro, es el de la ciudadanía que está, por un lado, harta de los problemas públicos que no tienen solución; y por el otro, desencantada y ajena totalmente a la propaganda de los partidos, porque sabe que todo eso es palabrería que, en realidad, no tiene nada de sustancia ni de fondo.
¿Cómo resolver esa brecha? Los partidos no tienen intención alguna de hacerlo. Más bien, resulta que hasta hoy, las fuerzas políticas han asumido y reiterado el hecho de que la democracia son ellos, y que por ende no importa el grado de legitimidad e identidad que se tenga con el ciudadano, siempre que se gane la elección. Es decir, que a los partidos ya no es importa el cómo, y únicamente están decididos a mantener el qué que, hasta ahora, se encuentra a su favor. Ese “qué” bien puede traducirse en las curules y escaños que ganan en cada elección legislativa, y en los cargos que obtienen cuando se trata de alcaldías, gubernaturas y la Presidencia.
El cómo no es importa. Y no les importa primero porque el sistema electoral mexicano no evolucionado para eliminar el triunfo de las minorías. Es decir, hoy en el sistema político no importa que un candidato triunfe y aplaste a toda la oposición, en unos comicios en los que no participó ni la mitad del electorado.
Si consideramos ese hecho, veremos entonces que gana quien obtiene una mayoría relativa, pero que esa mayoría proviene de una clara minoría, porque la mitad o más de los electores decidieron no acudir a votar. Entonces su representación y legitimidad real está disminuidísima. Pero aún así ellos se convierten en los representantes de todos los electores, independientemente de que su triunfo sea reflejo de una minoría, y no de una mayoría.
Este es un problema grave, que sin embargo no le interesa a los partidos y sus candidatos. No les interesa porque ellos están sólo preocupados por ganar. Para lograrlo, se valen lo mismo de intentar convencer a la ciudadanía (que para ellos es lo más difícil, y por ende en lo que menos se preocupan porque en este sistema mexicano ganar no depende de convencer), pero sobre todo de tratar de obtener votos a través de los métodos que para ellos son “efectivos” y “tradicionales”. Esto es, a través de la coacción, del condicionamiento y de la compra del voto… con toda la ilegitimidad y cuestionamientos morales que ello conlleva, pero que tampoco les importa.
En el fondo, ese descrédito es el que provoca más problemas de los que resuelve en el sistema de partidos. ¿Por qué? Porque además del descrédito natural que hoy tienen los partidos por haberse alejado de la ciudadanía para cuidar sus respectivas parcelas en los espacios públicos, hoy también enfrentan el cuestionamiento de fondo de que ni siquiera tienen posibilidad de ganar con legitimidad. En esa brecha es donde aparecen las candidaturas ciudadanas, a las que han intentado cercar, aunque finalmente terminarán derrotados.
CANDIDATURAS CUESTA ARRIBA
Por ejemplo, en el caso de las candidaturas ciudadanas, dice la ley electoral que a partir del día siguiente de la fecha en que obtengan la calidad de aspirantes, éstos podrán realizar actos tendentes a recabar el porcentaje de apoyo ciudadano requerido por medios diversos a la radio y la televisión, siempre que los mismos no constituyan actos anticipados de campaña.
La pequeña gran diferencia con todos los demás candidatos, postulados por partidos políticos, se encuentra en el hecho de que los abanderados de las fuerzas políticas sí tienen acceso a proselitismo en medios de comunicación, y no tienen que convencer previamente a nadie que no sea la jerarquía de sus propios partidos.
Ese margen de discrecionalidad es el que permite que dentro de los partidos, los candidatos sean los preferidos de las cúpulas y no de la ciudadanía, y que a los candidatos ciudadanos se les imponga el doble reto de convencer primero a un número elevado de ciudadanos para que apoyen su candidatura, independientemente del número de votantes a los que luego tienen que convencer, sin medios ni prerrogativas similares a los de los partidos, para tratar de ganar la elección constitucional.
Evidentemente, este nivel de dificultad se explica en el temor de los partidos a perder el monopolio de la postulación a cargos públicos, que además tuvo que abrirse luego de que la Corte Interamericana fallara en el sentido de que el sistema electoral mexicano era excluyente porque cerraba la participación activa al hecho de que un partido postulara para poder acceder a un cargo público, haciendo nugatorio el derecho de las personas que no militan en una fuerza política, para participar en los procesos electorales.
En el fondo esto es cuestión de tiempo. Aunque los partidos intentan atajar la participación electoral de los candidatos sin partido, esto no sólo no dejará de ocurrir, sino que irá en incremento. Ello se explica no sólo en que los ciudadanos tengan afanes políticos, sino también en la necesidad de ofrecerle un nuevo margen de legitimidad al sistema político de nuestro país, que hoy está ahogado por los partidos, que hace poco tiempo se presentaban como sus salvadores.
PATRAÑAS
Sigamos con propuestas desorbitadas: el candidato del PAN Javier Barroso ha prometido a sus posibles electores, por ejemplo, que irá por una “contrarreforma fiscal” para dejar de lastimar el bolsillo de los que menos tienen. Sí, podemos hasta coincidir con esa propuesta. ¿Pero por qué no habla mejor de algo que sí sea posible, y que además él pueda cumplir?