+ Todas, discusiones aisladas; no existen soluciones de fondo para la ciudad
La obra del “metrobús” en la capital oaxaqueña nos recuerda silenciosamente una de esas discusiones que, por comodidad, los tres órdenes de gobierno intentan eludir: la de la urgencia de que la capital oaxaqueña tenga soluciones parciales y aisladas a sus múltiples problemas de funcionamiento, y se articulen esfuerzos para crear una verdadera zona metropolitana. Este no es sólo un problema del gobierno estatal, del de la capital oaxaqueña, o de los municipios conurbados: es un problema de todos que, sin embargo, nadie tiene intención de abordar, con seriedad y visión de futuro, a favor de Oaxaca.
En efecto, la obra del llamado metrobús estuvo afectada desde su inicio por una enfermedad gangrenosa, que resultó de la combinación de la opacidad, la unilateralidad y la parcialidad de quienes la planearon. Pues al igual que otras obras que se han realizado en la capital oaxaqueña, la del llamado metrobús —porque el proyecto no es ni siquiera parecido a ese subsistema de transporte de la capital del país— no sólo no pasó por el tamiz de la legitimidad social, sino que tampoco contó con el aval técnico de quienes aspiran a ver esa obra no como un proyecto aislado, sino como uno más de los componentes de una ciudad encaminada a enfrentar sus problemas con visión de conjunto, y de futuro. Y como si eso no fuera suficiente, resulta que el proyecto enfrenta también un fuerte cuestionamiento por la opacidad que rodea al incierto costo real final de su ejecución.
En ese sentido, es claro que la obra en sí misma enfrenta graves problemas que van a determinar su futuro, no sólo como una obra cuestionada y rechazada, sino técnica y financieramente poco viable, ya que nada garantiza que éste sea un mecanismo para comenzar a normar el desorden que existe en el transporte concesionado de la entidad, y tampoco que sea —para la ciudad y sus habitantes— una ventana de oportunidad para comenzar a desmantelar el oligopolio que representan las organizaciones, sindicatos y empresas de transporte de pasajeros en la capital.
En ese primer imperativo, este proyecto está de entrada reprobado, porque no sólo no garantiza ser una solución a mediano o largo plazo para el problema de la movilidad y la contaminación, que genera el exceso de transporte privado (y el deficiente transporte público) en la capital, sino que incluso hay incredulidad de que en el corto plazo este “metrobús” pueda servir para resolver los problemas de transporte de la actualidad.
También está reprobado porque no da ninguna garantía de que va a ser, para el usuario, un servicio más eficiente, o económico, o seguro, o limpio. Para una inversión de tal magnitud, debiera ser necesario que al menos ofreciera cierto grado de certidumbre sobre el cumplimiento de esas condiciones, para que fuera socialmente aceptada la inversión en aras de los posibles beneficios que pudiera reportarle directamente a los usuarios. No es así, porque el sistema sería operado por las mismas organizaciones y empresas de transporte que ya funcionan en la entidad, y que nunca han cumplido una sola de sus promesas sobre el reordenamiento, la seguridad, el mejoramiento de las condiciones del servicio, sobre la contaminación que generan en la capital.
Así, si en lo que toca específicamente al proyecto hay de antemano un balance negativo, éste se corona con el hecho de que la inversión la está haciendo una dependencia, la Secretaría de Administración, que salvo el interés de obtener un lucro de la gestión de dicha obra, no debiera tener ningún interés o legitimación para ser la ejecutora de la misma.
Todo esto, sin haber pasado aún por el cuestionamiento relacionado con la utilidad de conjunto que dicha obra podría tener para la capital, y su aspiración fallida de convertirse en una zona metropolitana.
TIERRA DE NADIE
Los oaxaqueños ya no nos acordamos de esto: que una capital, como la nuestra, es la ciudad que tiene la preeminencia en un campo social, cultural, económico o de otra índole en un Estado. y que Oaxaca de Juárez es la ciudad más importante de la entidad, no sólo porque aquí se concentra la mayor actividad administrativa, económica y política del estado, sino también porque a diferencia de casi todas las demás entidades federativas (en las que existen por lo menos dos o tres ciudades de similar importancia que su capital), en Oaxaca no existe otra población con un nivel de desarrollo similar al de la capital.
Esto significa un reto de multiplicadas dimensiones para la capital oaxaqueña. Pues en primer término, el hecho de que en la entidad no haya otra ciudad con un desarrollo e importancia similar al de Oaxaca de Juárez, no significa que ésta última sea una ciudad desarrollada o con sus problemas urbanos, sociales, económicos y administrativos ya resueltos.
Y si esto es en sí mismo grave, todo se acentúa cuando reparamos en el hecho de que hoy el rumbo que lleva toda la zona metropolitana de Oaxaca, es de total abandono e indolencia frente a sus problemas. La capital sigue sin contar con un proyecto urbano, que vea las obras realizadas o proyectadas como parte de un plan de conjunto que permita a la ciudad transitar hacia el futuro.
Veámoslo a ras de tierra. Se construyó el distribuidor vial de Cinco Señores, pero su funcionamiento es y será cada vez más limitado, porque el caos impera en los semáforos previo y posterior a éste, y no existe intención de corregir ese problema que todos los días crece. Se pretende un Centro de Convenciones, que no sólo no potenciará, sino que colapsará la movilidad de la zona en la que sería ubicado; se pretende un metrobús para justificar el recurso federal asignado para dicha obra, pero no para verdaderamente atender el grave problema de transporte que genera la entidad.
EL PROBLEMA ES DE TODOS
Todo eso no es sólo problema del gobierno de Oaxaca de Juárez, o del estatal, de los municipios conurbados, o de la federación: es un problema de todos, que por esa misma condición termina siendo un problema de nadie. Porque en Oaxaca no hay intención alguna de proyectar nuestra ciudad para los siguientes cincuenta o cien años. Reiteradamente, los gobiernos se han preocupado por resolver los problemas de los siguientes tres o seis años —es decir, “sus” problemas— pero no por sentar las bases de una ciudad funcional, atractiva y capaz de proveer a sus ciudadanos de una mejor calidad de vida ahora, o en las décadas siguientes.