En el PRI la democracia que vale es la decisión del Presidente

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+ En Oaxaca, sólo los ilusos creyeron que habría una sorpresa


El anuncio realizado la noche del viernes por el Comité Ejecutivo Nacional del PRI, de que Alejandro Murat Hinojosa será el candidato de unidad de ese partido a la gubernatura de Oaxaca, confirma que la ortodoxia priista continúa intacta. Sólo quien decidió no atender algunos de los principios del priismo en procesos como éste, decidió pensar que habría una decisión distinta de la anunciada.

En efecto, a través de un comunicado difundido la noche del pasado 29 de enero, se informaba que el Comité Ejecutivo Nacional había decidido que Alejandro Murat Hinojosa sería registrado el próximo 2 de febrero como aspirante a la gubernatura del estado de Oaxaca, “por decisión unánime de los sectores y organizaciones del Partido Revolucionario Institucional, de acuerdo a la convocatoria publicada el 23 de enero del presente”.

El comunicado aludía el pacto de unidad firmado una semana atrás, y refrendaba el respaldo político del priismo al asegurar que con Murat Hinojosa “se garantiza la cohesión de las principales expresiones partidistas para asegurar el triunfo el próximo 5 de junio y formar un gobierno incluyente que dé respuesta a las necesidades de la población e impulse la modernización del estado (…) [Murat] cuenta con el perfil que se requiere para cumplir ese objetivo por su juventud, formación académica y experiencia legislativa y en la administración pública”, añadía.

¿Qué significa todo esto? Primero, que el PRI demostró la fidelidad a su ya conocida tradición vertical, al asegurar —como en los mejores tiempos del régimen de partido hegemónico— que eran las expresiones políticas, organizaciones y sectores —no el Presidente— quien definía el rumbo de una candidatura. Del mismo modo, el PRI reiteró su congruencia con la intención de dejar fuera a los candidatos externos, como el empresario Gerardo Gutiérrez Candiani, que había manifestado interés en participar en la contienda electoral bajo las siglas del priismo.

Evidentemente, al margen de las consideraciones de si esas prácticas son buenas o malas, más bien lo que reflejan es el sentido de autoridad que continúa conservando el priismo respecto a su praxis política. En ese partido, las prácticas democráticas han sido siempre relativas, y han estado sujetas —cuando hay Presidente priista de por medio— a las consideraciones de la cúpula, encabezada justamente por el Primer Mandatario. Por eso puede entenderse que el proceso interno se inició únicamente para cubrir las formalidades y los requerimientos establecidos por la ley electoral, pero no porque verdaderamente se fuera a privilegiar a la democracia interna.

En ese sentido, el priismo buscaba cosas muy básicas: primero, seguir las formas establecidas en la ley para la postulación de un candidato (por fuerza tenían que elegir un método de entre los contemplados en las normas electorales, y sus estatutos); segundo, utilizar los recursos que la ley ofrece, para gozar de mayores espacios para la realización de proselitismo (simular un proceso interno, con un candidato único, es exactamente eso); tercero, demostrar que hay cuadros suficientes para tomar una decisión, pero también que la regla principal es la disciplina (por eso hicieron desfilar a siete precandidatos, a sabiendas de que la competencia —si es que alguna vez la hubo— sólo ocurriría en el ánimo del Presidente); y cuarto, que sigue viva su tradición de “las expresiones mayoritarias”, de “la cargada”, y de la “operación cicatriz” que seguramente ocurrirá en los días o semanas venideras.

LOS VOTOS Y LOS VETOS

Esta nominación, además, pone en claro que hay reglas no escritas en el priismo, que siguen cumpliéndose al pie de la letra. Una de ellas, la más importante, es la del rechazo al reciclaje de candidatos perdedores. Hace seis años, el entonces gobernador Ulises Ruiz le aplicó esa norma al senador Adolfo Toledo Infanzón, que a pesar de que en ese entonces era por mucho el puntero en las encuestas de opinión, y del trabajo político del priismo, no logró hacerse de la candidatura. La razón, vale la pena recordarla y ponerla en el contexto actual.

Toledo Infanzón había perdido una sola elección en su vida: a pesar de tener trabajo político y una larga trayectoria en el servicio público, Toledo fue el principal damnificado del conflicto magisterial y popular de 2006, que ocurrió al mismo tiempo que los comicios presidenciales de aquel año. Aunque Ulises Ruiz le había prometido un millón de votos al PRI de Roberto Madrazo Pintado como candidato presidencial, su expectativa se vio rota por la crisis social, que llevó no sólo a incumplir dicha meta, sino a perder la mayoría de los espacios que disputaba el PRI en Oaxaca.

Entre las derrotas, la más dolorosa fue la de Toledo Infanzón, que aspiraba a ser Senador para después convertirse en el sucesor de Ulises Ruiz. Pero al ser derrotado, y acceder al Senado por la vía de la primera minoría, quedó estigmatizado al interior del priismo y esa fue una de las principales causas por las que finalmente fue vetado para la candidatura al gobierno de Oaxaca en 2010. Ulises Ruiz, en su momento, ponderó todas las circunstancias y decidió que un candidato hasta entonces poco conocido, como Eviel Pérez Magaña, podía sustituir el liderazgo de Toledo Infanzón.

Después de eso, la historia ya es bien conocida: Pérez Magaña —un incondicional de Ruiz— perdió la gubernatura a pesar de haber obtenido una votación copiosa; dos años después, en 2012, cobró la factura como heredero del priismo en la derrota, pero volvió a perder en la carrera al Senado (también llegó a la cámara alta por la vía de la primera minoría); y a pesar de reflejar números aceptables en las encuestas de opinión, finalmente nunca tuvo oportunidad de convertirse en candidato a Gobernador por segunda ocasión, gracias justamente a la tradición de no refrendar a los derrotados en las elecciones importantes.

LA HISTORIA SE REPITE

En los primeros días de marzo de 2010, Eviel Pérez Magaña recibió —contra viento y marea— el “apoyo de sectores y organizaciones” para ser “precandidato de unidad”, y luego convertirse en candidato a Gobernador del PRI. En aquel entonces, desde el priismo nacional obligaron a todos los aspirantes —Adolfo Toledo, José Antonio Estefan Garfias, José Antonio Hernández Fraguas, Martín Vásquez Villanueva— a declinar, disciplinarse y sumarse a la campaña. Todos lo hicieron. ¿Por qué ahora tanta inconformidad?

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