El Bronco debe ver la alternancia en Oaxaca para crear su coalición

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El Bronco

+ La posibilidad positiva se centra en crear una alianza transparentada


Jaime Rodríguez Calderón es un fenómeno en la historia política reciente del país. Es nada menos que el primer candidato independiente que triunfa en una contienda electoral en donde lo que está en juego es un gobierno. En el ámbito legislativo, los diputados y senadores independientes son bien conocidos, pero sólo a partir de que se separan de su bancada de origen. Pero, a la luz de alternancias fallidas como la de Oaxaca, el reto sustantivo de Rodríguez Calderón se centrará no en si puede cumplir sus promesas de campaña, sino en si es capaz de generar la alianza con el Congreso de Nuevo León, que le será indispensable para gobernar.

En efecto, contra todos los pronósticos —y los deseos de la partidocracia— Rodríguez Calderón se alzó con la victoria en los comicios del domingo pasado. Derrotó a los candidatos de todos los partidos políticos, y además se hizo de la victoria con un triunfo de más de diez puntos de diferencia sobre la priista Ivonne Álvarez, que era su más cercana competidora. El contexto en el que ocurrió el ascenso del llamado “Bronco” fue particular, a partir de que inició la contienda electoral en una clara desventaja, y en un ambiente en el que parecía que la aceptación del Gobernador saliente (Rodrigo Medina, del PRI) se refrendaría en el triunfo de la candidata tricolor a sucederlo.

No ocurrió, por varias razones. A pesar de no poder demostrar sustantivamente su “independencia” de todos los partidos políticos (pues tiene un abultado expediente como ex militante priista), Rodríguez Calderón logró prender en la ciudadanía el discurso del hartazgo frente a la partidocracia, que en conjunto no ha sido capaz —y eso es real— de superar algunos de los problemas más importantes (y crecientes) que padece la ciudadanía, ante la incapacidad institucional de enfrentar las adversidades.

Nuevo León, por ejemplo, vivió episodios negros de inseguridad y violencia, pero sobre todo de corrupción. Y el Bronco le dio al clavo al convertir ese en uno de sus temas característicos de campaña. Luego vino la campaña negra que algunos de sus adversarios emprendieron en contra de Rodríguez Calderón para tratar de desacreditarlo en plena campaña electoral. Sólo que la combinación del discurso, los embates de sus adversarios, y las revelaciones de posibles actos de corrupción del propio gobernador Medina, fue una mezcla contraproducente para quienes creyeron que con eso lo descarrilarían. El domingo ganó holgadamente los comicios. Y para muchos eso es suficiente para que el Bronco pase a la historia de nuestro país.

Pudiera ser que sí; que con eso tenga asegurado su pase a los anales de la historia. Aunque los propios antecedentes de las alternancias políticas en México —ya hoy son conocidas y variadas— indican que un triunfo electoral dista mucho de un bien gobierno; y también sabemos que ganar en las urnas no es sinónimo de eficacia ni de capacidad de gobierno, y tampoco del establecimiento de un gobierno eficaz. Ese es el reto actual de Rodríguez Calderón, una vez que pase la euforia del triunfo como candidato independiente.

 

CANDIDATO INDEPENDIENTE:

UN GOBERNANTE SOLITARIO

Jaime Rodríguez Calderón no tiene partido político, pero el Congreso con el que tendrá que compartir gobierno está conformado por grupos parlamentarios conformados por diputados que sí emanaron de fuerzas políticas. En la cultura política de nuestro país, todo militante de un partido que llega a un cargo de elección popular, debe tomar fundamentalmente en cuenta su pertenencia al partido y el condicionamiento de las decisiones que toma el instituto político para que sus representantes en el poder público las ejecuten.

Ante esas consideraciones, el problema se hace evidente: Rodríguez Calderón necesitará crear las alianzas necesarias para poder gobernar. Muchas de sus decisiones como Gobernador deberán pasar por el Congreso. Pero la diferencia entre él y todos los demás Mandatarios estatales del país, es que él será el único que no tendrá una bancada de la que pueda fungir como “jefe político”, o que de entrada pueda respaldar sus propuestas y decisiones, para luego ir a cabildearla ante los demás grupos parlamentarios que integren el Congreso para ser aprobadas.

Esto es una encrucijada. En Oaxaca, por ejemplo, el gobernador Gabino Cué no llegó al gobierno con una bancada fuerte del partido del que emanó. Si lo recordamos, él militó en el Partido Convergencia, y bajo esa militancia se conformó una alianza con el PAN, PRD y PT que lo apoyaron en su carrera por la gubernatura.

Sólo que cuando llegó al gobierno, la bancada de su partido (Convergencia, luego convertido en Movimiento Ciudadano) en el Congreso local era sólo de dos diputados. Ello hizo indispensable que generara una nueva coalición con los grupos parlamentarios de los partidos que lo habían apoyado en la campaña. El objetivo de Cué era poder gobernar. Pero el de los partidos era simplemente obtener parcelas para poder explotarlas y servirse de ellas.

Eso generó un problema de gran calado. La coalición inicial pretendió convertirse en un cogobierno, y finalmente terminó siendo un chantaje al Ejecutivo. Desde que inició el gobierno, y hasta ahora, son los propios partidos aliados del Gobernador quienes más le han condicionado y regateado su apoyo. En buena medida —y así lo aceptan al interior del Ejecutivo estatal— la coalición ha sido uno de los principales lastres y causantes de la incapacidad del gobierno estatal.

Ejemplos como ese debe revisar Jaime Rodríguez Calderón, para evitar caer en eso. ¿Cuál es la fórmula? Quizá ensayar por primera vez en México un gobierno verdaderamente de coalición, fundada en un programa específico con responsabilidad compartida entre su gobierno y las fuerzas que decidan apoyarlo en el Congreso de Nuevo León. Sí, su triunfo electoral es un hito. Pero será revolucionario que su eficacia electoral se convierta en capacidad operativa en las tareas de gobierno.

 

CACERÍA DE BRUJAS

Ayer, quienes perdieron los comicios en el distrito de la capital, andaban buscando culpables por doquier. Obtusos: no se dan cuenta que la derrota se fundó en el rechazo ciudadano a su grupo político, y a los ominosos antecedentes dejados por el ulisismo en Oaxaca. Pueden seguirle echando la culpa a Chana, a Juana, o a su hermana. Carentes de autocrítica, no saben que su derrota se explica en sus mismos orígenes, resultados y el desastre que dejaron en Oaxaca.

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